El Mar, tan bello como misterioso, tan sereno como terrible, tiene un extraño poder de atracción sobre las personas, dejando una profunda huella en la humanidad ya que con el correr del tiempo se han ido creando mitos, leyendas y creencias sobre océanos, mares y las criaturas, que muchas monstruosas, que los habitan.
Según Sonia Montecino, “la memoria que hay en los mitos nos pertenece a todos y todas porque es el fruto de la experiencia humana, de su creatividad y de su fascinación en responder a las preguntas del cosmos; como los sueños, los mitos siempre proponen acertijos, preguntas y no verdades absolutas, nos están llamando todo el tiempo a pensar sobre nuestra condición humana y sobre nuestra íntima y estrecha relación con la naturaleza, con la materia viviente que forma parte de la existencia.
Los Mitos y Leyendas rescatan esas historias simples de los Pueblos, unas más ricas, otras más sencillas, pero siempre relacionadas con temores y miedos a lo extraño y desconocido, especialmente, ante hechos o sucesos que afectan la vida de un pueblo lo que las transforman en expresión popular.
Detrás de los Mitos y Leyendas hay una constelación de imágenes simbólicas en las que se expresan la imaginación, las creencias, lo desconocido, el asombro y la necesidad de explicarse el mundo en que vivimos.
A veces, éstas provienen de hechos reales, sucedidos en una época remota, que, con el correr del tiempo, al contarse y recontarse se transforman, se enriquecen con elementos mágicos y adquieren dimensiones más allá de lo real, así la imaginación popular forma parte de la tradición y define la Identidad Cultural de nuestro Pueblo.
Es por eso que encontramos muchos relatos fabulosos, que es necesario rescatar y dar a conocer”.
En el blog, Urbatorvm, Criss Salazar, explica que “quizás Chile sea uno de los países con más leyendas de barcos fantasmas en el mundo, aunque la mayoría de la gente reconozca sólo casos como el Caleuche” y en menor medida “El Lucerna”, ambos en Chiloé, además del más moderno mito del lanchón “Mytilus II” (de la supuesta Comunidad Frienship) y, más al Norte frente al Maule, al siniestro “Oriflama”.
En 1913, un barco fantasmagórico ancló en la austral ciudad de Punta Arenas luego de navegar a la deriva por 23 años. La tripulación, o lo que quedaba de ella, estaba compuesta de cadáveres y los huesos del capitán se aferraban al timón como tratando de llevar la nave en contra del viento austral.
De esa historia se trata “el barco de los esqueletos”, libro escrito por Óscar Barrientos Bradasic y publicado por Pehuén Editores dentro de su colección efímera.
De acuerdo a la leyenda, en octubre de 1913 y a la hora del crepúsculo, apareció de pronto en la mar un extraño navío que parecía andar a la deriva y su marcha al garete, alertó al velero inglés “Johnston cuyos marineros le hicieron señales de luces sin que recibieran respuesta alguna. Visto lo anterior, el capitán envió a seis de sus marineros en un bote para que intentaran reconocerla y si no había indicios de estar ocupada la abordaran. Al acercarse al barco, los marinos se dieron cuenta que estaba totalmente abandonado, sin tripulación y sus velas desgarradas y hechas jirones por el viento.
“Marlborough” podían leer con dificultad cerca de su proa.
Al subir a bordo, encontraron un esqueleto completo cerca del timón que giraba ala deriva. Al inspeccionar el barco, encontraron tres esqueletos en el pañol seis en el puente y diez en los dormitorios de la tripulación.
El “Marlborough” continuó a la deriva hasta perderse por el Estrecho de Magallanes, desapareciendo para siempre al parecer durante una tormenta que siguió al encuentro, o pereciendo quizás tragado por sus aguas, o bien estrellado contra sus bordes. Nadie lo sabe con seguridad.
Según la investigación realizada por el reporte de este encuentro al registro naviero y este informó que se podría tratar que un barco, del mismo nombre, había zarpado con sus bodegas cargadas de lana y carne congelada desde el puerto de Lyttelton, Nueva Zelanda, al mando del Capitán W. Hird el 11 de enero de 1890. La nave de 1.124 toneladas, había sido construida por Robert Duncan en Glasgow y arrojada al océano en junio de 1876.
Al zarpar, iba con 23 tripulantes y 8 pasajeros. Jamás llegó al puerto de Londres y al perderse todo rastro de él se hizo una investigación que si naufragó no fue por la forma en que iba cargado sino por algún desastre natural al que se enfrentó en el camino a Europa perdiéndose en la niebla y en el baúl de los tiempos.
Sin embargo, a pesar de que la historia engancha con entusiasmo, se extraña cierta continuidad narrativa ya que el autor cambia de planos muy fácilmente y no se entregan las claves para que el lector sepa que ocurrió finalmente con el barco.
Una narración encanta en la medida en que el autor logra que la realidad se mezcle con la ficción y con el misterio, de modo que el lector pueda ir hacia enigmas que siempre han embrujado a los seres humanos como son la identidad, la libertad y la fina línea que separa la realidad con la ficción, logrando fusionarla en una sola figura haciendo que la ficción se apodere de la percepción.
De esa manera el lector se ve inmerso en un mundo fantástico donde la magia del relato lo envuelve y lo convierte en el protagonista de la trama de la historia, viendo como los personajes irreales se comportan como seres humanos, es decir como dioses y demonios mostrando el contrapunto entre el bien y el mal.
Al autor de este libro, le faltó mezclar un poco más la fantasía con la realidad porque el título prometía mucho pero, desilusiona al quedarse solo con la historia porque habría sido mucho mejor, lograr que el lector se ilusionara con encontrarse con el barco de los esqueletos en medio de una navegación por los mares del extremo austral.
Eso faltó: la magia.