Resulta abrumadora la constatación de que en materia de torpezas y desatinos, la presidenta no ha tocado fondo.
El nombrar como Ministro a quien estaba involucrado en una millonaria danza de dineros, habidos contra toda ética, es revelador del callejón oscuro en el que se debaten sus decisiones.
Sobre todo si la ascensión del cándido Jorge Insunza estuvo relacionada con la agenda pro probidad que intentaría resolver, o por lo menos distraer a la opinión pública, de la avalancha de escándalos desatados por los dineros sucios y transversales que han comprado políticos sucios y transversales, sumiendo al sistema en la mayor crisis política de su historia reciente. Agenda que, por cierto, hiede a finado.
El caso es que el Ministro Secretario General de Gobierno no alcanzó a estar un mes en funciones y decidió irse un triste domingo de otoño, haciendo uso de los malabares aprendidos en las empresas de comunicación estratégicos en las que trabajó: luces distractoras que intentaron poner el acento en otros inmorales del mismo tinglado, lo que no le restó a él mismo su propia (i)rresponsabilidad en la rodaba.
Mientras tanto, la presidenta Bachelet en su gira europea anunciaba que aceptaba la renuncia de su colaborador en un comunicado de su equipo de prensa, fechado el día anterior, seis de junio, al de la renuncia. ¿Desprolijidad o el anuncio demoró más de lo presupuestado?
Pero quizás lo más duro para la presidenta sea el hecho indesmentible que ya no pude adjudicar a nadie sus torpezas: se le han ido terminando los tapones. A su ya discutible capacidad de liderazgo, debe agregar el hecho de que su sagacidad política, que quizás antes de estos desaguisados no era sino la sagacidad del trabajo conjunto de sus asesores, va en franca decadencia. O nunca existió.
Sus atravesadas decisiones han contribuido a esta percepción, más que la acción de sus duros cancerberos de la oposición, cruzados también por escándalos que ponen en duda sus catolicismos extremos, sus pretendidas honestidades y sus moralidades tan chivateadas.
Llegamos al escenario en que no es posible encontrar entre sus Ministros a alguien que esté haciendo el trabajo que corresponde a un liderazgo que salió entre vítores y números inalcanzables aquel no tan lejano 2010, cuando ya pensaba en su retorno.
Sus colaboradores, laborando a tono con el compromiso bacheleteano de asegurar la continuidad de la cultura a la que tanto ha contribuido, han hecho todo lo posible por echarse encima a medio mundo.
La reforma educacional anunciada como el cambio estructural más importante en decenios, ha encontrado la más férrea oposición entre estudiantes, profesores y trabajadores del área.
En medio del paro nacional de los profesores, se anuncia un paro nacional estudiantil apoyado por los trabajadores del sector educacional, que han olido la debilidad en su contraparte oficial: es ahora o nunca. Saben que el gobierno, de quedarle alguna traza de racionalidad, debería torcer su brazo y ofrecer soluciones en línea con sus exigencias. Lo contrario, será el caos.
En otros momentos históricos parecidos en intensidad dramática y ausencia de vías de solución, los poderosos han sacado miles de soldados a las calles.
El caso es que la presidenta está en una encrucijada en la que no le quedan muchas maniobras. De estar considerada la dimisión, no habría dudado en decidir por esa vía. Ya no tiene gente de su confianza en su vecindad, y quienes la han asesorado en sus últimas decisiones, no han dado pie con bola.
Ya no tiene a quien echar mano para reemplazar a su Secretario General. Si fue cierto que su amigo Nicolás Eyzaguirre la convenció de que Insunza era una buena carta, peor aún.
Bachelet no sabía lo que hacía su hijo, ni los enredos de sus Ministros. Nunca supo que su principal y más confianzudo colaborador, articulaba su retorno en gloria y majestad. Tampoco sabía que quienes trabajaban a tiempo completo en ese proyecto eran financiados con dineros que venían directamente de la cripta del tirano, ni se enteró que su pre campaña fue financiada por empresas de quienes nominalmente son enemigos jurados de todo lo que huela a socialismo.
Y según dicen sus cada vez más complicados seguidores, tampoco sabría lo de su renunciado Ministro Secretario general de la Presidencia.
Por cierto, lo que abrirá otro flanco áspero: si ya su mismísimo Ministro vocero dejara la duda de si sabía o no de los pololitos de Insunza, sería el director de Codelco el que lo aclararía por completo: la presidenta sabía en los enredos de dineros extraños en que estaba enredado su flamante ministro Insunza.
Vale la pena preguntarse qué es lo que en verdad sabe la presidenta.