Con una mirada crítica hacia el proceso político que vive Ecuador desde hace ocho años, conversamos con el periodista Pedro Armendariz acerca de su reciente visita a aquel país.
¿Cuándo fue la primera vez que estuviste en Ecuador?
Viví en Quito del 70 al 72, tenía dieciocho años cuando llegué, en abril del 70. El pasado mes de abril, que estuve allá, hacía justo cuarenta y cinco años, que han pasado volando. Entre medio he vuelto al menos diez veces, algunas por varios meses y otras por semanas.
¿Cómo recuerdas al Ecuador que conociste en 1970?
Bueno, lo más importante es el grupo de grandes y queridos amigos que tengo hasta hoy. Vivir allá me abrió los ojos hacia el continente, la presencia indígena tan importante y masiva fue muy impactante, también el centro colonial de Quito, la historia viva y presente. Viajé mucho por el país, por costa, sierra y selva, es muy impresionante la variedad y la exuberancia que generan el sol ecuatorial y las lluvias en la tierra fértil. Todo era nuevo, la cadena verde de valles andinos, la selva y la costa a un lado y otro, los contrastes geográficos, étnicos, de lenguaje y manera de ser, los serranos y los costeños, en fin, una belleza extraordinaria.
El 70 estaba empezando la explotación en grande del petróleo amazónico. Unos camiones desmesurados traídos de los Estados Unidos transportaban los gigantescos tubos para tender el ducto que va de la selva al mar. Recuerdo que mientras los camiones gringos hacían polvo y plagaban de hoyos enormes las carreteras que cruzaban el país a todo su ancho, se hablaba de que con el petróleo sí que llegaría al fin el desarrollo y se acabaría con la pobreza congénita. Desde entonces la economía ha estado fundamentalmente ligada y condicionada por los avatares y vaivenes de la extracción de petróleo y su precio de venta.
¿Y cuál crees que sería el balance de estos cuarenta y cinco años petroleros?
Bueno, es muy compleja su influencia, abarca a todo el país, a su economía, a la política y a la mentalidad de la gente. En la selva han sido afectados los pueblos ancestrales, que hasta el día de hoy se oponen y sufren la violencia del sistema. Comparto lo que escribió Alberto Acosta, en un libro que se llama La Maldición del petróleo, -está en Internet- donde analiza los efectos culturales, económicos, políticos y sociales que ha tenido el dinero proveniente del petróleo. En general, corrompe la sociedad y distorsiona la vida social, política y económica, creando una dependencia de aquella fuente que actúa como inhibidor de otras actividades económicas productivas. Luego están los pueblos afectados que para la mayoría de la población del país y del mundo, no solo al gobierno, me parece que importan poco o nada. Y la naturaleza que se ve afectada gravemente con la intervención y la contaminación.
¿Qué pasa actualmente con el petróleo en el gobierno de Rafael Correa?
Se ha incrementado su extracción, ampliando la llamada frontera extractiva, sumando nuevos territorios a la explotación, con nuevos pueblos afectados en la Amazonía.
Este gobierno ha podido traspasar límites que hasta ahora la oposición de los movimientos sociales habían impedido cruzar durante los gobiernos neoliberales. Esta me parece la mejor prueba de lo que afirma Pablo Dávalos en su reciente libro sobre el gobierno de Correa, que lleva por título “Alianza PAIS o la reinvención del poder. Siete ensayos sobre el posneoliberalismo en el Ecuador”. En él Dávalos sostiene que el posneoliberalismo no es más una vuelta de tuerca, un replanteamiento del neoliberalismo.
El caso más visible del rumbo tomado por el gobierno respecto al petróleo, ha sido la decisión de sacar el crudo del Parque Nacional Yasuni, reserva biológica habitada por pueblos ancestrales que no quieren mantener contacto con nosotros y nuestro sistema.
El gobierno se negó a celebrar un plebiscito sobre el futuro del parque, a pesar de que un gran movimiento social reunió las firmas necesarias que exige la ley para convocarlo.
La brusca baja del precio del petróleo ha cambiado el curso de la economía y será creciente su efecto en la política.
¿Cómo ha sido la relación del gobierno con los movimientos sociales?
Es una larga historia y un gran equívoco internacional. En un principio prácticamente todos sus integrantes apoyaron la candidatura de Rafael Correa el 2006, y sus primeros pasos en el gobierno a partir del 2007.
A poco navegar se empezaron a desembarcar, y ya desde hace años las organizaciones indígenas, campesinos, de trabajadores y estudiantes, viven un enfrentamiento activo y constante con el gobierno, que los combate activamente.
El propio Correa los ataca duro y parejo diciendo que son izquierdistas infantiles y ecologistas ingenuos. A los indígenas los increpa preguntando cómo prefieren seguir viviendo pobres y con la riqueza del petróleo y las minas bajo la tierra. Son dos visiones y dos lenguajes incompatibles, Correa es un modernizador a todo trance, los deseos de los indígenas, de los ecologistas, de las feministas, de los educadores alternativos, de los jóvenes le tienen sin cuidado, y los ve como enemigos, y no se equivoca.
Los movimientos sociales y las izquierdas no oficialistas, que están ambos a la izquierda del gobierno, han sido muy afectados, debilitados por la acción gubernamental, que a través de distintos medios les ha expropiado el lenguaje y los símbolos propios, y los ha reprimido e intentado borrar del mapa. Cuando Correa combate y estigmatiza a los opositores al gobierno, pone en el mismo saco a los de derechas, centros e izquierdas.
¿Y cómo viste el periodismo en el Ecuador?
El gobierno tiene una estructura de información y propaganda de gran calado, con una batería de medios de difusión y una carga de mensajes, en cantidad y contenido, abrumadora.
Para enfrentar la situación mediática adversa que se le presentó al asumir, construyó durante estos ocho años de cómodas mayorías parlamentarias, y un poder presidencial apabullante, una malla de instituciones compuesta por la Secretaría Nacional de Comunicación; la Superintendecia de Información y Comunicación; y el Consejo de Regulación y Desarrollo de la Información y Comunicación. El marco de actuación lo determina la Ley Orgánica de Comunicación.
Con este entramado enfrenta a los medios y a sus contenidos, y establece con ellos una relación bajo una lógica de dominio, estableciendo en la vida social en su conjunto una especie de supervoz oficial prominente, siempre presente en los medios, que aparece sobre el conjunto de las imágenes, informaciones, conceptos e ideas que emiten los medios en general, y en particular los más importantes del país, a los cuales fiscalizan con lupa.
Este despliegue de fuerza no ha tenido como contrapartida el florecimiento de una comunicación social popular, de medios alternativos, o de una profusión de revistas y diarios autónomos e independientes, o radios y televisiones comunitarias.
Reina una cautela evidente en los medios de oposición, y creo que no es para menos, tomando en cuenta que para el gobierno el medio que no es incondicional es simplemente un medio enemigo a combatir de palabra y de obra.
He visto al presidente Correa en la televisión, en un acto público transmitido por cadena nacional, tomar un ejemplar del diario La Hora y despedazarlo en cámara. Más tarde fui y compré tal diario para ver qué causaba tal ira, y me encontré con un periódico modesto en páginas, de oposición y de buena calidad su periodismo. A los pocos días la Superintendencia de Información y Comunicación le abrió un proceso con multa de algo más de tres mil dólares por no informar en su edición de Loja sobre la cuenta de gestión del gobernador provincial. El gobierno quiere relacionadores públicos, no periodistas, y menos críticos, esta es la verdad.
Pobres periodistas a sueldo del gobierno que trabajan escudriñando todos los días los medios tras lo sancionable de acuerdo a una ley redactada con tal fin. Imagínate que la encargada de esta tarea de control y sanción, la Superintendencia de Información y Comunicación, es quien escruta a los medios, aplica las sanciones, determina las multas y, por si fuera poco, atiende los reclamos y apelaciones que se hacen a sus decisiones y decide que hacer con ellos. Es algo inaudito.
Me llamó también la atención el carácter y el tono de la política discursiva del gobierno, su retórica extraordinariamente paternalista. Cuando un gobierno me machaca con que es un padre, o una madre como en nuestro caso, que no pega ojo velando por mi libertad, bienestar y seguridad, me atosigo y me rebelo. Tienen una tendencia a tratarnos como niños dóciles, crédulos, ingenuos, bobos que no dejamos de caer en la trampa.
O sea no solo hay un intento, mayormente logrado, de control de los actores de los medios y del flujo comunicativo. En el camino de construcción del sistema de dominación política del gobierno, así como se ha criminalizado a los dirigentes de los movimientos opositores, se lo ha hecho, con sus propias características, con los medios y los periodistas que no comulgan con el oficialismo, a su izquierda y a su derecha.