Jamás hubo la intención de realizar cambios en el actual ordenamiento. Desde el primer momento lo que hubo fue un plan para sostenerse en el poder luego que se derrumbara la Concertación y luego de la innecesaria aventura de cuatro años de un gobierno de derecha.
De no haber sido por la casualidad que hay en cada cosa que vale la pena, el mundo habría seguido su giro impulsado por la tropa de sinvergüenzas que quedó en evidencia luego de que un sujeto, uno solo, confesara la comisión de un simple delito tributario.
A partir de ese hecho del dominio de la más alucinante de las serendipias, las organizaciones que se estructuraban y funcionaban al margen de la ley, verdaderas maquinarias de la sinvergüenzura por las cuales circularon dineros que jamás lograran arquearse totalmente, dejaron un descalabro de impensadas consecuencias.
Con todo, ese escándalo no resulta ajeno al modelo mismo. Lo sucedido es sustancial a la cultura que premia la mentira, la politiquería, el engaño, la manipulación y la impunidad.
Pero la mayor desgracia para los planes de los poderosos, los nuevos y los históricos, lo trajo consigo la debacle de la presidenta Bachelet, que en el envión quedó desnudada como una persona que jamás tuvo las condiciones de liderazgo y capacidad que se le adjudicaban.
Peor aún, el equipo que tenía por función transcendente, utilizar la entelequia construida sobre la imagen de una mujer casi sobrenatural, para impulsar el poder de los mismos de siempre ahora en otra generación, desapareció en medio de boletas, facturas, dineros, negocio, chanchullos y malabares. Todo mal.
Jóvenes, atléticos, bien vestidos, educados, fogueados en el ejercicio del poder, ya habían sacado la cuenta en años y períodos y se habían repartido el botín del poder en un país en que la riqueza es cosa de tomarla con la mano, cuando cayó la noche.
Y, cual si fueran palitroques tocados por la inercia de la mala suerte, fueron cayendo uno tras otros, dejando a su paso la polvareda propia de los embusteros, traficantes, marulleros y ladrones. Encanados en su propia soberbia. Macarras de la política.
No fueron los únicos. La degradación de los supuestos representantes del pueblo, el que no ha caído lo hará pronto, ha generado una profunda y merecida repulsión entre la gente decente. Abusadores, ganadietas, aprovechadores del susto eterno de la gente maltratada, rábulas, coimeros, matasanos, han hecho fortunas mintiendo a diestra tanto como a siniestra.
Así, el escenario quedó con una derecha el suelo luego de su apabullante derrota electoral, con sus otrora rectos y honorables dirigentes reos de estafas, robos, exacciones, triangulaciones y malabares propios de sinvergüenzas y estafadores, y un gobierno en el mismo suelo, por las mismas razones.
Y peor aún, sin que haya en lontananza algún equipo de respuesta que sustituya a los que ya cayeron en desgracia. Lo realmente delicado es que no hay una generación que reemplace la podredumbre que lo domina todo.
Derrumbados los principales íconos del modelo, asistimos hoy a la increíble resucitación de cadáveres que se creían a buen recaudo en sus mortajas, criptas y ataúdes.
Y esos cuervos capaces de oler cadáveres a considerable distancia, comienzan sus vuelos en redondo para calcular en qué momento deberán caer sobre los despojos de una presidenta que ya no da más en su cargo.
Considerada por muchos de sus ex incondicionales como el verdadero escollo del sistema, ya nadie la respeta y sin que medie la más mínima consideración por la otrora líder, sus ministros hacen y deshacen y el que menos se atreve, contradice a la presidenta sin el menor escrúpulo por los medios de comunicación.
Resta preguntarse por qué la izquierda que logró rescatar al movimiento social e imponer temas que no estaban en la agenda oficial, renunció a pasar a la ofensiva.
Resulta tan curioso como inexplicable que se haya hecho tanto por acorralar al modelo y luego de tenerlo casi sin oxígeno, se le haya permitido sobrevivir por la vía de no pasar a la ofensiva allí donde no les sirven las Fuerzas Especiales de Carabineros: en sus propios espacios.
El sistema camina en el fango, pero camina. Con su líder en la bancarrota más definitiva intenta salidas que, doble contra sencillo, serán encontradas: los problemas del modelo se van a resolver con más modelo.