La historia no se repite: el perpetuo retorno es sólo un espejismo. Como decía el gran pensador peruano José Carlos Mariátegui, “ni calcos, ni copias”, así, el Chile de octubre de 1972 es muy distinto del actual, en pleno siglo XXI, sin embargo, es muy loable no caer en la tontería del “nunca más” pues, seguramente, las bestias fascistas tendrán otras caras y se expresarán de otra manera. Según el escritor belga Armand Mattelart, en su obra La espiral, en 1972 la burguesía fue a la escuela de Lenin, es decir, supo apropiarse de los grupos sociales y las entidades gremiales y, sobre todo, de las capas medias, desarrollando una línea de masas hasta entonces inédita en los partidos oligárquicos chilenos.
Si bien a la historia no pueden aplicarse los calcos y las copias, hay siempre constantes que, con las debidas diferencias temporales y espaciales, suele mantener una cierta continuidad de actitudes y estrategias, por ejemplo, en 1972 la derecha fue capaz de movilizar a los camioneros que, por esa época, podían paralizar todo el transporte de mercancías, en un país que sólo se conectaba de Arica a Puerto Montt por medio de esos vehículos de carga. En ese tiempo, Allende contaba con un fuerte apoyo popular, que le permitía poner en marcha la economía a pesar de la huelga empresarial y profesional. Sabemos que el de octubre terminó con el nombramiento del General Carlos Prat como ministro del Interior, y la derecha, entonces, adoptó una nueva estrategia de lucha consistente en pretender ganar las elecciones parlamentarias y así lograr los dos tercios constitucionales necesarios para acusar al Presidente Salvador Allende, con el fin de sacarlo de La Moneda – para los olvidadizos, no estaría de más recordarles que el padre del actual intendente de Santiago, de su mismo nombre, fue quien ideó la estrategia de los “mariscales rusos”, en el sentido de actuar como los rusos lo hicieron, primero contra Napoleón, luego, contra Hitler, permitiéndoles la entrada a Moscú, para derrotarlos en el crudo invierno -.
En la actualidad, el gobierno de Michelle Bachelet dista mucho del de Salvador Allende: la Presidenta si siquiera es reformista y queda chica si se le compara con Eduardo Frei Montalva, sin embargo, los fascistas no han ahorrado esfuerzos para implementar una línea de masas que les ha permitido ganar espacios en algunos sectores de capas medias y, en el caso de la reforma educacional, agitando el esnobismo y el clasismo, muy propio de estos sectores. ¿Quién no ha escuchado, por ejemplo, que los habitantes de un sector habitacional de la clase media considere “unos roteques delincuenciales” a sus vecinos de al frente? No se puede negar que la derecha fue hábil para lograr que las personas más pobres se sintieran dañadas por la reforma tributaria.
Según algunos analistas, el gobierno es su propia oposición y, pienso, no deja de tener razón, pues dicen y hacen tal cantidad de tonterías, que se pasan disparándose a los pies. A mi modo de ver – al igual que en los años 70 en que el freísmo jugó un papel fundamental en el período previo al desenlace que terminó en el golpe de Estado, en 1973, engañando a la población con eslóganes democráticos – hoy ocupan su lugar los traidores de la Concertación, grupo de personajes sórdidos que, de tanto transar con la derecha, terminaron más reaccionarios que sus maestros.
Es cierto que la derecha – llamada política – está por los suelos y sus principales líderes de prisión total a la domiciliaria , luego, a la nocturna y, finalmente al arraigo nacional, sin embargo, el fascismo de masas – no muy distinto al gremialismo de los años 70 – ahora se desarrolla bajo la dirección de una casta de nuevos ricos, que se formó durante los gobiernos de la Concertación y que eran fácilmente comprados por las grandes empresas que, salvo Penta – que sólo tenía ojos para la UDI – los demás, el reparto era equitativo según el poder electoral de las distintas combinaciones políticas, de derecha y/o izquierda.
Hoy día es casi imposible distinguir entre la casta aliancista y la de la Concertación, entre los Larraín y los Correa, los Aylwin, los Garretón; los Osandón, los Novoa y los Walker, los Martínez, los Alvear, sería loable que, de una vez por todas, ambas plutocracias se unieran para “salvar al país del marasmo”, y llevaran como candidato al “Pavo Real”, Ricardo Lagos.
Derechistas y democratacristianos son hijos de la misma madre, el “glorioso” Partido Conservador, la doctrina social de la iglesia, acomodada a su propio Cristo, ginecólogo y protector de las “vacas gordas”.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
28/08/2015