Ante la imposibilidad de crear una amplia coalición en Siria –formada por tropas gubernamentales, oposición moderada y milicias kurdas–, Rusia comenzó este miércoles, igual que lo hicieron mucho antes y con poco éxito Estados Unidos y Francia, los bombardeos aéreos en el país árabe.
Cumplido el trámite parlamentario de la autorización para usar fuerzas armadas fuera de su territorio, con la aprobación unánime de los miembros del Consejo de la Federación (Senado), Rusia persigue un doble objetivo.
En primer lugar, desde un punto de vista formal, al atender una petición de ayuda militar del gobierno legítimo de Siria, trata de respaldar el régimen de su aliado Bashar al Assad, y en segundo término, si éste no puede evitar su colapso definitivo, reivindica su intención de mantener su presencia militar en la base naval que instala en el puerto de Tartús, región de Latakia, al margen de quién llegue a tener el poder en Damasco.
Por ello, con más prisa que pausa, apenas seis horas después de obtener el permiso para lanzar bombas en Medio Oriente, el ministerio ruso de Defensa, a través de su portavoz, Igor Konnashenkov, confirmó que se llevó a cabo la primera misión contra objetivos del Estado Islámico (EI) en las provincias sirias de Hama y Homs, noticia que también difundió la televisión oficial de Damasco.
Horas más tarde, cuando las agencias noticiosas occidentales, citando como fuente a la Coalición Nacional Siria y otros grupos opositores a Al Assad, difundieron cables sobre la muerte de decenas de civiles a consecuencia de los bombardeos, otro vocero del mismo ministerio ruso de Defensa, Yuri Yakubov, sin aludir a esas informaciones, precisó que los aviones eran rusos, pero estaban pilotados por militares sirios, de lo cual, añadió, se informó oportunamente a Estados Unidos.
Estos ataques aéreos se han hecho de acuerdo con las fuerzas sirias y con la ayuda del centro de coordinación antiterrorista de Bagdad
, en alusión al centro de intercambio de información creado recientemente por Irak, Irán, Siria y Rusia para analizar medidas para combatir el EI, puntualizó Yakubov.
Por su parte, Maria Zajarova, portavoz de la cancillería rusa, salió al paso de las críticas contra Moscú: Todavía no ha podido empezar Rusia su operación contra el EI, que como se ha dicho es a petición de las autoridades de Damasco, y los medios de comunicación se llenan de informaciones de que la operación rusa causa muertos entre la población civil y que va dirigida contra las fuerzas democráticas en Siria
.
Rusia, consciente de no cometer el error de convertir Siria en un segundo Afganistán –habida cuenta de la experiencia nefasta en que terminó diez años más tarde la decisión de la dirigencia soviética de imponer en Kabul un régimen subordinado en diciembre de 1979–, no se propone involucrar a sus tropas en operaciones terrestres.
Así lo señaló Serguei Ivanov, titular de la oficina de la presidencia rusa, quien aclaró que la autorización del Senado se refiere sólo a operaciones de las fuerzas aéreas de Rusia, limitadas en tiempo (no tienen carácter indefinido) y armamento a utilizar (por ahora, sólo los aviones y helicópteros que ya están en Latakia).
El uso de las fuerzas armadas en operaciones terrestres, como ya ha dicho nuestro presidente, en esta etapa se descarta
, subrayó Ivanov.
Parece que Rusia y Estados Unidos, conscientes de que no pueden combatir juntos contra el EI, se reservan el derecho de hacerlo cada cual por su lado y procurarán, según determinaron los presidentes Vladimir Putin y Barack Obama en su reciente reunión en Nueva York, no enfrentarse entre ellos, para lo cual ordenaron abrir una línea de comunicación entre las dependencias militares de ambos países.
Pero es un entendimiento que pende de un hilo e implica muchos riesgos, toda vez que se asienta sobre un barril de pólvora (más bien, arsenal nuclear) que puede explotar en cualquier momento, en cuanto una de las partes ataque –por error o de modo irresponsablemente consciente– las posiciones que defiende el otro.
A querer o no, en Siria hay en este momento dos agrupaciones rivales –una encabezada por Estados Unidos, al frente de sus aliados europeos y los países musulmanes sunitas, y la otra, por Rusia e Irán, como alternativa de las naciones chiítas– que se integraron para combatir a un mismo enemigo declarado, el Estado Islámico y otros grupos yihadistas en Siria e Irak, pero que en la práctica sólo tratan de cumplir sus ambiciones geopolíticas.