No soy psiquiatra – como mi genial amigo Claudio Filippi – pero el sentido común me indica que la depresión de una persona se extiende a su entorno más cercano. Algo de este cuadro se está dando en Michelle Bachelet y su gabinete ministerial, cuyo síntoma inmediato es el inmovilismo, que les impide llegar a La moneda con entusiasmo – que es lo último que se pierde – y con ímpeto para actuar cuando el momento lo exige.
Nada más fatal que dejarse conducir por los acontecimientos, y luego esperar a que el tiempo se encargue de la solución de los problemas. Uno de los elementos “subconscientes” de esta actitud de espera dice relación con la creación del famoso Comité Asesor para la Transparencia y darle 45 días, que es mucho tiempo cuando se padece una crisis de la envergadura actual, que requiere, sobre todo, de una alta dosis de audacia, voluntarismo y decisión inmediata, cualidades que diferencian a un político del tecnócrata o del simple opinólogo.
Me parece una insensatez esconder la cabeza – a la manera del avestruz – al negar la gravedad de la crisis institucional en la cual estamos sumergidos – como lo hace el cientista político, de la Universidad Diego Portales, Patricio Morales – y, para probar su existencia, bastaría mostrar algunos datos como que el 60% del universo electoral se abstiene de votar en las elecciones; la cámara de diputados y el senado sólo cuentan con un 20% de apoyo; la Presidenta de la república, apenas tiene el 30% de aprobación ciudadana; los partidos políticos no alcanzan al 10%; en general, 2/3 de la ciudadanía rechaza el sistema político que nos rige actualmente. A este rechazo del sistema, por la incidencia moral y de poder, se agrega la iglesia católica, cuyo cardenal actual quiere convertir la Pontificia Universidad en un colegio de monjas, siútico y arribista -.
Si permitimos que la crisis siga fluyendo, más temprano que tarde nos encontraremos con un demagogo maldito – estilo Silvio Berlusconi o un modelo no muy lejano del ex Presidente Sebastián Piñera o, en su defecto, a uno audaz como el de Alberto Fujimori o, peor aún, una especie de Pinochet < que se autodenominaba “el general de los pobres”>, con ribetes aún más césaro-populistas, y por qué no, un Saúl Menem o un Color de Melo – que se apropie del poder, pues hay que recordar constantemente que los pueblos, desesperados, muchas veces eligen a este tipo de de tiranoides y corruptos.
La gente, en general, habla de populismo sin comprender a cabalidad su significado: por ejemplo, muchos creen que la contradicción principal se ubica entre el neoliberalismo y el populismo – como nos quiere hacer creer Álvaro Vargas Llosa (Jr.) en muchos de sus artículos, confundiendo el populismo con lo popular y, sobre todo, ignorando que esta corriente bonapartista es de derecha, desde Napoleón el pequeño hasta nuestros días – que es completamente falso, pues el clivaje central se ubica entre la democracia bancaria versus la democracia social y popular.
Personalmente, no pretendo dar consejos a nadie, pero sí creo que es imprescindible afrontar la crisis de la política con más política, y la de la democracia, con más democracia, lo cual equivale a tener la voluntad política de convocar, de inmediato, a un plebiscito, que instituya la revocación de mandato para todos los cargos que surjan de la soberanía popular y, además, la convocatoria, sin dilación, a una Asamblea Constituyente, cuya misión fundamental sea la refundación de la República, asesinada el 11 de septiembre de 1973.
Rafael Luis Gumucio Rivas
03/04/2015