El 14 de Julio recordamos un nuevo aniversario de la Revolución Francesa. Albert Soboul, uno de los mejores historiadores de ese período describe, con detalles, el paso de lo que él define como “la dictadura revolucionaria de los jacobinos” al reaccionario Termidor. Chile tiene la desgracia de haber llegado a la decadencia sin pasar por la gloria, de estar en el Termidor sin ni siquiera haber recorrido el jacobinismo. En el fondo, las famosas reformas de Bachelet, anunciadas con bombos y platillos, han quedado en la nada: fueron apenas un sueño que sólo alcanzó a inquietar, sin motivo alguno, a quienes en verdad detentan el poder.
Voltaire, que era un adorador del dinero y un gran especulador en la venta de pertrechos al ejército francés, definía muy bien el significado de un buen gobierno: aquel en que un pequeño número de personas logre que la mayoría trabaje para ellos y, además los gobierne. Este es el verdadero sentido del poder, tan bien explicitado por Maquiavelo y Max Weber – en El Príncipe y en El político como vocación, respectivamente. Para los curas y los ricos pechoños, poco importaba que Voltaire combatiera la “infame” – como nominaba a la iglesia católica – siempre y cuando defendiera el poder de los ricos y de la clase dominante en general.
Luego de un corto devaneo con el anuncio de reformas estructurales en Chile hemos vuelto a la realidad del Termidor: los dueños de este país y los poderes fácticos, una vez superada la zozobra y destruido el joven equipo de gobierno que pretendía reemplazarlos, vuelven felices al Termidor; ahora, la economía somete a la política, pues no se puede cambiar nada porque no hay plata, y ya el reino de los jóvenes políticos voluntaristas ha llegado a su fin. La gran ocasión de cambiar este racista y clasista país quedó en los sueños de una especie de jacobinos de a peso – no sé quién inventó que Rodrigo Peñailillo y Alberto Arenas eran más revolucionarios peligrosos que Robespierre y Saint-Just -.
Con el reciente cambio de política todo ha vuelto a su curso natural, es decir, las reformas prometidas a la ciudadanía son enviadas al mundo de las utopías sin sentido y de los buenos deseos. Ya nadie cree, por ejemplo, que en este gobierno se aplicará la gratuidad en educación, pues bastará decir que no hay presupuesto para financiarla y que sería irresponsable implementarla; por otra parte, la promesa de una nueva Constitución se posterga para un próximo período presidencia, es decir, para nunca; las demás reformas serán sometidas a “prioridades” y a las reglas de “en la medida de lo posible” que, a falta de dinero, se transforma en la “medida de lo imposible”.
Si alguna existió un sueño de un Chile menos desigual, con educación gratuita, salud de calidad, pensiones dignas para los adultos mayores, murió en el Termidor chileno. Nuevamente, el tecnocrático ministro de Hacienda sólo tiene que mover un dedo, sea hacia arriba o abajo, para aprobar o rechazar alguna reforma, por mínima que sea.
En las condiciones actuales volvemos a los viejos tiempos de la Concertación de Partidos por la Democracia, al triunfo del partido del orden – Concertación más grandes empresarios – que es el único que puede llevar a cabo el ideal de buen gobierno, propuesto por Voltaire.
Ya la derecha hizo el experimento durante el mandato de Sebastián Piñera en el sentido de que un gobierno de ese signo político no hacía más que despertar la rebelión de los movimientos sociales, tanto estudiantiles y de trabajadores como regionales, poniendo a la orden del día la búsqueda de la igualdad y de un Chile nuevo, pero desafortunadamente, ante el fracasado gobierno de Michelle Bachelet, esta indignación popular quedó trunca.
Los “termidorianos” han aprendido que sólo el partido del orden, disfrazado de centro-izquierda, es el único capaz de evitar la rebelión social, con el infalible método de la cooptación asegurando que una pequeña minoría siga explotando a la mayoría empobrecida. El mejor filósofo del Termidor chileno es Gutenberg Martínez quien, en el extremo de la “profundidad que lo caracteriza”, sentenció, en un programa de televisión, que “la Nueva Mayoría ha dejado de ser mayoría”, y sólo le faltó la frase de Voltaire, que estaría destinada a cultivar su jardín. ¡Cuántos años más deberemos soportar la mierda del Termidor chileno?
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
16/07/2015