A muchos les causa estupor, impotencia y rabia. Dos semanas después de ganar la Copa América con un extraordinario comportamiento en las gradas, Chile vuelve a estar en la palestra por partidos suspendidos por culpa de la violencia generada en las barras bravas. Y se quedan con el presente sin darse el tiempo se repasar cómo fue que llegamos a esto. Cuando la respuesta está ahí mismo, frente a los ojos de todo aquél que tenga más de dos dedos de frente.
El fútbol es por estos días una mafia y quien quiera negarlo peca de inocente o tiene intereses involucrados. Pero está lejos de ser la mafia que todos creen, esa de grupos postergados ganándose un espacio en la sociedad por medio de una camiseta en una gradería apartada como fortaleza de indigentes. El titiritero está más arriba. Y es el mismo que te vende ese modelo de comodidad e inseguridad que te hace gastar en el mall como panorama de domingo o te alienta por medio de las noticias a poner seguridad en tu reja y vivir confinado, con persistente miedo. Es el modelo del consumismo el que se impone.
La fórmula fue simple. Quebrar clubes –los que aún no tienen directivos que contratan jugadores y entrenadores de cierto corral que dejan las ganancias entre pocos- y llevarlos a formar sociedades anónimas manejadas por pocos y donde el émbolo es un canal de televisión –CDF- manejado por los mismos dueños de la actividad, los que apelan a la emotividad de un espectáculo con barras coloridas y de identidad estándar. Entonces, te vas a la multitienda, compras la camiseta, te aprendes los cánticos y corres el fin de semana a buscar un televisor para apoyar a tu equipo. Y con suerte, vas dos veces al año a las gradas para sentirte más hincha.
El resto es simple. Un doble discurso de criticar a las barras bravas pero servirse de ellas para que ir al estadio sea una notable incomodidad. ¿Cómo se explica usted que estas mismas hinchadas se trasladen por el país con entrada en mano y puedan entrar bengalas y bomba de ruido cuando a uno le requisan hasta el encendedor cuando se acerca al estadio? Simple. Las barras siguen estando subvencionadas por mandamases que alientan a sembrar una especie de adoración terrorífica. Las admiras pero no vas a tablón por temor a que te llegue un botellazo por usar la camiseta del equipo contrario.
Todos somos cómplices. Permitimos este desastre porque es más fácil echarle la culpa al flaite que en la calle te dice “tío, deje una moneda pa’ ver al bullita” que poner en jaque al sistema. Es cierto cuando se dice que las barras bravas son el reflejo de la sociedad de hoy pero se equivocan en el enfoque de apuntar al más débil cuando las medidas de mitigación deberían venir desde arriba.
El plan Estadio Seguro nació muerto porque es una cortina de humo que busca esconder los intereses mayores. El fuero interno nos dice que eliminando las barras se acaba el problema como en Inglaterra y somos incapaces de ver que el modelo importado en Chile no es el británico, sino el argentino, el mafioso, ese que hoy tiene jugando partidos sólo con hinchadas locales. Ese que atenta contra tu derecho a ir al estadio cada domingo.
Y si le sumamos la vista gorda de los gobiernos que usan al fútbol como catapulta para obtener popularidad entonces estamos hasta sepultados en el fango. Esto no va a cambiar porque el poder establecido no le conviene que cambie. Por más que los futboleros sigan alzando la voz ante la violencia en los estadios, sentados en su cómodo living despotricando su pasión frente al frío televisor…