El 25 de septiembre de 2014, los vecinos del barrio Yungay fuimos sorprendidos por la detonación de un artefacto explosivo en calle Erasmo Escala. ¿El resultado? Sergio Landskron Silva murió calcinado sin recibir ningún tipo de ayuda. A cambio, fue víctima de acusaciones, que lo involucraban al Caso Bombas, tomando como suficiente evidencia su origen social y problemas con las drogas, además del morbo de un país que no tuvo empacho en difundir las fotos de un cuerpo quemado, sin pensar en el padre e hija de Sergio.
El 27 de octubre se dio a conocer la inocencia de Landskron, aclarado por cámaras de vigilancia, que demuestran que el joven encontró una mochila unas cuadras más allá del lugar de la explosión, y que tomó sin saber qué contenía ésta, explotándole en las manos mientras caminaba por Erasmo Escala.
A pesar de que ya han pasado ocho meses de aquel episodio, no hay claridad de quién o quiénes son los culpables, sino solo un eco de que quizás éste fue un montaje fallido, como tantos otros que penan de dictadura esta democracia de eterna transición. ¿De justicia popular? Nada, solo un memorial que levantó la familia del joven en que se puede leer con impotencia “te extrañamos primo Checho”, y una portada del diario Las Últimas Noticias, donde se lee “INOCENTE”.
La tarde del pasado lunes 4 de mayo, Yungay volvió a amanecer sitiado. Al salir de mi casa esa mañana, me encontré con la calle Romero cerrada por Carabineros, con al menos cinco vehículos policiales de represión, y un alto número de efectivos del GOPE, Labocar y el OS-9. Una pequeña casa Okupa estaba siendo desalojada por éstos. No quiero hacer de esto una defensa de las okupas. No tengo mayor relación con éstas, y no quiero herir sensibilidades respecto a los conceptos de propiedad privada, tan intrínsecos en nosotros, sino más bien hacer una alerta de no permanecer indiferentes frente a lo que ocurra a estos jóvenes. Como vecina, puedo dar fe de que si no fuera por ellos, la casita de Romero estaría abandonada, como muchas viviendas de Yungay, que se van cayendo a pedazos por el olvido y que – al igual que otras okupas del sector – fue pintada y arreglada para ser un lugar habitable por personas, y no por basura y escombros. También quiero aclarar que nunca fue un lugar donde se escuchara carrete o se provocara la incomodidad de los vecinos, sino que se trataba de un espacio en el que se convivía sanamente con el resto del barrio, realizando talleres y cuidando el entorno.
Debo señalar que en la oportunidad, los carabineros que realizaron el operativo se mostraron – como siempre,- agresivos con los vecinos del sector, impidiéndonos circular por la propia calle en que vivimos, arrogándose autoridad sobre nosotros para impedir el libre acceso a nuestros hogares.
Cuando logré finalmente entrar a mi casa, quise mirar qué pasaba con estos jóvenes desde la entrada del edificio, y un hombre sin uniforme me obligó a entrar, exhibiendo su credencial. Se mostró prepotente y ofuscado, a lo que respondí, consultándole si acaso me involucraría en este nuevo montaje por solo haber mirado. Me respondió “puede ser”.
El martes 5, el sitio web de Radio Cooperativa publica entre sus noticias, una información que deja en evidencia lo que muchos sospechamos al presenciar el desalojo. Bajo el título “Carabineros halló plantación de marihuana en “casa okupa””, se plantea sin investigación previa la existencia de cannabis encontrada en el lugar, sumado a supuestos panfletos anarquistas y manuales para fabricar bombas molotov vincularían a sus moradores con actividades terroristas.
A partir de esta experiencia, hago un llamado a estar atentos y atentas a los alcances de este caso, que no ha recibido aún mayor cobertura, pero que sin duda será utilizado para nuevos montajes en el barrio. Del mismo modo, en que se hizo evidente que Sergio Landskron no portaba la bomba en aquél fatídico día de septiembre del año pasado, me resulta curiosa hoy la soledad del lugar, el que no se hayan pronunciado los diferentes sectores sociales ante el sufrimiento de una familia, y la triste suerte de un joven que fue víctima de muchas cosas, pero por sobre todo de la indiferencia, de una indiferencia cínica.
También resulta sugerente la posibilidad de que en un país, en el que hace pocas semanas salieron a la luz los múltiples casos de corrupción de su clase política, un nuevo “Caso Bombas” no le vendría nada de mal.
Estudiante de Historia, Universidad de Chile