Noviembre 23, 2024

Fallece el último armero español que llegó en el Winnipeg en 1939

Nunca perdió el amor por su patria, ni su marcado acento español. Tras más de 70 años viviendo en Chile, sus cenizas volverán a España, la tierra donde nació y por la que luchó junto Ejército Popular de la República durante Guerra Civil Española (1936-1939). Marcelino Cabañas, el último armero español que llegó al país en el vapor francés Winnipeg huyendo del Generalísimo Francisco Franco falleció a los 95 años.

 

 

Tenía sólo 17 y ya militaba en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), cuando este manchego, que por el año 1936 vivía con su hermana Rafaela en Madrid, en el barrio obrero de Cuatro Caminos, escuchó por la radio el bando de la República española que llamaba a defender la nación tras el alzamiento militar que comenzó en la ciudad de Melilla y se extendió por diversas guarniciones del Ejército; golpe al que se sumó y después encabezaría el Jefe del Ejército de Marruecos, Francisco Franco Bahamonde.

 

Cabañas se alistó a defender la Segunda República Española bajo el gobierno de Santiago Casares Quiroga, quien se habría negado a entregar las armas a las organizaciones obreras. Sin tener nociones de empuñar un fusil, Marcelino fue destinado como armero de tanque en el Quinto Regimiento de Madrid.

 

Luchó en la conocida batalla de Teruel. A principios de 1938 las fuerzas republicanas cercaron el territorio sublevado en la provincia de Aragón y conquistaron la ciudad mientras los últimos bastiones franquistas se rendían. Sin embargo, en febrero de ese año las tropas del Franco se haría con la ciudad.

Fue en Lérida, Cataluña, cuando una bomba lanzada por el ejército alemán cayó en el tanque de Cabañas y éste sufrió diversas lesiones en el rostro y perdió la audición de su oído derecho.

 

Tras el inminente triunfo del bando rebelde, Marcelino cruzó los Pirineos junto a un grupo de españoles con destino a Francia; entre ellos iba el poeta español Antonio Machado. En el país galo fueron trasladados a un campo de concentración, “custodiado por senegaleles” como recuerda su nieta Claudia Sáenz Cabañas. “Hacían hoyos en la arena para resguardarse del frío, a veces no tenían agua para tomar y se bebían su misma orina”, señala.

 

Su destino cambió cuando escuchó que Pablo Neruda y el presidente Pedro Aguirre Cerda habían intercedido junto a las autoridades francesas para liberar a los españoles que nutrían los campos de concentración. Se inscribió para partir en un carguero llamado Winnipeg a Chile, país del que tan sólo había oído hablar porque de allí provenía el salitre con el que su familia abonaba las tierras en Recas, su pueblo natal de la provincia de Toledo, en Castilla La Mancha.

 

El 3 de septiembre de 1939 llegó a Chile, junto a más de dos mil españoles. No volvió a pisar su querida España hasta 40 años después, en 1975 cuando murió Franco. Su nieta cuenta con orgullo como una de sus tías, Rafaela, le estaba esperando con un café y un par de huevos, el mismo desayuno que presidia la mesa de su casa de Cuatro Caminos el día del alzamiento militar.

 

Marcelo Cabañas se casó dos veces en Chile. Una de ellas con Sara Sánchez con quien tuvo cinco hijos. Trabajo en diversos lugares, como panadero, tuvo su propia empresa de cecinas y fue relegado a Río Negro bajo la Ley de Defensa Permanente de la Democracia durante el gobierno de Gabriel González Videla.

 

Y a pesar de la distancia y los años, no olvidó su raíces ni los dichos de su tierra. “Más se perdió en la guerra”, “si quiere trabajo, mójese el culo”, “para llegar a viejo hay que guardar aceite en el pellejo”, repite su nieta quien asegura que el armero siempre tuvo en su corazón volver al lugar donde nació.

 

Y si nada lo impide su último deseo se cumplirá; las cenizas de Marcelino Cabañas serán vertidas en el río Tajo, el caudal más largo que atraviesa la Península Ibérica, para “seguir recorriendo España”.

 

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