No hay nada “verdaderamente quebrado” con respecto al pueblo israelí, ni la nación necesita ser reemplazada. La que necesita ser reemplazada es la impaciencia que nos lleva a la izquierda a considerar toda elección perdida como la prueba final de que nuestra democracia es una farsa, nuestro pasado es una mentira y que nuestro futuro está perdido.
Tel Aviv está de duelo. Los resultados de boca de urna del martes a la noche fueron desalentadores, pero el real recuento de votos con los que nos despertamos a la mañana siguiente fue aplastante. Me dirigí al supermercado del vecindario, y el encargado me saludó con el cansino y funesto asentimiento de cabeza, sin emitir palabra alguna, reconociendo nuestra pérdida compartida.
La penumbra de la mañana reflejaba no sólo la decepcionante concientización que debíamos seguir viviendo con el liderazgo nocivo e inestable del primer ministro Benjamin Netanyahu, sino la de una consternación profunda de que ya no hay más lugar en Israel para los ideales y valores que más nos importaban. Despertar con la noticia de que Netanyahu controlaba seis escaños más en la Knesset que Isaac Herzog, fueron los resultados de las elecciones que a muchos en la izquierda les impulsó a pensar de que “algo estaba realmente quebrado, posiblemente más allá de la reparación”, y que “la nación debía ser reemplazada” como lo expresó Gideon Levy de Haaretz.
Pero no es eso lo que muestran los resultados. En las últimas elecciones, la fuerza combinada de los partidos de derecha – Likud, Yisrael Beiteinu, Habayit Hayehudi, Shas y el Judaísmo Unido de la Torá – fue de 61 asientos. En estas elecciones, estos mismos partidos sumados bajaron a 57 escaños. En las últimas elecciones, el centro – Yesh Atid y Kadima – reunió 21 escaños, el mismo número que obtuvo el centro en esta elección (esta vez dividida entre Yesh Atid y Kulanu). En las últimas elecciones, la izquierda recibió 38 escaños, y en estas elecciones se elevó a 42 (si se considera a Hatnuah como de izquierda, ya que este año se plegó a la Unión Sionista de centro-izquierda). Es cierto que hacer distinciones claras entre la izquierda, derecha y centro se ha convertido en los últimos años en un tema cada vez más complicado, y la complejidad está omitidaen este análisis realizado a grandes rasgos. Aún así, estas elecciones, a pesar de que se las esté describiendo como una victoria aplastante para Netanyahu, tuvieron en realidad un giro a la izquierda.
Y eso no es todo. Estas elecciones también vieron el surgimiento de Herzog como el líder indiscutible de la izquierda, un liderazgo buscado por el sector desde el mandato desastroso de Ehud Barak que finalizó hace 14 años. Herzog siguió un proceso de reconstrucción iniciada por su predecesora, Shelly Yacimovich. Estas elecciones también vieron el surgimiento de la Lista Conjunta, bajo el notable liderazgo de Ayman Odeh, y un electorado palestino-israelí que busca, más que nunca en el pasado, unirse al discurso político israelí de una manera significativa. Estas elecciones también repudiaron la xenófoba incitación al odio del partido Yahad de Eli Yishai. Para concluir sobre las elecciones del miércoles pasado, afirmaciones de que “la nación debe ser reemplazada”, y que la política israelí se quiebra sin remedio, es no comprenderlas.
Todo esto es importante, porque la conclusión de las elecciones que el electorado no tiene remedio, descarta y menosprecia precisamente a la gente que necesitamos persuadir para producir el cambio que buscamos. Muchos han acusado a Netanyahu de mendigar votos mediante la manipulación de los temores que los israelíes sienten: miedo de los ayatolas de Irán, miedo del grupo Estado Islámico, miedo al caos sangriento en Siria, miedo de Hamas en Gaza, miedo de una Europa en la que se nos dice ya no es un lugar seguro viajar con camisetas con letras hebreas, temor que el liderazgo de la Autoridad Palestina esté jugando con nosotros.
Lo hizo, asquerosamente, y es justo echarle la culpa de eso. Pero es un error culpar a los israelíes por temer estas cosas. En lugar de soñar con “la sustitución de la nación”, lo que nosotros en la izquierda necesitamos hacer ahora es escuchar, entender y crear una nueva política de izquierda que aborde las preocupaciones reales y justificadas de los israelíes, abogando por la seguridad, por escuelas y hospitales adecuados, por un salario digno y todo lo demás.
Lo que necesita ser reemplazada no es la nación. Lo que necesita ser reemplazada es la insistencia arrogante en afirmar que los israelíes que aplaudieron el discurso de Netanyahu en el Congreso son tontos y crédulos. Lo que necesita ser reemplazada es la condescendencia de un Garbuz Yair que considera a la gente religiosa como tontos besa- amuletos. Lo que necesita ser reemplazado es el derecho adquirido que permite a algunos izquierdistas quejarse de que el país se ha “alejado de nosotros.” Lo que necesita ser reemplazada es nuestra inculcada desesperación. Lo que necesita ser reemplazada es la impaciencia que nos lleva a la izquierda considerar toda elección pérdida como prueba final de que nuestra democracia es una farsa, nuestro pasado una mentira y que nuestro futuro está perdido.
El hecho es que la izquierda dio un paso adelante en esta elección. Es uno mucho más pequeño de lo que esperábamos, uno que nos deja ante grandes desafíos. Aún así, la izquierda ha comenzado a reconstruirse. Queda mucho trabajo por hacer. Hay poco tiempo para la desesperación y, en la plenitud de los días, veremos que no hay muchas razones para ello, más nos vale.
Noah Efron enseña en el Programa de Postgrado de Ciencia, Tecnología y Sociedad en la Universidad de Bar Ilan.
Fuente: Haaretz – 19/3/2015 – Traducción: Israel Laubstein.