Tres tiranos, Diego Portales, Arturo Alessandri Palma y Augusto Pinochet Ugarte han impuesto las Constituciones de 1833, 1925 y 1980, respectivamente, por la fuerza de la bayoneta: en la primera, Portales fue apoyado por el general O´higginista Joaquín Prieto; en la segunda, Arturo Alessandri se impuso gracias al golpe sobre la mesa del inspector del ejército Mariano Navarrete; la tercera, fue promulgada por Pinochet, bajo la inspiración de Jaime Guzmán Errázuriz. En los tres casos existió una alianza cívico-militar que despreciaba la soberanía popular.
Desde los filósofos de El Contrato – Rousseau, Locke, los fundadores de Estados Unidos – hasta hoy, toda Constitución debe ser validada por un plebiscito, en el cual se expresa la soberanía popular. En el caso, al menos la Constitución de 1833 fue refrendada por una asamblea de notables; las de 1925 y de 1980, por plebiscitos fraudulentos y, por consiguiente, carente de toda validez jurídica.
En 1925, la abstención fue del 42,1% de un restringido universo electoral de 302.304 ciudadanos. La forma de votar no protegía el secreto del sufragio: se hacía en base a los tres colores de la bandera – el rojo significaba que se aprobaba la Constitución, que obtuvo el 93,9% de los sufragios; el azul, por la mantención del régimen parlamentario, con el 2,21%; el blanco, indicaba si se rechazaba cualquier reforma o cambio constitucional, con el 0.48% -.
La Constitución era apoyada, además de los militares, por los partidos Liberal, Demócrata y Liberal Democrático – este último, balmacedista y, por consiguiente, presidencialista -.
Los Partidos Conservador, Radical y Comunistas eran partidarios de mantener el régimen parlamentario reformado. El primero tenía el 18,8% de la votación; el segundo, 21,4%; el tercero, un ínfimo porcentaje. Radicales y conservadores decidieron abstenerse y los comunistas votaron en contra de la Constitución.
La Constitución de 1980 fue refrendada por medio de un plebiscito, en plena vigencia de las leyes de excepción, sin registros electorales y con un poder judicial servil a la dictadura – sólo se permitió una manifestación en el Teatro Caupolicán, donde hicieron uso de la palabra el filósofo Jorge Millas y el ex Presidente de la República Eduardo Frei Montalva. La opción por la No aprobación no contó con acceso a los medios de comunicación; el voto Sí era representado por el escudo nacional y el No, por un cuadrado negro – sólo les faltó la calavera pirata -. En las mesas de comunas populares se veían, como vocales, a señoras tan empingorotadas, como la Keka Larraín, la Chepa Errázuriz, la Coca Amunátegui, y otros por el estilo; nunca la gente “bien” había tenido más espíritu cívico en nuestra historia. Después se comprobó que, en algunas provincias, había más sufragios que habitantes: de 6.271.869 votantes, 4.204.897 lo hicieron por la aprobación de la Constitución, con un porcentaje de 67,04%; por la negativa, 1.843.420, con el 30,19%.
En el año 2005, el Presidente Ricardo Lagos y sus Ministros firmaron, “con mucho orgullo” una Constitución autoritaria, solamente “reencauchada”. Pasados pocos años, la mayoría de los firmantes se muestran, con razón, arrepentidos de haber prestado su firma para semejante mascarada. Parte de la Concertación promete ahora, para las elecciones de 2013, una nueva Constitución e, incluso, una Asamblea Constituyente, es decir, derogar la de la dupla Pinochet-Lagos.
A pesar de que la mayoría de los chilenos es partidaria de convocar a una Asamblea Constituyente que redacte una nueva Carta Magna – esta vez surgida de los propios ciudadanos -, “la jaula de hierro weberiana” lo ha hecho imposible. Para reformar la actual Constitución – diseñada por el maléfico e intrínsecamente perverso cerebro de Jaime Guzmán – es necesario contar con los dos tercios de los parlamentarios de ambas Cámaras y, a su vez, con la expresa voluntad del Presidente de la república; conseguir, copulativamente, ambas condiciones, es prácticamente imposible.
Hay que buscar caminos, por consiguiente, como elegir un Presidente decidido a involucrar al pueblo en la convocatoria de una Asamblea Constituyente que, por medio de referendos no vinculantes, presione al Parlamento a convocarla. En 1991, En Colombia, el voto estudiantil, el “la séptima papeleta” forzó a la Corte Suprema a convocar la elección de una Asamblea Constituyente; en Ecuador, el Presidente Rafael Correa, siendo minoritario en el Parlamento, convocó a una Constituyente y suprimió a un desprestigiado Parlamento. Una de las fórmulas que se propone en Chile es la de la “tercera urna”, o agregar a la papeleta “Asamblea Constituyente ahora”. Mucho me temo que la candidatura de Michelle Bachelet, dominada por Camilo Escalona, deje la situación tal cual está hasta ahora.
El único antecedente histórico de Constituyente, en Chile, fue la de Obreros e intelectuales, en 1925, integrada por 45 proletarios, 20 profesores, 20 profesionales y 8 estudiantes. Este episodio fue fácilmente burlado por el demagogo y “demoledor”, como lo llamaba Ricardo Donoso, autor, entre otras obras, de La historia de las ideas políticas en Chile. Esta idea de Constituyente fue reemplazada por una Comisión grande, integrada, incluso, por trotskistas, presidida por “el pavo real” conservador Arturo Lyon, posteriormente, constructor, por parte de este partido, del Congreso Termal. Esta Comisión fue completamente inútil. Quienes en verdad redactaron la Constitución de 1925 fueron los miembros de la pequeña Comisión, presidida por Arturo Alessandri y animada por José Maza.
En las tres Constituciones, el Presidente de la República es un monarca, con mucho más poderes que Carlos V y Carlos III – de España – con la diferencia de que no es hereditario, salvo que algunas familias se reparten entre ellas el poder – Los Montt, los Frei, los Alessandri-.
La historia demuestra que mientras no haya una poderosa movilización popular, acompañada de un Presidente decidido a cambiar la Constitución, mientras no se relacione el poder de la calle con el poder político, será imposible cambiar la Constitución, sobre todo si los “borregos” siguen eligiendo los mismos personajes del duopolio.
Rafael Luis Gumucio Rivas