Más que buscar maneras de enfrentar su segundo tiempo, lo que ocupa a la Nueva mayoría es como jugar los descuentos. La caída en picada de los números tan caros para Michelle Bachelet y su entorno, es una advertencia que de no mediar una inflexión esta vez la líder hará historia por una debacle explicable y necesaria.
Es lo que pasa cuando la política se hace sin mirar el suelo que se pisa, cuando la soberbia reemplaza la crítica y cuando el voluntarismo se superpone a la realidad. Pero por sobre todo, cuando los discursos no calzan con los deseos más anidados ni con las certezas más inconfesables.
¿Por qué todo lo que hace el gobierno y que se dice y supone a favor de vastos sectores sociales, finalmente termina siendo rechazado precisamente por esos vastos sectores sociales? ¿Un hato de malagradecidos? ¿Ciudadanos burlados?
El Programa, aquella pócima que lo iba a arreglar todo y que duró casi un año antes de caer en la inutilidad, es ya un recuerdo y si acaso una referencia para tomar de ahí algún titular, alguna idea para más adelante.
De aquí en más, la gestión de los partidos políticos arrojados por la opinión ciudadana a lo más bajo en consideración, deberán hacer piruetas para obtener algún rédito en lo que queda de desplome.
Y en esa suerte de ingeniería de salvataje urgente llamado Cónclave, se trata de afirmar las lealtades que normalmente se comienzan a resquebrajar cuando la cosa no da para más y el naufragio adquiere ribetes de inminente: aquí nos morimos todos con la reina madre.
Como muchos suponían, de esa reunión no salió nada que ya no se conozca como medida de emergencia para salvar lo poco que queda y de paso, ofrecer la posibilidad para que el PC salga bien parado de la amenaza de irse de la coalición si no se respeta el Programa, lo que obviamente nadie creyó. Las alarmas que se encendieron fueron no más que fuego fatuos. De ser por lo no cumplido, ya debería haber emigrado.
El caso es que lo que se previó como el segundo tiempo bacheleteano que salvaría el legado concertacionista se pudrió con el advenimiento de la cultura de la sinvergüenzura en la que los prohombres que continuarían ese legado, fueron descubiertos, muertos y enterrados en la historia. Por lo menos, por ahora. Como se sabe, en política nunca nadie muere del todo.
Entonces lo que viene tiene el color y el aroma de lo incierto. De aquí en más, el tándem que dirige el país deberá desplegar su iniciativa para que el efecto de sus desaguisados, retrocesos, incoherencias y desatinos, tengan el menor impacto posible en aquello que realmente importa: las elecciones.
Eso de combatir la desigualdad como eje central de lo que quede, no es sino una consigna hueca e insípida.
El bacheletismo no ha dado sino un aleteo que busca ordenar la banca para lo que resta de caída.
Los que sugieren que con esta reunión cerrada a machote se recompuso del liderazgo de Michelle Bachelet intentan por la vía de verbalizar un deseo, retrotraer las cosas a los momentos de gloria. Pero la realidad indica que Bachelet no lidera nada, salvo la estrepitosa caída de sus números. Los que mandan son otros.
De ese cónclave no salió nada nuevo. A lo sumo señales que intentan recomponer a la autoridad con la gente que la sacó y que a juzgar por los números está arrepentida. Y por cierto, intentar proyectos que logren repuntar en un escenario que más malo no puede ser.
Se va a insistir en una reforma educacional alejada de sus actores más relevantes. Y se va a intentar resolver los graves problemas de la salud haciendo lo que ya ha fracasado, entre otras, la técnica del delantal de médico que, como se sabe, en este país es grito y plata.
La seguridad ciudadana se enfrentará con las mentalidades represivas del los ministros del área lo que va a significar más policías, muchos de ellos con el gatillo demasiado sensible para tiempos democráticos, y todo el resto quedará por verse.
Al parecer, no se escarmienta en una coalición que lejos de hacer historia, está haciendo el ridículo.