La intromisión burda e ilegítima de los partidos de la Nueva Mayoría en un gremio autónomo como el Colegio de Profesores, llegó a niveles peligrosos. Sus representantes y militantes en ese Gremio intentaron superponer la necesidad de resultados de un gobierno que yace demolido en La Moneda al año y medio de su gestión, a los intereses de sus asociados, en medio de la más grave crisis política e institucional que se tenga memoria.
Peor aún, la Presidenta de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados, se dio tiempo para hacer una gira por numerosos colegios de Santiago para intentar bajar el paro indefinido. Circuló también un video en el cual este mismo esfuerzo de intromisión ilegítimo se ve expuesto como un simpático y distendido juego de pimpón entre la diputada Vallejo y el diputado Giorgio Jackson.
¿De qué se trata esta puesta en escena? ¿Corresponde que dos autoridades legislativas intervengan abiertamente en un movimiento resuelto por medios democráticos en una organización supuestamente autónoma y democrática?
Resulta del todo inadecuado que políticos intervengan en las decisiones de las organizaciones gremiales. Esas conductas violan los principios de las organizaciones y su autonomía y por mucha desesperación que haya en los círculos del oficialismo, no es a los colegios movilizados a los cuales hay que ir con propuestas y posible soluciones. Más le valdría a los diputados jugar pimpón en el MINEDUC o derechamente en el Palacio de La Moneda.
Habrán retirado ya el simpático video con el jueguito de paletas y pelotas. Como resulta obvio si se atienden los resultados de la Asamblea de los profesores, la aplastante votación con la que los docentes deciden continuar con su movilización, la estará indicando que un set no fue suficiente.
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Da la impresión que el asunto que les quita el tiempo a los parlamentarios amerita una solución algo más compleja que la simple enumeración de cosas que precisamente esa comisión corrigió del proyecto original.
Reiteradas veces dirigentes que lideran el movimiento huelguístico de los profesores, han señalado su valoración por el aporte que se hace en el documento de la Comisión de Educación de la Cámara. Pero de igual manera han dicho que aún así, el proyecto tiene un alma que colisiona con lo que piensan y creen profundamente las profesoras y profesores de Chile.
El mal ejemplo de Vallejo y Jackson retrotrae la reflexión al rol de los partidos políticos en el movimiento social.
Por muchos años las maquinarias partidistas se han repartido el usufructo de las organizaciones de trabajadores, ordenando su funcionamiento para intereses que casi nunca coinciden con los de sus asociados, lo que ha terminado en muchos casos con agrupaciones gremiales esmirriadas, divididas o simplemente extintas.
Resulta legítimo y necesario que los trabajadores tengan una opinión, una opción politica, en especial sus dirigentes, por cuanto es la politica la que determina las vidas, las condiciones laborales, las económicas, culturales y de todo tipo.
Lo que resulta inaceptable, más aun en estos tiempos en el que el desprestigio de casi todos los partidos políticos ha llegado a niveles nunca vistos, es poner esas organizaciones en función de los intereses de esos partidos o gobiernos.
Las organizaciones gremiales deben conservar su autonomía frente a la politica partidistas y hacia los gobiernos de turno. Esa conducta pasa no solo a ser una necesidad ética, sino que una verdadera herramienta que sirve para evitar los intentos de cooptación y de alineación con proyectos gubernamentales en los que los perjudicados son siempre los mismos: los trabajadores y sus familias.
Innumerables estadísticas y estudios hablan de lo contradictorio e inmoral del actual orden económico, capaz de concentrar en un puñado de personas riquezas inconmensurables y disponer para todo el resto, lo que queda que siempre es poco y en muchos casos casi nada.
El actual orden en que todo, incluso los derechos más elementales de la gente, se ha transformado en un negocio, ha sido posible en gran medida por la rendición incondicional de los partidos de izquierda, otrora férreos defensores de los intereses de los más humildes. Y por el amaestramiento de las organizaciones sindicales, gremiales y sus respectivas centrales, desde donde históricamente se disponían a pelear en contra de la injusticia y la explotación.
Eso ya es historia.
Hoy, al agudizarse las contradicciones entre neoliberalismo y democracia, las organizaciones sociales cobran una importancia de primer orden. Trasformadas en el lugar de resistencia de las víctimas de la economía y la cultura, son un blanco de preferencia del sistema. Se hacen y se harán esfuerzos gigantes para dividirlas y en el mejor de los casos, terminar con ellas.
Sin embargo, puede más la legítima bronca de quienes han sido olvidados, abandonados a la mala o buena suerte, dejados a expensas de los vaivenes del mercado el que, cosa curiosa, siempre favorece a los mismos.
Las organizaciones sociales que representan a la gente afectada por la cultura neoliberal debe ser capaz de distinguir entre quienes son sus verdaderos amigos y representantes, para separarlos de aquellos que levantan el puño como un tic aprendido, pero que no les dice nada, ni a ellos ni a nadie.