El martes 6 de octubre se realizó en la Ciudad de México el funeral del médico y ex diputado socialista chileno Rogelio de la Fuente Gaete, quien residía allí desde 1973.
Rogelio de la Fuente fue alumno destacado del doctor Hernán Alessandri Rodríguez, uno de los padres de la Medicina en Chile, cuando aún era becario de la Especialidad de Ginecología en el Hospital San Borja, donde hizo el primer diagnóstico de muerte de una paciente joven por embolia de líquido amniótico, el cuarto caso “raro” presentado a nivel mundial, y que hoy figura en tratados de obstetricia. Su talento en esa época fue distinguido con tres premios bianuales, por lo que se dedicó definitivamente a la investigación y la docencia en su especialidad. En México, una generación de ex alumnos de Medicina la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM-Xochimilco) decidió llevar su nombre.
Allá fue uno de los puntales políticos de la colectividad chilena en el exilio y su solidaridad trascendió al de otros de la región, por lo que gozó de gran prestigio hasta el último momento de su vida. Fue uno de los cuatro chilenos que figuran en el libro Doscientos mexicanos que heredamos del mundo y acababa de recibir el reconocimiento académico y social, durante la reciente visita de la presidente Michel Bachelet a ese país, por su aporte al fortalecimiento de las relaciones Chile-México.
Reproduzco aquí mi intervención en la ceremonia luctuosa, en razón de los textos recogidos que evidencian el significado de su pérdida:
Queridos: Orietta, Viviana, Camilo, Francisco, Hugo, familia, compañeras y compañeros, todos los presentes:
Estamos acongojados, abatidos. Perdimos a Rogelio en la noche del tiempo, pero ―démonos ánimo― nos dejó lo perdurable: su conciencia social, su lucidez política, su consecuencia hipocrática, su humanismo y solidaridad, su brillantez y entrega académica, su sensibilidad cultural y el regalo de su amistad.
En plan estrictamente confidencial, Rogelio manifestaba, a veces ―con una mezcla de orgullo y sincera modestia―, su asombro por el afecto, respeto y reconocimiento constante que recibía de todos y desde distintos lugares por los frutos de los árboles que plantó; y se sentía ufano por su descendencia. Sin embargo, sabía que en esta confrontación definitiva del cuerpo con el espíritu estaba solo y que debía morir para estar siempre vivo; ésta era su convicción más íntima, no es retórica mía.
Deseo leer dos testimonios de lo que acabo de decir: El primero es del profesor y escritor Héctor Caro Quilodrán, y apareció en Columna de un periódico local de Chillán:
“¿Qué será de Rogelio de la Fuente?
“¿Qué será de Rogelio de la Fuente? Para muchos, este nombre actualmente será desconocido, pero para otros, los menos, es decir, aquellos que tuvieron la oportunidad de conocerlo no resultará extraño preguntar por la suerte de este distinguido actor de la vida de Chillán y provincial en la década del sesenta, setenta.
“Rogelio de la Fuente fue un destacado chillanejo, médico exitoso, tenía todo ―ya lo tenía― para haberse hecho de una situación económica envidiable y, sin embargo, su vocación social, política lo llevó a este último campo. Desapareció de Chillan en 1973; lo último que vi de él fue su automóvil. Dicen que vive en Méjico; si ha venido a Chillán, no lo sé.
“Nunca fui su amigo ni mucho menos, yo pertenecía a otra generación. Lo vi desde lejos, desde la distancia: médico, rodeado de jóvenes, pobladores, había cierta aura en su entorno que lo convertía naturalmente en el centro. Hubo por esa época también otros médicos muy parecidos al caso de Rogelio de la Fuente, donde la medicina, el hecho de ser médico, implicaba un compromiso más allá de eso: tenía una connotación profunda con su tiempo.
“¿Qué será entonces de Rogelio de la Fuente? Su labor en la región de Ñuble quedó interrumpida e incompleta, quizás en el momento más alto de su madurez profesional y personal: su biografía truncada, pues tenía mucho aún por decir: Ésta seguiría escribiéndose en otras latitudes. Otro país le habrá dado espacio para seguir desarrollándose. Dicen que ese país fue Méjico, ahí debe haber armado un segundo Chile, llevando a cabo lo que pudo haber tenido lugar en su ciudad, Chillán.
“Desapareció Rogelio de la Fuente y con ello un tipo de médico que hoy no se da. La figura romántica del médico, ajeno a las leyes del mercado. Los médicos podían ganar mucho, pero también estaba el compromiso social. No era sólo el hospital, la consulta, también la atención al que la necesitaba y más allá: en la política, el arte, el deporte, las organizaciones ciudadanas. Ese médico hoy debe ser la excepción. Caso parecido ocurría con el profesor, cuando tenía estatus, respeto, autoridad, prestigio, casi ya una prehistoria en la historia de Chile, encontrándosele siempre al frente de organizaciones o fundándolas.
“La última vez que vi algo de él fue su automóvil por las calles de Chillán, había sido confiscado y puesto al servicio del fiscal militar en turno. A veces he pasado por el frente de su casa y siempre me pregunto al hacerlo, qué será de Rogelio de la Fuente, no sé si habrá vuelto a Chillán alguna vez y por lo que sé, parece que no. Entonces me pregunto que a veces las heridas son tan profundas que uno no vuelve al origen, ojalá no sea este el caso”.
El segundo testimonio es de Rogelio; se trata de un poema suyo y está expreso en los borradores que me confió:
Anoche he muerto
Anoche he muerto
pero nada he perdido,
Máximo rayo.
Inmortal rayo sin límites.
¿Sin comienzo y sin fin
repitió los impulsos de 50
años de antes y
retornaron para vivir muriendo?
¿Me ha devuelto el respirar
para morir viviendo?
Rayo mortal
me has devuelto a la vida.
Memoria, invento, único mundo.
Anoche he muerto
pero conservo el pulso del amor,
el ritmo de un infinito abrazo,
el latir del corazón y el beso.
Todo está ahí.
Aunque sólo sea para seguir muriendo.
Anoche he muerto.
Golpe sin parto y sin historia.
Llegado de un Pasado
sin término ni aviso, siempre Presente,
[que] nunca tendrá futuro.
Anoche he muerto
para estar siempre vivo.
Adiós, Rogelio. Parte de nuestra vida se va contigo mientras te quedas con nosotros.
J.E.E.
Tlalpan, Ciudad de México, 6 de octubre de 2015.
*Juan Eduardo Esquivel, poeta chileno, colaborador de elclarín.cl