Las ‘cuentas del almacenero neoliberal no cuadran y el débito empieza a pasar factura.
Quien tenga edad suficiente para echar a funcionar la memoria y recordar los tiempos de la “guerra fría”, podrá –quizás- concordar con lo que expondré a continuación. Durante décadas se temió que las dos grandes potencias de entonces –USA y URSS- podían descalabrar al mundo con una guerra nuclear. Sin embargo, ello no ocurrió, pese a que en alguna oportunidad la situación estuvo cercana al desplome, como fue el caso de la crisis de los misiles frente a Cuba el año 1962.
En fin, el asunto que deseo rescatar se relaciona con el equilibrio del poder, ya que la fuerza -la total y portentosa- estaba dividida en las potencias mencionadas, y casi en partes iguales. Esto otorgaba algún grado significativo de tranquilidad a los países llamados “tercermundistas”, quienes podían aventurar intentos por zafarse de la potencia que los asfixiaba, sabiendo a ciencia que la otra potencia les serviría de escudo y protección.
El año 1989 todo ello se vino al suelo junto al derrumbe de los ‘muros ideológicos’, o del socialismo real. A partir de ese momento, y hasta el presente, la balanza se inclinó con fuerza hacia un solo lado: el del capitalismo. El resto de la historia (neoliberalismo incluido) es suficientemente conocida y no requiere más líneas explicativas. Bueno, eso es lo que supongo.
Si lo anterior lo trasladamos a la política local, a la historiografía partidista chilena, descubriremos la existencia de perfiles similares que podemos rescatar de aquellos años de ‘guerra fría’. Antes de que los muros cayeran, y antes también de la ocurrencia del genocidio golpista de la derecha empresarial-política-militar, la balanza se encontraba equilibrada en Chile. El escenario político se dividía, básicamente, en tres grandes sectores: derecha, centro e izquierda. Ninguno de ellos, por sí mismo, contaba con fuerza suficiente para gobernar sin requerir de los aportes y voluntades de uno de los otros dos sectores.
Hubo, claro que sí, un momento excepcional que rompió temporalmente esa realidad. Ese momento se produjo el año 1964, cuando la Derecha se restó en la elección presidencial (se ‘restó’ en los hechos concretos pues igualmente presentó –para decir ‘presente’ nada más- un candidato: Julio Durán Neumann), y apoyo decididamente al candidato de la Democracia Cristiana, Eduardo Frei Montalva, quien en cierto modo disfrutó de un triunfo pírrico ya que ese 54% obtenido en las urnas jamás tuvo su símil en el poder legislativo, donde la Derecha le quitó el apoyo tempranamente tildándole luego como “el Kerensky” chileno (si usted no sabe quién diablo fue Kerensky en la Rusia zarista, ingrese a Google y averígüelo por favor).
Esos fueron los años de los recordados “tres tercios”. Un tercio izquierdista, un tercio derechista y otro tercio del centro. Eran los tiempos donde trabajadores, pobladores, estudiantes y chilenos de a pie, contaban con la certeza y tranquila esperanza de que sus intereses estaban escudados legislativamente en ambas cámaras del Parlamento merced a la presencia, fuerte presencia, de representantes de partidos populares en ese hemiciclo. Así venía sucediendo desde el lejano año de 1925.
El golpe de estado de 1973 barrió con todo aquello, y posteriormente el lamentable ‘duopolio’ se encargó de enclaustrar toda posibilidad de representación popular auténtica en el poder legislativo y, por cierto, en la presidencia de la República. La cuestión –ala menos para los socialistas ‘renovados’ y sus socios dizque ‘progresistas cristianos’- era muy clara: gobernar a nombre del pueblo, pero nunca para el pueblo, y menos aún con el pueblo. Era lo que exigían las instituciones del neoliberalismo salvaje (Banco Mundial, FMI) y sus representantes políticos sitos en la capital de la potencia universal, Washington.
Pero, las cuentas del almacenero, una vez más, no cuadraron y la estantería neoliberal comenzó a moverse con bamboleos severos que anunciaron problemas serios y futuro incierto. Tal vez de azaroso rebote, vale decir involuntariamente, este segundo gobierno de Michelle Bachelet estaría abriendo puertas al regreso de los nunca bien ponderados “tres tercios”, esos mismos que el actual establishment rechaza y ataca.
Ello ha comenzado a mostrar sus perfiles. Algunos democristianos, socios endebles del socialismo bacheletista, pero admiradores silentes del pinochetismo ‘chicaguiano’ -como es el caso de Mariana Aylwin, Ignacio Walker, Jorge Burgos, René Cortázar, Andrés Zaldívar y Gutenberg Martínez-, anuncian la agonía del bloque que comenzó llamándose “Concertación” y que ahora, rebautizado circunstancialmente como ‘Nueva Mayoría’, se remece en estertores que preconizan la fuga del PDC (y tal vez de buena parte del ‘laguista’ PPD) a las trincheras donde les esperan miembros de esos colgajos del derechismo fundamentalista guzmaniano conocidos como “Fuerza Pública”, “Amplitud” y otros similares.
El naipe se está barajando de nuevo. La presencia totalitaria del neoliberalismo escindido (o producto) del triunfo capitalista de 1989 -ese de la balanza que cedió sus platillos a un único sector-, se enfrenta ahora a una realidad que, supongo, los ‘capos’ del FMI o del Banco Mundial o de Casa Piedra tenían presunciones de que el descalabro podría ocurrir: que el sistema neoliberal salvaje no tuviese ya nada más que ofrecer a la sociedad civil chilena, y que en ese sentido la brecha económica y el clasismo rampante siguieran in crescendo anunciando futuros peligros (para ellos, claro está).
Ante este escenario, el pavor de los derechistas y sus cipayos se centra en el crecimiento de una potencial unidad de los movimientos sociales con grupos y referentes de una izquierda extra parlamentaria que, hoy (sin duda ninguna), ya está aglutinando –paso a paso- a vastos sectores del quehacer nacional, específicamente a aquellos que se inscribieron en ese 60% que decidió no concurrir a sufragar en las últimas elecciones.
Para los socios neoliberales DC y Derecha, el tsunami izquierdista de los tres tercios se viene con olas gigantes. El sismo político ya ha comenzado.