Panamá.- Fue el turno de Cuba de ser escuchada en el concierto de naciones del continente americano. Y su presidente Raúl Castro Ruz se permitió que la pasión le saliera por los poros al expresar duros reproches por una historia de intervencionismo de Estados Unidos. Aunque al final reconoció que de lo que hicieron los 10 antecesores del actual jefe de la Casa Blanca, Barack Obama no tiene responsabilidad alguna.
Admitió que meditó mucho lo que iba a pronunciar en la Séptima Cumbre de las Américas. Puso y quitó palabras de su discurso muchas veces y al final improvisó. En un momento incluso se disculpó ante el presidente de Estados Unidos: Después de decir cosas tan duras de su sistema le pido disculpas. Obama es un hombre honesto. Pienso que su forma de ser se debe a su origen humilde.
Antes había manifestado su reconocimiento al mandatario por su valiente decisión de involucrarse en un debate con el Congreso de su país para ponerle fin al bloqueo comercial que todavía se sigue aplicando con toda su intensidad, que provoca daños y carencias al pueblo y es el obstáculo esencial al desarrollo de nuestra economía.
Y había reiterado su aprecio como un paso positivo por la reciente declaración del mandatario de Estados Unidos de decidir rápidamente sobre la presencia de Cuba en una lista de países patrocinadores del terrorismo en la que Cuba nunca debió estar.
Fue entonces cuando Raúl Castro endureció el tono. Obama, sentado frente a él entre otros 33 mandatarios lo miraba con los ojos bien abiertos. ¡Porque ahora resulta que los terroristas somos los que ponemos los muertos!, exclamó. Sumó: 3 mil 428 civiles cubanos muertos en operativos contrarrevolucionarios en la isla financiados por EU, “algunos de estos provocados por algunos que estuvieron por aquí estos días, como Félix Rodríguez, el que se llevó las manos del cuerpo del Che para que la CIA pudiera identificar sus huellas digitales”. Se refería a dos conocidos miembros de organizaciones armadas contrarrevolucionarias, Rodríguez y Luis Carlos García, alias Antúnez, que en días pasados estuvieron interactuando con los grupos de disidentes cubanos que asistieron al Foro Social, un espacio paralelo a la cumbre.
Un pequeño desquite
Según el reglamento del encuentro presidencial, cada mandatario contaba con ocho minutos para sus intervención. Raúl Castro advirtió de inicio: Ya era hora de que yo hablara a nombre de Cuba. Me informaron que podría hacer un discurso de ocho minutos… pero como me deben seis cumbres de las que me excluyeron, seis por ocho, 48, pedí permiso para que me cedieran unos minutitos más. Desde luego no fue uno de aquellos discursos maratónicos como los que acostumbraba su hermano mayor, Fidel, cuando fue presidente.
Antes de Castro, Obama había hecho uso de la palabra y explicó sus razones para dar el paso de normalizar las relaciones con Cuba, algo que eludieron los 10 presidentes que le antecedieron en el cargo. Dijo: La guerra fría terminó hace mucho tiempo y a mi gobierno no le interesa continuar batallas que empezaron mucho tiempo antes de que yo naciera.
Pero Raúl Castro, 30 años mayor que su homólogo de Hawaii, decidió dar una lección al estadunidense, nacido en 1961 bajo el signo del bloqueo.
Y entonces se tomó tiempo para dar un repaso a la crónica de las intervenciones de Estados Unidos en América Latina, justo la historia que Obama prefirió no revisar. Se fue hasta el siglo XIX, con la guerra necesaria que encabezó José Martí por la independencia de Cuba de España. Se refirió a la piedra angular que sigue pesando en la relación entre los dos países, asentada hace 177 años, cuando los mambises libraban ya 30 años de guerra por descolonizarse, y en la que intervino Estados Unidos. Entraron como aliados y se apoderaron del país como ocupantes, dijo en alusión a la llamada Enmienda Platt, que autorizaba la intervención de Washington en todos los asuntos internos de la isla. Desde entonces y bien entrado el siglo XX siguieron la política de las cañoneras y del buen vecino, que sembraron en el siglo XX un rastro de 20 dictaduras militares, 12 de ellas instaladas en los años 60 y 70 en forma simultánea en Sudamérica.
Leyó un memorándum secreto de un subsecretario de Estado, Lester Mallory, fechado en 1960, pero que fue desclasificado décadas después y que a la letra dice: La mayoría de los cubanos apoya a Castro, no hay oposición política efectiva, el único medio previsible para restarle apoyo interno es sembrando el desencanto y el desaliento, debilitando la vida económica, privando al país de dinero y alimentos para provocar hambre, desesperación y derrocar al gobierno.
Y llegó al momento en el que el presidente John F. Kennedy enviaba un mensaje a Fidel Castro en La Habana buscando iniciar un diálogo con el gobierno comunista, “como usted –dirigiéndose a Obama– está tratando de hacer”. Ese mismo día, 22 de noviembre de 1963, Kennedy fue asesinado.
No hubo más acercamientos entre los dos estados. Hasta ahora.
Daremos vuelta a la página, confía el presidente estadunidense
La fotografía sintetiza la carga histórica del momento. Los presidentes de Cuba, Raúl Castro Ruz, y de Estados Unidos, Barack Obama, están sentados, con una pequeña mesa en medio; el mismo formato que tienen los encuentros de jefes de Estado en la Casa Blanca. El reloj marca las 14:45 horas en un pequeño salón del Centro de Convenciones Atlapa. Son testigos ocho periodistas y camarógrafos de ambos países.
Uno, octogenario, general del ejército del único país comunista de América Latina, que casi le dobla la edad a su poderoso interlocutor. Éste, de 43 años, abogado de profesión, primer presidente afroamericano de Estados Unidos.
La Casa Blanca prefiere llamarlo charla informal y no reunión bilateral. La presidencia de La Habana no anda con tantos miramientos. Es una reunión cara a cara histórica, y así lo reconocen ambos gobiernos.
Después de la sesión de fotos sigue más de hora y media de diálogo intenso en privado. No hay temas vetados.
Lo anuncia así Raúl Castro: Estamos dispuestos a discutir todo. Pero para avanzar vamos a necesitar paciencia, mucha paciencia. De algunas cosas podremos persuadirnos. De otras no.
Entre ambos hay aún muchas barreras que superar. Lo que es evidente es que por primera vez hay voluntad política, como lo indican las palabras de Obama: Hemos llegado a la conclusión de que podemos estar en desacuerdo en muchas cosas, manteniendo un espíritu de civilidad y respeto. Con el tiempo seremos capaces de dar vuelta a la página y desarrollar una nueva relación.
En las noticias del día no figura el esperado anuncio del jefe del Ejecutivo estadunidense de que pedirá próximamente a los legisladores del Capitolio que cuando revisen –como lo hacen anualmente– la lista de países que, según ellos, patrocinan el terrorismo borren el nombre de Cuba.
A Castro Ruz lo acompañan su canciller, Bruno Rodríguez; la directora del área de Estados Unidos en el Ministerio de Relaciones Exteriores, Josefina Vidal, y dos integrantes de la Comisión de Defensa y Seguridad Nacional, Alejandro Castro Espín –hijo del presidente–, y Juan Francisco Arias.
En el equipo estadunidense figuran la subsecretaria de Estado para Asuntos Hemisféricos, Roberta Jacobson; la asesora de Seguridad Nacional, Susan Rice; el viceasesor de Seguridad Nacional para las Comunicaciones Estratégicas, Benjamin Rhodes, y el director de asuntos Hemisféricos del Consejo de Seguridad, Ricardo Zúñiga.
Más tarde Bruno Rodríguez explicó en conferencia de prensa que ambos jefes de Estado entienden el proceso de normalización plena de la relación entre las dos naciones –divorciadas durante 56 años– en dos etapas.
La primera comprende la exclusión de Cuba de la lista de organizaciones terroristas, según la visión del gobierno de Washington, y la normalización de los servicios bancarios de la oficina de intereses de Cuba en EU, bloqueados desde el año pasado.
La segunda etapa, más complicada, tendrá que abordar el levantamiento del bloqueo comercial, la apertura de embajadas en las dos capitales, el cierre de la base militar de Guantánamo, y medidas concretas para que EU deje de promover cambios internos en la vida política de Cuba.
¿Habrá una segunda ronda de negociaciones entre los jefes de Estado? La habrá, dijo el canciller Rodríguez. ¿Cuándo? Pronto, muy pronto, se limitó a decir.