A final de cuentas, lo que Donald Trump removió con sus arteras agresiones verbales contra los mexicanos puede tener un efecto mucho más profundo, en el contexto de la política estadunidense. Dio voz a quienes habían sido marginados, como resultado de los avances en materia de derechos civiles cuyas manifestaciones racistas habían sido acalladas por una mayoría que ha luchado para superar las relaciones sociales que prevalecían en el pasado, pero que hoy ya no tienen cabida.
Con singular irreverencia, falta de tacto político y una buena dosis de histrionismo, Trump está logrando lo que por prudencia o estrategia otros políticos conservadores no se habían atrevido a hacer: romper el silencio de un amplio sector de conservadores que no estaban seguros de expresar abiertamente su repudio a la igualdad y los derechos civiles de las minorías. Una minoría silenciosa que ha despertado, no precisamente para bien de la política ni de la convivencia.
En un revelador artículo aparecido en la revista New Yorker, Evan Osnos da cuenta del papel que los grupos ultrarradicales de derecha, conocidos como White Nacionalists (blancos nacionalistas), están jugando en la campaña de Trump. Es un sector al que el precandidato republicano ha puesto nuevamente de relevancia en el plano político estadunidense, pero más relevante aún es que al mismo tiempo ha sido catalizador de un sector más amplio, que se había abstenido hasta ahora de manifestar sus temores por lo que consideran la pérdida de la identidad blanca
en Estados Unidos. En efecto, los demógrafos han planteado que para los años 40 de este siglo los blancos ya no serán mayoría en ese país y cederán su lugar a un espectro más amplio y diverso de población.
Trump ha explotado ese temor y ha puesto de manifiesto los agravios
que sectores considerados moderados también han sentido por los cambios que propiciaron las luchas de los derechos civiles. No importa si obtiene o no la candidatura de su partido, pero lo que Trump ha logrado es que ese agravio aflore en el debate de una reforma migratoria que pudiera beneficiar a millones de personas. Es difícil que una elección en Estados Unidos se decida con base en un tema migratorio; al menos la historia así lo demuestra. Lo que no es difícil es que el tema sirva de catalizador de los peores humores de muchos electores; también la historia lo enseña. Eso lo saben los precandidatos republicanos, y si no lo sabían ahí esta Trump para recordárselos. Seguramente temas como la economía, la política social y la exterior serán los que al final de cuentas prevalezcan y definan el debate. Sin embargo, quienes quieran defender la causa de los migrantes, indocumentados o no, tendrán que hacerlo con argumentos cada vez mejores y más contundentes. La solidez en los argumentos, y no las diatribas simplistas contra Trump y sus adláteres, en última instancia pueden ser más convincentes para los electores, al margen de que sean latinos, asiáticos, afroestadunidenses o blancos.