“Siglo veinte cambalache, problemático y febril / el que no llora no mama / y el que no afana es un gil…” así decía ese gran poeta del tango Enrique Santos Discépolo (Discepolín) allá por 1935 en su emblemático tema “Cambalache”, una descripción anarquista del mundo y la sociedad que hoy parece más vigente que nunca. Aunque Discepolín nos dice también que el “mundo fue y será una porquería” y “en el 2000 también” sólo habría que agregarle que los males que él veía en el siglo 20 siguen tan vigentes hoy que nos adentramos ya en la segunda década del 21.
Naturalmente los versos de Santos Discépolo vienen muy apropiadamente cuando uno se entera de todos los escándalos de corrupción que se multiplican por el mundo. Chile por cierto en un lugar muy destacado, pero no es el único caso. Me apresuro eso sí en ponerme a resguardo de toda insinuación de que quiera minimizar la corrupción chilena por el expediente de aducir que tal situación es común e incluso mayor en otras partes del mundo. Quienes así lo piensen deben recordar eso de “mal de muchos, consuelo de tontos”.
¿Hay súbitamente un mayor índice de corrupción generalizada o lo que sucede es que hoy día el escrutinio sobre las personas en posiciones de poder político o económico es mayor y por lo tanto hay más posibilidades de “pillar” a los infractores, al menos a los más conspicuos? Difícil saberlo ya que no parece haber muchas estadísticas sobre el tema. Por un lado es posible pensar que dado que en tiempos recientes la riqueza circulante ha aumentado considerablemente al mismo tiempo que el rol del estado en todos los países se ha extendido, hay en verdad más potenciales recursos (un mayor botín) disponible a quienes los manejan, sea de manera directa (altos burócratas y tecnócratas que administran los negocios de cada estado) o indirecta (los políticos, sean gobernantes o parlamentarios que toman las decisiones sobre esos recursos). Y los casos de corrupción no se observan sólo en los estados sino también en organizaciones supranacionales como la ONU y más recientemente la FIFA (y estoy seguro que si hurgan en otras entidades que manejan grandes capitales como el Comité Olímpico Internacional van a encontrar situaciones similares).
Sumado a esto se debe considerar la verdadera explosión de consumismo en prácticamente todo el mundo, algo que sin duda tiene que ver con el fortalecimiento del capitalismo como sistema económico global. Como manera esencial de reproducirse y perpetuarse el sistema capitalista estimula el afán de consumo a un nivel obsesivo. El deseo de consumir se hace infinito, y por ende el de ganar dinero sin mayor consideración a cómo lograrlo. Las restricciones éticas son relativizadas o derechamente abandonadas.
Y los casos abundan en todos lados aquí mismo en Canadá—un país admirado en muchas partes por su alto nivel democrático—hace ya un año que hay tres senadores suspendidos de sus funciones por hacer pasar gastos personales como si hubieran sido hechos por el ejercicio de su función como parlamentarios (los senadores en Canadá no son electos sino designados por el primer ministro de turno, por cierto una incongruencia en un estado democrático que ha llevado a que hoy haya un fuerte movimiento que reclama simplemente la abolición de esa cámara que en cierto modo es comparable a la Cámara de los Lores británica). En el caso de sólo uno de ellos hay más de 150 mil dólares injustificados. Pero no es el único escándalo en éste, uno de los siete países más desarrollados del mundo, en la actualidad hay un sujeto detenido en Panamá aguardando extradición a Canadá por haber recibido una coima de 22 millones de dólares en la adjudicación de la construcción de un moderno súper hospital para la Universidad McGill aquí en Montreal, hospital del cual él era director. Y por supuesto las cifras se multiplican en otras latitudes, el finado Carlos Andrés Pérez en Venezuela se largó con 50 millones de dólares, aun investigan cuánto recibió el ex presidente francés Nicolas Sarkozy, Alberto Fujimori está en prisión pero sus millones no parecen haberse recuperado. Y para los admiradores de Estados Unidos mejor ni empecemos a revisar los millares de contratos irregulares, especialmente en las adquisiciones para sus fuerzas armadas (en una oportunidad en los años 90 el precio unitario de una partida de martillos fue de varios cientos de dólares) y aunque todos recuerdan la salida en desgracia de Richard Nixon, pocos quizás recuerden que antes él tuvo que reemplazar a su vicepresidente Spiro Agnew procesado y hallado culpable de varios ilícitos.
Naturalmente alguien dirá al observar estas cifras que al fin de cuentas las coimas y cohechos de los protagonistas chilenos de similares escándalos son más bien rascas, coimas “reguleques” como diría la ex directora de la Junji en los tiempos de Piñera. Pero naturalmente el aspecto esencial de los hechos de corrupción no son los montos de las eventuales coimas y otras irregularidades sino el hecho que ellas se produzcan. No vale la pena entrar a racionalizar las situaciones diciendo que estos escándalos son de poca monta, o que los involucrados son pocos en relación al total de políticos activos en la sociedad chilena, tampoco tratar de ampararse en que los casos están siendo sometidos a investigación y aferrarse entonces a la consigna de que Chile no es un país corrupto. La verdad es que esas defensas no convencen a nadie.
Por otro lado cabe distinguir las acciones que concertadamente algunos dirigentes políticos parecen haber diseñado para financiar a los que organizaron la llamada pre-campaña de Michelle Bachelet, incluyendo viajes a Nueva York para contactarse con la entonces potencial candidata; y aquellas acciones en las que el único propósito fue el de beneficiarse personalmente. En el primer caso estarían Rodrigo Peñailillo—el más prominente de los organizadores de la pre-campaña—y una serie de los que hasta mayo fueron asesores importantes del gobierno (y de los que súbitamente como en el caso del famoso Fernández del “Zorro” Iglesias, “nunca más se supo”). En el segundo caso, estaría como más representativo el renunciado Ministro Secretario General de la Presidencia Jorge Insunza (“el Breve”, aunque también otros lo podrían llamar “el Breva”).
En última instancia, de haber primado un mejor criterio, ambas situaciones bien pudieron evitarse. Recuerdo que en tiempos ya un tanto pretéritos, cuando uno hacía política, lo hacía sobre la base de que era un trabajo voluntario, no pagado. Cierto es que hoy en día la política se ha tornado más y más una labor profesional que requeriría tiempo completo. Pero, aunque en menor grado, así era el caso también en los antiguos partidos obreros y entonces de los salarios de aquellos que trabajaban y que podían contribuir se recogía un monto, la “cotización” con lo cual se pagaba a aquellos compañeros que dedicaban todo su tiempo a la labor política. Como alguien en una de las redes sociales sugirió, esta vez bien se pudo pedir una contribución a los numerosos parlamentarios de los partidos que hacían la pre-campaña a fin de financiar a aquellas personas que estaban dedicadas a tiempo completo a elaborar el programa de la candidata, a diseñar sus pasos tácticos y a encontrarse de vez en cuando con ella en Nueva York, en lugar del retorcido mecanismo de financiamiento ideado por Giorgio Martelli a lo mejor con la legítima intención de ayudar, vaya uno a saber, pero que al final ha terminado por poner un manto de duda sobre todo el movimiento que llevó a Michelle Bachelet a la presidencia por segunda vez (digo esto porque los montos que según el diario La Tercera recibieron los activistas de la pre-campaña fueron relativamente modestos, aunque como ya he dicho si era necesario pagarles, mejor hubiera sido que ese dinero saliera de los propios partidos que propiciaban el regreso de la presidenta) . Peor aun, estos manejos poco claros han permitido a la derecha colocar todas las situaciones en un mismo plano, como si los hechos comprobados de transferencias ilícitas de fondos a candidatos principalmente de la UDI y las a veces humillantes requerimientos de algunos de ellos (“un raspado de la olla”) fueran equiparables a las acciones más bien desprolijas cuando no anti-éticas de algunos de los acusados cuya salida del gobierno por lo demás sólo sirvió para reforzar al sector conservador de la presente administración. Excepto el caso del ex ministro Insunza donde efectivamente su ambición “rompió el saco”, lo cierto es que hasta ahora el mayor—y por cierto importante—cuestionamiento ético a los financiamientos recibidos por el equipo de la pre-campaña de Bachelet es que uno de los principales contribuyentes haya sido ni más ni menos que el yerno de Pinochet, quien por lo demás se hizo de la otrora estatal Soquimich mediante procedimientos muy poco claros. Esto me lleva a una pregunta hipotética—ya que el tema ni siquiera ha sido planteado—pero si lo hubiera sido: ¿Podría este gobierno en estas condiciones haber lanzado una investigación a fondo de cómo las empresas del estado fueron privatizadas en la época de la dictadura?
Al final uno bien puede afirmar con Discepolín que en realidad “los inmorales nos han igualao…” que las fuerzas de Izquierda que otrora podían exhibir una faz limpia ante la ciudadanía han caído también en una serie de manejos dudosos. El Partido Comunista que en esto era muy puntilloso todavía no da claras explicaciones sobre qué pasó con la Universidad Arcis y cómo se lucró con ella, aunque la pregunta debería ir aun más al fondo del tema: ¿por qué el PC habiendo sido crítico de todo ese proceso de proliferación de lo que se ha llamado “universidades privadas chantas” se sumó entusiastamente a ese negocio? El caso Caval que de algún modo afectó a la propia presidenta puso en entredicho las condiciones éticas de su hijo y qué decir de su nuera, embarcados en una especulación financiera con presuntos rasgos ilícitos también. Hace unos días me entero que ese episodio desata también otras acciones que ponen en duda valores otrora importantes como la lealtad a quien como camarada de partido ocupa la presidencia del país: el diputado socialista Juan Luis Castro, un incondicional del cuestionado ex senador Camilo Escalona súbitamente salta a la palestra con supuestas revelaciones que probarían el tráfico de influencias en el escándalo de Caval, tan cercano a la presidencia. Uno bien puede sospechar que en este caso Castro actuando como peón de Escalona se toma venganza por el supuesto apoyo indirecto de la presidenta a la lista que venció al ex senador en la interna del Partido Socialista y de paso intentar destruir definitivamente la imagen de la presidenta. El objetivo a largo plazo podría ser el reflotamiento de la alianza PS-PDC como pilar de la coalición y posicionar como carta presidencial a algún personaje afín a ese sector más conservador de la Nueva Mayoría, el DC Ignacio Walker o el PS José Miguel Insulza.
Pero el clima de corrupción no sólo se advierte en lo que hace a los manejos de dineros sino también en lo que pudiera llamarse la corrupción mental, algunos lo llamarían un proceso de idiotización masiva principalmente a través de la farandulización de los acontecimientos de toda índole. Proceso que no es casual sino que obedece a una estrategia para que la gente no se percate de los temas que realmente afectan a la sociedad desviándose en cambio hacia las cosas más irrelevantes.
Uno efectivamente puede ver “llorar la Biblia contra un calefón” cuando observa la banalización de la información y su reducción a reacciones emocionales vacías de contenido, desde la tontería mediática en torno a los bebés del príncipe Harry y su esposa en Gran Bretaña y el resto del mundo, sin olvidar todo el circo en torno a la trágicamente fallecida princesa Diana, hasta la tontería de los medios en Chile en torno al accidente sufrido por el futbolista Arturo Vidal.
Aquí en Montreal donde tengo la oportunidad de ver TV Chile, la red internacional de TVN, llega a ser vergonzoso observar la ridícula explotación hasta la saciedad que ese canal hizo de un hecho meramente policial. Cierto es que el canal público chileno tiene que competir también con los canales comerciales apelando al mínimo común denominador de inteligencia de los televidentes, pero el manejo farandulero del tema terminó siendo agobiante (como único episodio a destacar, el reportero que TVN envió a las calles de Santiago a recoger opiniones del público sobre el “caso Vidal” en un momento dado encontró una respuesta inesperada: alguien le dijo que con tantos problemas realmente serios en Chile “¡a quién le importaba el choque de un futbolista!” el azorado reportero lo cortó rápidamente y arrancó hacia otros transeúntes más dispuestos a seguirle el juego farandulero).
“Lo mismo un burro que un gran profesor…” dice el tango “Cambalache” en otro de sus versos. No sé si en Chile queden aun “grandes profesores”, los sueldos miserables y la baja consideración social de la profesión magisterial no constituyen justamente un incentivo para que los jóvenes abracen la carrera de enseñar, ni siquiera la otrora más prestigiosa enseñanza a nivel universitario atrae hoy en día en Chile a muchos interesados, al menos en las universidades privadas (la mayoría) la falta de jornadas completas ha importado a ese nivel educacional la vieja práctica de la enseñanza secundaria del “profesor taxi”, el que por no tener suficientes horas en una institución tiene que deambular por varios establecimientos para hacerse un sueldo aceptable. Eso sí, “burros” parecen no faltar, el lector imagine donde se los encuentra.
Definitivamente el viejo tango de Santos Discépolo nos continúa advirtiendo de qué mundo es el cual en que estamos viviendo, aunque claro si no queremos sumirnos en la tristeza de lo que parece inevitablemente oscuro y fatal, no estaría de más recordar que a pesar de ello aun otro mundo es posible (o al menos debería serlo, porque ¿qué hemos hecho para que este mundo se merezca a todos esos sinvergüenzas que pululan como moscas por todas partes?)