Diciembre 26, 2024

Por un nuevo monumento a Salvador Allende

 

La vida  y obra de un gran hombre, o de una gran mujer, que ya ha abandonado este mundo, a menudo se refractan en la forma en que son representados artísticamente por aquellos de sus compatriotas que le sucedieron. Y no puede ser de otro modo, puesto que los seres histórico-universales (para usar una expresión de Hegel), siguen viviendo en las luchas, en las utopías y proyectos de transformación social, así como en el recuerdo y en el corazón de sus pueblos.

 

 

Aquellos reaccionarios que acusan hoy a los partidarios de Allende de «seguir viviendo en el pasado», manifiestamente no solo buscan que nos olvidemos de las atrocidades cometidas bajo la dictadura, sino que, además, no tienen idea de lo que afirman. Porque es propio de la esencia y la existencia históricas del Hombre vivir en una importante medida «en el pasado». De allí  que existan la arqueología, la historia, la celebración pública de las grandes efemérides históricas, los museos históricos, las grandes obras históricas, así como las novelas y relatos  acerca de los distintos hechos de otras épocas, la filosofía de la historia, y por sobre todo, los monumentos, cuyo propósito es celebrar o «con-memorar»  los hechos o acontecimientos del pasado, así como las luchas y contribuciones de los más grandes líderes, héroes, y otros benefactores de un pueblo, o de la humanidad toda.  

En lo que al presidente Allende se refiere, bajo la dictadura su recuerdo «histórico», junto con su presencia en la sociedad chilena y el mundo, como ejemplo de lucha, valor, dignidad y consecuencia, fueron mantenidos vivos por sus partidarios por distintos medios. Entre otros se destacan, la producción de un gran número de documentales sobre Allende, la publicación de miles de artículos y centenares de libros acerca de su vida, pensamiento político, sus escritos y discursos, su gobierno, su muerte y su legado. Pero lo más característico es que desde el primer momento los miles de exiliados y emigrantes chilenos que produjo la dictadura, se encargaron de bautizar con el nombre del Presidente centenares de plazas, calles, y avenidas, junto con erigir monolitos, esculturas y placas recordatorias; así como nombrar hospitales, escuelas y centros culturales y deportivos en su recuerdo y homenaje, prácticamente en cada una de las ciudades de los países, repartidos en los cinco continentes, donde fueron acogidos. (1)       

Posteriormente al fin de la dictadura, el nombre del Presidente Allende fue apareciendo en centenares de calles y avenidas de Chile, pero no por efecto de disposiciones oficiales, sino en su mayor parte como consecuencia de iniciativas populares espontáneas. Así, por ejemplo, existen hoy en Santiago calles y avenidas Salvador Allende en las comunas de Huechuraba, Lo Espejo, Cerrillos, San Joaquín, Renca, y Puente Alto, mientras que en provincia encontramos avenidas Salvador Allende en Iquique, Talca, Puerto Montt y Ancud. Pero como puede verse, cuarenta y dos años después de su muerte no se le ha puesto el nombre del Presidente a ninguna avenida o calle de importancia del centro de Santiago, como tradicionalmente se ha hecho en Chile con los primeros mandatarios y otros grandes personajes de su historia.

El 26 de junio del 2000, es decir, 10 años después de la instalación de la «Democracia Tutelada» (Felipe Portales dixit), bajo el gobierno de Ricardo Lagos fue inaugurado en Santiago, en la calle Morandé, al costado suroriente de la Plaza de la Constitución, el único monumento «oficial» al presidente Allende que se haya erigido hasta hoy en la capital de Chile. Es altamente revelador que aquel monumento no haya sido comisionado a un escultor de izquierda, sino a un artista que en lo político se identificaba con la derecha: el escultor chileno Arturo Hevia Salazar, quien también fuera el creador de sendas esculturas de dos enemigos de Allende: José Toribio Merino y Eduardo Frei Montalva. En un artículo del periodista Manuel Délano se citan las siguientes declaraciones del escultor: «Allende es el presidente mártir y yo quise [que en su monumento] se traspasara (sic) esta idea. Aun así, confieso que también sería capaz de hacer una escultura de Pinochet, en el cual creen otros chilenos». (2)

Es indudable que la elección de un escultor con una visión puramente mercenaria del arte para que creara el monumento a Allende que sería levantado en la Plaza de la Constitución, no fue un hecho casual, sino que delata y confirma la intención ideológica subyacente a este ejercicio de «monumentalización» de la figura y el legado político del Presidente. La expresión entre comillas no es nuestra, sino que fue introducida por el politólogo germano-chileno Norbert Lechner, quien la utiliza para referirse al procedimiento que consiste en extraer un hecho del pasado de su contexto histórico propio y transformarlo en un mito atemporal que sirve para legitimar objetivos políticos del presente.(3)En el caso del monumento a Allende, podría decirse que el fin político específico buscado por la Concertación, la coalición gobernante en ese momento, era contribuir a la creación de un consenso real dentro de sociedad chilena postdictatorial, por medio de la ilusión de una historia colectivamente compartida, en la que ya no existirían amigos y enemigos sino solo adversarios políticos, es decir, una historia sin conflictos de clase. Este mito calzaba a la perfección con las necesidades de legitimación del gobierno de una coalición que había sucedido a la dictadura militar, luego de contraer un pacto secreto con ella y con la derecha golpista. (4)     

Visto desde su parte frontal, el monumento, ubicado a apenas unas decenas de metros del lugar en el que Allende combatió valientemente por cerca de cuatro horas y media, y donde, finalmente, se quitó la vida, puede adivinarse la que pareciera haber sido la idea que el escultor quiso plasmar en bronce y piedra: la de un mártir que envuelto en la bandera chilena enfrenta inerme su último sacrificio. Lo más curioso es que en dicha representación artística de la muerte del Presidente no se contiene la menor referencia a los hechos, o circunstancias, es decir, al contexto situacional en el que aquel acto sublime habría tenido lugar, y solo dentro del cual cobra sentido.    

Por cierto, la imagen de un Allende envuelto en la bandera chilena no es original del escultor, sino que se encuentra en el relato apócrifo de los últimos momentos del Presidente que, en 1973, hizo el joven GAP Renato González, uno de los cuatro escoltas que sobrevivieron al combate de La Moneda.

Al menos esto es lo que pareciera expresarse en aquel monumento cuando se lo mira de frente. Porque si se lo observa por su parte lateral, desde la que puede verse detrás la torre del antiguo edificio de la Intendencia, dicha visión simbólica original se esfuma en un segundo, pues al ser contemplado desde su costado se perciben y destacan claramente las fallas y limitaciones del trabajo escultórico de Hevia. (Ver fotos adjuntas).

Al respecto ha escrito el abogado de derechos humanos José Zalaquett, ubicando la escultura de Allende en su contexto urbanístico inmediato: «Con todo, lo más deplorable artísticamente son los monumentos recientes de homenaje político. En la Plaza de la Constitución se buscó una solución salomónica: cada uno de los presidentes del período de aguda polarización que vivió Chile en los años sesenta y setenta, tiene su estatua. Las de Eduardo Frei Montalva y Jorge Alessandri son representaciones reticentes y sin carácter, con pálidos atisbos de modernismo. La efigie de Salvador Allende es atroz. Queriendo reproducir los lentes de gruesos marcos del mandatario, el artista traspasó la línea que separa la caracterización de la caricatura. Más que arropado en la bandera nacional, el malogrado mandatario parece estar enredado en los cortinajes de La Moneda.(5)

 Por cierto que lo más caricaturesco de la escultura, por su  desproporcionado tamaño y grosor, son los anteojos del Presidente, que más que lentes parecen una máscara de buceo. En cuanto a la representación de la bandera, vista desde el ángulo antes indicado, coincido también con la observación de Zalaquett, solo que para mí, más que una cortina, la bandera pareciera ser un saco que envuelve y aprisiona a Allende desde los pies hasta el cuello.

Se pregunta uno: ¿Cómo es posible que quienes tuvieron a su cargo la tarea de seleccionar la escultura de Hevia, suponemos que entre varios otros proyectos, no hayan percibido dichas manifiestas imperfecciones estéticas?  

Pero más allá de las fallas formales de aquella obra, es preciso referirse aquí a uno de sus aspectos menos perceptibles, pero de la mayor importancia y significación, y es que el monumento, inaugurado el 26 de junio del 2000, expresa lo que podría denominarse como la visión concertacionista de la figura de Allende, en la que este es representado como un ser pasivo, inerme (así lo delatan sus brazos caídos), como una simple víctima de circunstancias que parecieran escapar enteramente a su control. Es decir, una visión que es la completa antítesis de la que fuera la efectiva conducta de Allende el día del Golpe. Porque en realidad en ningún momento adoptó él una conducta pasiva, sino que desde que ingresó a La Moneda, a las 7: 30 de la mañana, se dedicó a reunir información acerca de la magnitud del alzamiento militar, de boca de sus colaboradores civiles y militares; intentó movilizar a las organizaciones populares; barajó sus posibilidades de poder controlar el Golpe; rechazó airada y valientemente cada una de las presiones y ultimatums golpistas, hechos bajo amenaza de bombardeo; se encargó de organizar la mejor resistencia armada al asedio militar que permitían los limitados recursos humanos y bélicos disponibles; se preocupó de proteger y salvarle la vida a las mujeres, así como a cuanto partidario quiso abandonar el lugar; combatió como un valiente por más de cuatro horas y media contra las abrumadoramente superiores fuerzas golpistas , y como si todo esto fuera poco, nos dejó para la posteridad el «discurso de las grandes alamedas», que es su denuncia de la connivencia golpista entre las fuerzas reaccionarias internas y el Imperialismo yanqui, pero que es también su despedida y su testamento político.    

Como es manifiesto, si se compara la conducta de Allende aquel trágico día con lo que expresa la escultura, se pone en evidencia que se trata de una representación artística de los últimos momentos del presidente Allende en la que se ha censurado, adulterado y ocultado en forma premeditada aquel aspecto central y más heroico de su comportamiento en La Moneda el 11 de septiembre, esto es, su valerosa e inédita actitud de defender con las armas su dignidad y su gobierno. Porque si el escultor hubiera respetado la realidad histórica, no cabe duda que el Presidente hubiera sido representado en aquella escultura por medio de una figura que, portando un fusil Kalashnikov entre sus manos, se dispone a defender del ataque golpista su gobierno constitucional y legítimo.(6)

Pero, por cierto, ni la Concertación, ni la derecha, ni menos los militares, hubieran permitido que en aquel monumento oficial se representara la figura de Allende como la de un héroe en combate que, fusil en mano, defiende su honor y su gobierno.  Por cierto, la coalición gobernante se hubiera opuesto a ello, entre otras razones, porque no podía aparecer ofendiendo a aquellos con los que había pactado secretamente a espaldas del pueblo.; la derecha se hubiera opuesto porque fue la instigadora y corresponsable del Golpe; y como es obvio, los militares se hubiera igualmente opuesto, porque fueron ellos quienes destruyeron la vieja democracia chilena y luego de bombardear La Moneda, intentando asesinar al Presidente Allende, se dedicaron a reprimir, torturar y asesinar brutalmente a miles de chilenos, durante los largos 17 años de la dictadura. Creemos que aquí se encuentra la explicación de por qué no se eligió a un escultor de izquierda para que diseñara y esculpiera el monumento a Allende.

Nos preguntamos: ¿cuándo llegaremos a ver un monumento al Presidente Allende, que se encuentre centralmente ubicado (7), y que esté a la altura de sus convicciones socialistas, de su consecuencia, de su valor, y de su moralidad?      

No cabe duda que tomará mucho tiempo, y luchas, antes de que la sociedad chilena sea capaz de reconciliarse con la imagen de un Allende combatiente, de manera que los monumentos erigidos en su homenaje y recuerdo sean capaces de representar su verdadera conducta en La Moneda aquel 11 de septiembre de 1973. Solo entonces los chilenos habremos llegado a comprender e internalizar, por fin, el verdadero significado, importancia y magnitud de su legado, así como el de su último sacrificio.                      

 

Notas:            

1. Para un catastro de las ciudades y países donde existen recordatorios del Presidente Allende, Véase: Salvador Allende. Presencia en la Ausencia, Miguel Lawner, Hernán Soto Jacobo Schatan, (editores), Santiago, LOM Ediciones, CENDA, Fundación Salvador Allende de España, Fondation Gabriel Peri, 2008, págs. 390 a la 392.

2. Manuel Délano, «Allende vuelve a La Moneda», Chile hoy, periódico digital, s/f.

3. Norbert Lechner, Las sombras del mañana. La dimensión subjetiva de la política, Santiago LOM Ediciones, 2002, pág. 88.                                     

4. Escribe Portales, en relación a los cambios constitucionales pactados por la Concertación en 1989, y su aceptación explícita de la Constitución del 80, así como de los principios de la economía neoliberal: «Lo que sí es indesmentible es que tales concesiones fueron silenciadas, tanto por sus beneficiarios (la Derecha) como por sus perjudicados (La Concertación). De tal manera que en un sentido amplio, es perfectamente lícito hablar de un pacto secreto». Felipe Portales, Chile: Una democracia tutelada, Santiago, Editorial Sudamericana, 2000, pág. 45.  

5. José Zalaquett, ¡Vaya homenajes!, El Mercurio, domingo 3 de agosto de 2008.

6. Lo más curioso es que, incluso, en las representaciones escultóricas de Allende hechas y erigidas en el extranjero, se ha seguido este mismo patrón de mitificación de su figura. Hasta donde nos ha sido posible establecerlo, no existe ni una sola escultura, o monumento, a Allende, hecho fuera de Chile en el que haya sido representado portando su legendario fusil de asalto Kalashnikov AKMS.                                         

 7. Existe un enorme monumento al Presidente en la comuna de San Joaquín, inaugurado el 2011, al cumplirse los 103 años de su nacimiento, se haya ubicado en la intersección de las avenidas Salvador Allende y Las Industrias. Obra del escultor Oscar Planidura, está hecho en granito blanco, y pareciera representar a Allende el orador afirmado sobre un podio, al pie del cual se encuentra inscrito el texto completo de su último discurso.

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