Al comienzo de la larga campaña electoral federal el izquierdista Nuevo Partido Democrático (NPD) aparecía encabezando las encuestas ¿habría por primera vez un gobierno socialdemócrata en Norteamérica? Al final sin embargo, la ilusión se esfumó, el centrista Partido Liberal obtuvo una amplia mayoría y Justin Trudeau (hijo de Pierre Trudeau, el emblemático líder liberal que dominara la escena política entre finales de los 60 hasta comienzos de los 80) será el nuevo primer ministro.
A los 43 años Trudeau es el segundo jefe de gobierno más joven que ha tenido Canadá (el más joven fue el conservador Joe Clark en 1979, cuando tenía 38 años) y especialmente para los chilenos que llegamos a este país después del golpe de estado, su apellido trae importantes resonancias: su padre era primer ministro en esos años y su gobierno abrió generosamente las puertas a refugiados chilenos que se instalaron en gran número a través de todo Canadá. Quien escribe esta nota pudo llegar aquí gracias a un programa especial que en 1976 implementó el gobierno de Trudeau para traer personas que, siendo refugiadas en Argentina, habían quedado desprotegidas luego del golpe militar en ese país en marzo de ese año. Ese programa también benefició a uruguayos, brasileños y nacionales de otros países latinoamericanos en igual situación. Naturalmente esa generosidad dejó una deuda de gratitud hacia el pueblo y gobierno canadiense que de alguna manera fue personificada en Pierre Trudeau, cuyo fallecimiento en 2000 fue también sentido como una gran pérdida para quienes habíamos conocido de la solidaridad de su gobierno. De paso, ya que he aludido al fallecimiento de su padre, fue ese funeral el que primero dio figuración pública al ahora primer ministro electo: Justin Trudeau en aquella ocasión pronunció un emotivo discurso de despedida a su padre en la Iglesia Notre Dame de Montreal. Su nombre entonces quedó ya resonando con posibles connotaciones políticas que se vendrían a concretar cuando fue elegido líder de su partido, luego de que éste sufriera una humillante derrota en las elecciones de 2011. Otro detalle importante en los antecedentes personales de Justin Trudeau: no es abogado como fue su padre y la mayor parte de los políticos en Canadá (y creo que probablemente en la mayoría de los países), ya que estudió educación (en los hechos, trabajó como profesor secundario antes de entrar en política) y luego un magister en geografía medioambiental.
El que Trudeau se presentara como una figura joven, desplegando un estilo dinámico y cercano a la gente, sumado al ya mencionado hecho de ser hijo de un primer ministro que fue altamente popular y carismático, ciertamente ha tenido mucho que ver con su victoria. Recuérdese que en política estos factores de corte emocional en muchas ocasiones son determinantes, especialmente para influir a los electores indecisos o que no votan por una adhesión doctrinaria a un determinado partido (los más). Todo esto más el hecho que había un generalizado sentimiento de rechazo al saliente primer ministro Stephen Harper y su Partido Conservador y un consiguiente deseo de cambio, permitió que los liberales se posicionaran como los que mejor podían expresar esa voluntad de cambio, desplazando en las últimas semanas al izquierdista Nuevo Partido Democrático (NPD).
El NPD por su parte aunque bajo el liderazgo de Tom Mulcair se presentaba como una alternativa sólida para el cambio y en general condujo una campaña bien organizada y con un programa que reflejaba aspiraciones importantes para el pueblo canadiense; cometió sin embargo algunos errores que a la larga le pasaron la cuenta. Uno de ellos puede resultar hasta banal, al caer en la trampa conservadora que aprovechó un oscuro incidente para empujar sentimientos básicamente xenófobos: el “caso niqab”. Este es un aditamento en la forma de velo que cubre la cara por completo, excepto los ojos, y que es usado por un pequeñísimo número de mujeres musulmanas en público. Hacía unos meses se dieron dos casos de mujeres musulmanas que al momento de la ceremonia de juramento o promesa que se hace cuando un inmigrante se nacionaliza y adquiere la ciudadanía canadiense fueron rechazadas por llevar el niqab. El caso eventualmente llegó hasta la Corte Suprema que les dio la razón, permitiendo que asistieran a esa ceremonia vestidas de ese modo (previamente una funcionaria del gobierno verificaría la identidad de la mujer la que en privado sí revelaría su rostro). El gobierno conservador infló este caso dándole una importancia indebida y lamentablemente el NPD cayó en la trampa al hacer una defensa del niqab, un accesorio que a su vez era altamente impopular, especialmente en la provincia de Quebec donde la mayoría francófona es muy sensible a lo que considera “influencias foráneas”. Aunque en principio la defensa del derecho de una minoría religiosa es enteramente correcto, el caso ya había sido resuelto por la Corte Suprema y a favor de las dos mujeres por lo que ya no había más que agitar sobre el tema, al contrario, al colocarse en esa posición el NPD se puso él mismo en una situación incómoda de manera por lo demás innecesaria. Es decir en nada ayudó a las mujeres que habían tenido el problema y tampoco ayudó al NPD.
Otro error significativo fue afirmar que de ser elegido, el NPD mantendría el equilibrio fiscal, tomando de esta manera una bandera previamente esgrimida por el Partido Conservador y en general una consigna muy asociada a la derecha. Paradójicamente el Partido Liberal afirmó que incurriría en déficits modestos para poder financiar proyectos de infraestructura que el país necesita y de paso crear empleos y reactivar una economía que se halla en recesión. Nada audaz ni extremo por cierto, pero más progresista como política que la propuesta el NPD que a ojos de muchos se asimilaba a la noción conservadora de “déficit cero” con las consiguientes y devastadoras políticas de austeridad que la gente estaba rechazando. El NPD dejó así un flanco abierto ya que la derecha le reclamaba cómo entonces iba a financiar proyectos de programas sociales muy progresistas como la guardería infantil a 15 dólares diarios o el incremento a los aportes en la salud si al mismo tiempo se intentaba mantener ese equilibrio presupuestario. La defensa del NPD se basaba en que ese partido también planteaba el inmediato aumento de los impuestos a las grandes corporaciones y a las personas de altos ingresos, pero ello llevaba a su vez a un debate sobre números (si las cifras alcanzaban o no) que en última instancia se hace muy técnico y termina por desinteresar al elector común y corriente.
Adoptar la noción del déficit cero fue pues un error y hubiera sido mejor enfatizar que un gobierno del NPD intentaría reactivar la economía con una serie de obras públicas al mismo tiempo que introducir nuevos programas sociales y mejorar el financiamiento de los ya existentes minimizando el posible efecto en los gastos del estado canadiense, y prometiendo sólo ser “fiscalmente responsable” lo que podía interpretarse como que si con las reformas tributarias propuestas se podían financiar los gastos públicos propuestos, enhorabuena, pero que si no era así y se caía en un cierto déficit, ello no era mayormente dramático. Históricamente en Canadá los déficits fiscales han sido muy modestos. (Y si uno consulta los textos de Thomas Piketty encontrará cómo él menciona los altos niveles de déficit fiscal que países como Gran Bretaña tenía a comienzos del siglo 19 o de Francia al término de la Segunda Guerra Mundial, sin que ninguno de ellos colapsara ni mucho menos).
Para el NPD sin duda que esta ha sido una derrota dura de tragar, se habían creado muchas expectativas después de la elección de 2011 donde se había posicionado como Oposición Oficial (título que corresponde al segundo partido con más diputados en la Cámara de los Comunes). Ahora ha quedado reducido a sólo 41 escaños en el parlamento (contra 184 del triunfante Partido Liberal y 102 del Conservador que ahora será Oposición Oficial; partidos marginales como el separatista Bloc Québécois y el Partido Verde obtuvieron 10 y 1 diputados respectivamente). Las pérdidas del NPD fueron particularmente significativas en la provincia de Quebec donde 49 de sus diputados fueron derrotados (entre ellos la diputada de origen chileno Paulina Ayala, superada curiosamente por otro candidato de origen latinoamericano, en este caso argentino). A pesar de ello, dado que aun en la derrota el NPD obtuvo una respetable votación, como aspecto positivo se rescataba el hecho que ese partido habría efectivamente echado raíces en la provincia de Quebec, donde hasta hace cinco años la izquierda era muy marginal.
Por su parte el nuevo gobierno se enfrentará con la difícil tarea de implementar las promesas que hizo, algunas de las más sentidas por la población: anulación de la medida anunciada por el gobierno conservador según la cual la Empresa de Correos de Canadá iba a terminar con el reparto de cartas a domicilio y en su lugar instalaría unas repudiadas “casillas comunitarias” en parques y otros lugares públicos (de implementarse, Canadá sería el primer país desarrollado sin reparto postal domiciliario; el gobierno conservador presentó la medida como necesaria por la baja de movimiento postal en estos días en que la mayor parte de la comunicación se hace por Internet); resolver si ratifica o no el Tratado Comercial Transpacífico que tendría efectos muy negativos para la industria canadiense, en especial la automotriz y aeronáutica donde muchos trabajos se desplazarían a países con salarios más bajos, por otro lado el Transpacífico también conlleva un eventual riesgo a la salud ya que abriría el mercado canadiense (actualmente protegido) a la gigantesca producción lechera estadounidense la que utiliza una hormona de crecimiento bovino prohibida en Canadá y en otros países por su potencial riesgo para la salud humana; una necesaria reforma fiscal que grave más fuertemente a las grandes corporaciones y a los más ricos figura entre sus promesas; también está la promesa de alinear a Canadá con aquellos países que hacen un intento por aliviar el impacto humano sobre el cambio climático; y—por cierto importante para algunos sectores más jóvenes de la población—la promesa de legalizar el consumo de marihuana. Esto último sin duda tomará tiempo implementar ya que se debe estudiar un modelo que asegure un marco regulatorio estricto, e –importante para el gobierno—que posibilite un saludable ingreso de dinero mediante impuestos como ya se hace con el alcohol y los cigarrillos.
Esto en las medidas más inmediatas, a más largo plazo los liberales prometieron una reforma al sistema electoral (algo que otros partidos incluyendo el NPD también han planteado) y que tradicionalmente los partidos prometen pero cuando llegan al gobierno—como el sistema les ha favorecido—se olvidan fácilmente de ella. El actual sistema (“first-past-the-post” o de mayorías) favorece a los dos partidos mayores y perjudica notablemente a los partidos minoritarios. Su peor falla es que no refleja el real apoyo que los partidos pueden tener en el electorado. Trudeau no ha sido más específico sobre qué tipo de sistema electoral podría proponer. También a más largo plazo se espera un cambio en política internacional que dé mayor independencia a Canadá en la arena internacional, en esto el ejemplo de Trudeau padre puede ser ilustrativo: él nunca rompió relaciones con Cuba y aun más, para indignación de Washington en ese tiempo, viajó a Cuba y a partir de entonces tuvo una relación incluso amistosa con Fidel Castro (en gratitud Fidel fue el único jefe de estado que asistió a sus funerales en 2000), también estableció relaciones con China mucho antes que lo hiciera Estados Unidos.
Lo que se rescata como interesante en este momento en Canadá es esta atmósfera de cambio en la que Justin Trudeau aparece como una figura que puede desempeñar un rol importante como lo hizo efectivamente su padre; por cierto dentro de las limitaciones que el Partido Liberal como todo partido que juega al centro tiene: oscilaciones entre derecha e izquierda, tendencia a buscar soluciones de compromiso, situaciones de indefinición o ambigüedad frente a determinados casos. Eso sin olvidar que se trata de un partido en el cual participan o tienen lazos influyentes figuras ligadas al gran capital. Uno puede dar al joven Trudeau el beneficio de la duda, pero tampoco puede hacerse muchas ilusiones aunque también hay otros caminos para influir los acontecimientos.
En efecto, aunque la imagen de Canadá como país es la de una sociedad tranquila y estable, lo cierto es que bajo su superficie subyacen significativas fuerzas sociales con demandas importantes: los pueblos indígenas por ejemplo, que desde hace algunos años vienen reclamando mejores condiciones de vida; amplios sectores juveniles, especialmente estudiantes que regularmente protestan por las alzas en sus aranceles (la educación es de jurisdicción provincial, pero el gobierno federal también hace un aporte financiero en este rubro); en suma, sectores que se movilizan en la base de la sociedad y que el gobierno de Trudeau tampoco puede ignorar. Sin duda se trata de interesantes tiempos en el extremo norte del continente.