La Ministra Adriana del Piano parte con un mal pie su gestión en el Ministerio de Educación. Así no se hacen las cosas. Presionando de una manera ilegitima sin considerar los acuerdos democráticos del gremio docente, sin manifestar una voluntad de negociar, exigiendo una virtual rendición incondicional de los profesores emputecidos con sobrada razón, es difícil que su gestión sea todo lo fructífera que se requiere.
Peor aún si se considera que en el horno del Congreso, por la especial intervención de destacadas excepciones de sus miembros, no hay mucho espacio para sus bollos.
Si hay algo que la elite no quiere reconocer es que las exigencias sociales han pasado de la simple reivindicación, a un cuestionamiento severo del paradigma que define las políticas públicas.
Hasta ahora, el status quo ha confiado el control de sus agendas a la debilidad de las organizaciones gremiales y sindicales y a la cooptación que han hecho de ellas los partidos oficialistas que han estado con un pie en La Moneda y otro en el freno de mano de esas organizaciones.
Si ha habido una institución del Estado en estrecho contacto con la rabia de las multitudes, han sido las Fuerzas Especiales de Carabineros.
Es que se ha identificado de una manera del todo injusta la reacción airada de los estudiantes, los trabajadores y los pobladores, con una permanente violación al orden público. Y no se quiere aceptar que la protesta ciudadana pasa de sus reivindicaciones sectoriales para subir la mira y posarla en exigencias de cambios de fondo.
En el caso de los profesores lo que está en tensión no es una demanda exagerada respecto de salarios y condiciones laborales. Si bien sus exigencias pasan por ahí, no se detienen en esa estación. Desde el vapuleado mundo de los educadores, se extrae un grito que exigen cambiar el destino del país, su norte, y la manera en que se construye, por lo tanto la educación y su sentido es lo que está en discusión.
Y ante esa tensión legítima, la elite que sostiene el modelo ha encontrado abundantes puntos de encuentro entre quienes antes, no hace mucho, eran irreconciliables enemigos.
Para el izquierdista de antaño, el empresario momio y derechista ya no es el burgués que amerita el paredón.
Y la abundancia de este último ya no es una rémora inmoral de un capitalismo en declinación, sino un legítimo y cómodo sentido del disfrute de la vida.
Y para ambos, lo que pase más allá, en los dominios del sueldo mínimo, de la salud paupérrima, las previsiones malditas, y las poblaciones abyectas dominadas por la pobreza y el tráfico, es el efecto inevitable de lo moderno, externalidades que se corrigen por la vía del mercado o de la eficiencia policial.
En este escenario los medios de comunicación han jugado su rol en la instalación de esto que hoy muestra rasgos de una crisis severa. Se han dado mañana para establecer un verdad perfecta: las cosas son así, y más allá de esta economía, es decir de esta cultura, no hay nada posible: solo caos y tragedia. El finis terrae.
La fuerza de la opinión machacona aunque desprovista de verdad y rigor, es capaz de crear certezas inamovibles. Veamos no más el caso tan actual como recurrente:
Panelistas del programa Tolerancia Cero, desplegando en horario prime su más perfecta ignorancia, no se arrugan para certificar que el problema de los profesores, en una huelga según ellos inmoral, ilegitima y cobarde, no se quieren evaluar. Tal cual.
Todo eso a pesar de que la evidencia de todo lo contrario se puede encontrar leyendo la prensa.
Pero lo que queda es la magnificencia de una ignorancia que no es imparcial.
La Ministra del Piano traía entre sus prevenciones una mano dura que no duró mucho. Instruida por su antecesor, aseguró que no se reuniría con los profesores en huelga minutos antes de decir que sí lo haría.
También traía en sus bártulos la idea propia de los prepotentes que consideran que allanarse a soluciones consensuadas es sinónimo de debilidad. Como si ser débil fuera un pecado. Una afrenta. Un baldón.
La presión de la caldera social, atizada por actitudes como la debutante ministra y casi por todos sus colegas del gabinete, están llevando las cosas a una crispación tal, que de aquí a poco ya será posible hablar de un Paro Nacional que sume en un solo movimiento de protesta generalizada, a todas las protestas sectoriales que comienzan a encontrar un derrotero común.
Hay que recordar que los partidos oficialistas ya no tienen mucha maniobra al interior de las organizaciones gremiales, y el Partido Comunista, fichado en el supuesto de su fuerte presencia en ellos, ha ido perdiendo fuerza social en relación directa con lo que ha ido ganado en posicionamiento y puestos de trabajo en el aparato del Estado.
Para cuando la arrogancia permita el paso del sentido común quizás ya será tarde.
La nueva Ministra parece no tener habilidad para el cargo, aunque demuestra labilidad para la política. Y eso es bastante serio si se considera que ya no quedan muchos candidatos a cargos de esa envergadura y queda aún un largo trecho, cuesta arriba, áspero, seco, triste, solitario y final.