Al observar la obscena fotografía del cuerpo decapitado del anciano arqueólogo Jaled Assad, atado a un poste de luz en Palmira –otra imagen de la biblioteca de pornografía que el Isil produce cada semana–, me impactó darme cuenta de la profunda puñalada que el “califato islámico” ha asestado al mundo del periodismo.
No hablo sólo de los reporteros a los que ha asesinado o del pobre John Cantlie, cuyos videos desde el interior del “territorio del califato” son una saga tipo Mil y una noches de cuentos de Scherezada, cada uno de los cuales le permite un día más de vida. En realidad, las furibundas objeciones de Cantlie a la negativa de Washington y Londres a tratar con el Isil para salvar vidas de rehenes son válidas, en particular cuando los estadunidenses sí han podido liberar prisioneros talibanes a cambio de los suyos.
No. Hablo de la manera insidiosa, dramática y sin embargo casi inadvertida en la que el Isil y sus propagandistas en el negocio cinematográfico del califato –y en su revista oficial Dabiq– han invalidado y en muchas formas borrado uno de los deberes primordiales del periodismo: relatar “el otro lado de la historia”.
Desde la Segunda Guerra Mundial, los periodistas hemos tratado en general de explicar el “por qué” además del “quién” detrás de la noticia. Si no lo hicimos después del 11-S –cuando las razones políticas de ese crimen de lesa humanidad habrían necesitado un examen de la política estadunidense en Medio Oriente y de nuestro apoyo a los dictadores israelíes y árabes–, a veces hemos sostenido nuestro campo cuando se ha tratado del “terror”.
Cada vez que oímos que se describe a los palestinos como “terroristas”, intentamos explicar a los lectores y televidentes que el pueblo palestino es víctima de una gran “limpieza étnica” que despojó de su patria a 750 mil de sus compatriotas –y por tanto a sus cientos de miles de descendientes– a manos del nuevo Estado de Israel. Al informar sobre las fuerzas marxistas kurdas del PKK en Turquía, todas las cuales son “terroristas” a los ojos del gobierno turco en la OTAN, hay la obligación de hablar del fracaso de Occidente en crear un Estado kurdo después de la Primera Guerra Mundial, y de los 40 mil muertos en la desastrosa guerra de Turquía contra sus propios kurdos en los 31 años pasados. Informamos que Saddam Hussein fue llamado Hitler por George W Bush, por supuesto, pero también preguntamos por qué Estados Unidos apoyó a ese mismo Saddam en la guerra Irak-Irán.
El Isil ha cambiado todo eso. The Express ha agotado su diccionario de términos de repugnancia con el Isil. “Sanguinario”, “enfermo”, “torcido”, “depravado”, “sádico”, “vil”… esperemos que no surja otra cosa más horrible que ponga a prueba la elocuencia de ese diario.
En videos e Internet, el Isil publica con orgullo sus degüellos y masacres. Se complace en ejecutar en masa a sus prisioneros, filma a un piloto quemado vivo en una jaula y a prisioneros amarrados en un auto que sirven de práctica de tiro a un lanzagranadas. Muestra cautivos a los que se hace volar la cabeza con explosivos o atrapados en otra jaula que se sumerge lentamente en una piscina. Sus militantes se vuelven hacia el mundo del periodismo y claman: “No somos sanguinarios, enfermos y depravados. ¡Somos mucho peor que eso!”.
¿Cómo pueden los periodistas escribir con algo menos que horror personal cuando Dabiq anuncia que “después de la captura, mujeres y niños yazidíes fueron repartidos, conforme a la Sharia, entre los combatientes del Estado Islámico… este esclavizamiento de familias en gran escala es probablemente el primero desde el abandono de la ley Sharia (Número 4, año islámico 1435, si alguien quiere verificar)”? Hasta la misma revista usa la palabra “masacre” cuando el Isil asesina a sus enemigos. Se usan citas de una variedad de prelados islámicos difuntos desde hace mucho tiempo para justificar este frenesí de crueldad. Y sí, claro, nosotros dijimos lo mismo de nuestros enemigos hace cientos de años.
¿Y entonces, cómo contamos hoy “el otro lado” de la historia? Desde luego, podemos remontarnos en busca de los primeros brotes de este culto de almas perdidas hasta las décadas de crueldad que los déspotas de Medio Oriente –por lo regular con nuestro apoyo total– infligieron a sus pueblos. O a los cientos de miles de muertes de musulmanes por las que en última instancia fuimos responsables durante y después de nuestra horrenda –o “sanguinaria”, “torcida” o “vil”– invasión de Irak en 2003.
Y podemos –debemos– pasar más tiempo investigando los vínculos entre el Isil y sus amigos islamitas y rebeldes (Nusrah, Jaish al-Islam, incluso el casi inexistente Ejército de Siria Libre) y los sauditas, qataríes y turcos, e incluso el grado en que se han enviado armas estadunidenses a través de la frontera de Siria casi directamente a las manos del Isil. ¿Por qué éste nunca ataca a Israel? De hecho, ¿por qué su odio a los cruzados, los chiítas, los cristianos y a veces a los judíos rara vez, si acaso alguna, menciona la sola palabra “Israel”? ¿Y por qué los ataques aéreos israelíes a Siria siempre tienen por blanco a las fuerzas del gobierno sirio o a las fuerzas iraníes pro sirias, pero nunca al Isil?.
Y por cierto, ¿por qué los ataques aéreos de Turquía al Isil –con el gozoso apoyo de la OTAN– son muy pocos comparados con sus ataques aéreos al PKK kurdo, algunas de cuyas tropas en Siria combaten al Isil? ¿Y cómo es que la prensa turca ha publicado que un convoy de armamento fue llevado a través de la frontera siria al Isil por agentes turcos de inteligencia? ¿Acaso ingenieros turcos operan los pozos petroleros controlados por el Isil, como sostienen ingenieros petroleros sirios? ¿Y por qué los chicos de propaganda del Isil esperaron hasta este mes para denunciar –por conducto de un funcionario de bajo rango del califato– al presidente turco Erdogan, llamándolo “Satanás” y apremiando a los turcos a levantarse en armas contra su gobierno?
No es en la violencia de los videos del Isil y de Dabiq en lo que deberíamos concentrarnos. Es en lo que los dirigentes del Isil no dicen, no condenan, no mencionan, sobre lo que deberíamos lanzar nuestra mirada sospechosa. Estados Unidos, Arabia Saudita, Qatar e Israel. ¿Estamos dispuestos a ello? ¿O vamos a dejar que el Isil nos impida al fin cumplir uno de los primeros deberes de nuestro oficio: informar “el otro lado de la historia”?.
Publicado en The Independent
Traducción: Jorge Anaya