Diciembre 26, 2024

“La esperanza es la parafina del pobre” (Ernst Bloch)

Este filósofo alemán, autor  de El espíritu de la utopía, vestigios y el  principio de la esperanza, (1959) y de muchas otras obras maestras, que sería largo de citar en esta columna, fue uno de mis autores predilectos cuando orientaba mi búsqueda en el “diálogo entre marxistas y cristianos bajo la idea de los horizontes de utopía”. Hoy, de solo pensar en los sueños despiertos viene a convertirse en una verdadera herejía: de inmediato, eres clasificado de marxista, anarquista y hasta iluso y soñador.

 

 

                Nada ganamos con probar que la crisis institucional ha llegado a su culmen, que la élite está moralmente putrefacta, que más del 80% de los ciudadanos rechaza a los Cardenales Errázuriz y Ezzati y que un porcentaje similar opina que encubre actos reñidos con la moral y que la jerarquía eclesiástica es un “nido de víboras”, donde se tejen las más miserables e inimaginables intrigas, en fin, donde “el poder absoluto (de la Iglesia)  corrompe  absolutamente”. Sería iluso pensar que el poder monárquico presidencial y su corte parlamentaria, los jueces y  magistrados del poder judicial y las iglesias, mucho menos el ejército y las fuerzas armadas hagan un mea culpa ante la ciudadanía por los abusos cometidos. Las instituciones, de por sí, son conservadoras e, incluso, pretenden ser eternas.

                Se han dado casos en la historia, sin embargo, que después de una gran catástrofe, por ejemplo,  la peste bubónica, (1346-1361),  diezmó a una población de 80 millones  de europeos, equivalente al 60% de la población pero, según algunos historiadores,  esta epidemia y la reducción de la población dieron paso  al  Renacimiento – como si la muerte engendrara la vida y la grandeza –  de una época que  legó a la humanidad el humanismo, los grandes descubrimientos científicos y el pensamiento político moderno con Maquiavelo. (Me permito sugerir la lectura de El Decamerón, de Giovanni Boccaccio a quien le interese la literatura de la época de la peste en Florencia).  

                En el artículo anterior me propuse resaltar el aporte que el Concilio Vaticano II hizo a la Iglesia y sobre todo, el de los auténticos pastores con “olor a oveja”; en el de hoy me voy a referir al valor de algunas de las  víctimas de los abusadores de los repugnantes curas pedófilos que, como en el caso de Fernando Karadima, se ufanaba de ser amigo del Padre Alberto Hurtado cuando este santo ni siquiera lo conocía. Es muy triste constatar que un buen número de obispos no sólo fueron discípulos de esta bestia abusadora, sino que también sus cómplices. Las cartas “filtradas” a los medios de comunicación, donde el mismo Cardenal emérito, Francisco Javier Errázuriz trata, con mucho cariño al abusador Karadima, incluso, intenta convencerlo de que es un premio su reemplazo en el cargo de párroco de la iglesia de El Bosque y, muchos de los términos de estas lindan en el encubrimiento de graves delitos de abuso sexual.

                A estos cardenales les va a llover sobre mojado: luego de la película El bosque de Karadima, ahora se exhibirá una teleserie que permitirá que más público conozca los verdaderos alcances de los abusos de este “santito”, sus discípulos  cómplices  y  encubridores.

                Los dichos de una de las víctimas, Juan Carlos Cruz, en el último programa de Tolerancia 0, lograron emocionarme hasta las lágrimas: es impresionante el valor, el testimonio y el amor a la verdad de las víctimas que, a pesar de todas las presiones constantemente siguen denunciando los abusos de poder de la jerarquía eclesiástica, son los testigos de aquel dicho evangélico de “la verdad os hará libres”.

                Sin ambages ni temores, Cruz acusa a Ricardo Ezzati y a Francisco Javier Errázuriz de encubridores de “crímenes”, en casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes, dice que “creo que el cardenal Ezzati tiene ropa tendida. Cuando era inspector general de los Salesianos encubrió a tres sacerdotes abusadores. Los cambiaba de diócesis para que abusaran de otra gente”. Cruz también denunció el suicidio de varias personas abusadas por sacerdotes, por ejemplo, el caso de Rimsky Rojas. “Rojas, cuando se vio contra la espada y la pared, se suicidó porque no pudo más y los testigos claves han ido muriendo misteriosamente”. Las acusaciones de Cruz son muy graves y deben ser investigadas.

                Que el cardenal Ezzati presida o no el Te Deum de Acción de Gracias con motivo la conmemoración del aniversario de la instalación de la primera Junta de Gobierno – no tiene nada que ver con la independencia, menos con la república –                no me parece lo principal, pues al fin y al cabo se dirige a la jerarquía y castas políticas, que demuestran un bajo nivel moral y que son, en la actualidad, rechazadas por la ciudadanía. Mucho más grave es el viraje de la iglesia hacia la protección corporativa de delincuentes, a la mentira, al secretismo, a la intriga y, sobre todo, al abuso de poder y al servilismo frente a los ricos, dueños de Chile.

                Ante el desastre moral de las élites, están siempre los pobres que apenas logran sobrevivir en un mundo inequitativo y sin corazón, sólo con la fuerza energética de los sueños de vigilia y de la esperanza que, según Bloch, “es la parafina de la vida del pobre”.

(Me permito remitir al lector, si está interesado en profundizar en estos temas, a las siguientes obras: El espíritu de la utopía, Thomas Münzer como teólogo de la revolución; Vestigios; Herencias de esta época; El Principio de la Esperanza, Derecho natural y dignidad humana, todas obras de Ernst Bloch)

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

14/09/2015                

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