¿Cuándo se evaporó la izquierda? ¿Cuándo se acostumbró a la derrota y se asumió cómoda en el fracaso?
La profunda crisis del sistema nos ofrece, completando el pack, la imagen de una izquierda detenida y desaparecida. Entendamos por izquierda a todo sujeto o grupo de estos que se auto definen como enemigos jurados del neoliberalismo.
No pocos sospechamos que el chancho está tirado, que en el último cuarto de siglo pocas veces el sistema ha ofrecido tamaña debilidad. Si hasta el ícono más poderoso que la ingeniería política/genética de la subcultura concertacionista ha logrado, debe soportar la trizadura del yeso que la mantenía enhiesta e imbatible.
Y no ha sido por casualidad o por una concesión divina. Los orígenes de lo que le pasa hoy al sistema, entendido por tal la cruza entre la oligarquía pinochetista derivada en poderosos millonarios luego que se destazara al Estado, con la camada de ex izquierdistas que traicionaron sus antiguas consignas y utopías, cuya cópula incestuosa terminó en un amor a toda prueba, tiene una génesis bastante definida.
Las primeras señales que la tranquilidad bucólica de la cultura neoliberal se vería trastocada, la dieron los estudiantes de la Enseñanza Media y básica el año a partir del año 2001, que de un momento a otro comenzaron a exigir los beneficios del pase escolar.
Como se recordará, muy pocos tomaron en serio el movimiento que se conoció en los medios de comunicación como el Mochilazo, y que levantó extrañas consignas: fin al lucro, desmunicipalización y que derivó en un proceso de movilizaciones que obligó al régimen a modificar su agenda, con todas las trampas conocidas.
El año 2011 las movilizaciones alcanzaron su punto mayor ante el desconcierto de los poderosos, pero de ahí no pasó. En fenómeno dejó al descubierto dos realidades: el sistema se dio cuenta que la represión para enfrentar esa arremetida no era suficiente, y que a los estudiantes aún les faltaba, y les sigue faltando, madurez política para peleas de mayor envergadura.
Y lo que fue el realce inédito de los movimientos y colectivos de izquierda que lograron acorralar al régimen, se terminó cuando esa gente bienintencionada no supo qué es lo que seguía luego de las marchas maravillosas y las huelgas combativas.
Definitivamente la izquierda no sabe ganar. No le gusta. Le incomoda el éxito, el triunfo. El optimismo del Venceremos upeliento y allendista, arrasado por lo que ya sabemos de sobra, parece generarle una urticaria molesta.
Le quedó desde hace mucho una tentación especial por hacer las cosas a medias o simplemente no hacerlas. El caso de la izquierda, más que de teorías y refundaciones, condiciones objetivas y subjetivas, medios, fines y herramientas, se relaciona con la psicología. O por lo menos, con los dominios de la procrastinación.
Desde los primeros intentos fracasados del Partido Comunista y sus aliados en elecciones en las que no pasaba de un dígito, hasta los anuncios de la creación de nuevos partidos para enfrentar, ahora sí, al enemigo con sus propias armas utilizando para el efecto los intersticios que deja la nueva legislación electoral, hay una línea directa, que extrapolada al futuro inmediato, llega indefectiblemente a otra derrota.
Y, a pesar de su historia, el Partido Comunista que al término de la dictadura sumaba diez mil militantes fogueados, aguerridos, disciplinados, solo tomando el camino corto de la abdicación por fin logró una victoria electoral aún cuando ni siquiera subió en votación.
Resulta casi risible ese interés de la izquierda por reincidir precisamente en aquello que no ha funcionado. Como trágico es observar que, precisamente en aquello en que ha tenido los mayores éxitos, evita volver a pasar.
Por eso alguna gente lucida ha combatido la idea fatal de la utopía y del optimismo. Desde que se instaló la idea de que la utopía servía para caminar, a la izquierda se le olvidó que se camina para llegar. Y desde entonces da la hora en un derrotero radial que solo le gasta la suela a los zapatos pero que no le permite avanzar ni un solo metro.
Y desde que alguien dijo que el revolucionario era por sobre todo un optimista, dejó a los contingentes de zurdos sentados a la vera del camino esperando el futuro que ya viene, lento, pero viene.
Descontando el rol de los agentes que a esta hora la penetran, las torpezas y falencias de la izquierda son auto inoculadas y se reproducen en sus locales, rincones y bares ajenos a la realidad, impermeables a lo que anda en la gente que dice representar.
La gente real pelea todos los días por cuestiones tan básica y a la vez y tan extraordinariamente importantes como el agua, por la salud de sus hijos castigada por venenos que les crean leucemias, cánceres y un sinnúmero de enfermedades mortales, por evitar que se sigan instalando ingenios energéticos apestosos, por expulsar de sus campos empresas que acarrean miríadas de moscas y malos olores, por recuperar el derecho a pescar en sus mares, por una educación de escala humana que eduque, por un consultorio médico que mejore y no enferme, por buses aptos para el transporte humano, por poblaciones en que no mueran más jóvenes acribillados por balas y por drogas…..
Mientras tanto la izquierda propone una Asamblea Constituyente para redactar una Nueva Constitución.
Lo que no tendría nada de malo si no fuera porque ese tema no es algo que preocupe a la gente terrenal, concreta, dura y real, y porque, peor aún, por su naturaleza y por la naturaleza del sistema, una Asamblea Constituyente siempre va a ser expresión de los que mandan y aquí los que mandan son los mismos que lo han hecho desde aquel remoto martes once, nublado variando a parcial.
Tal es el desfase entre la realidad y las interpretaciones que de ella la izquierda hace, y que se expresa por ejemplo en el que aún no haya una convocatoria real, seria, responsable para salir a las calles a protestar contra los delincuentes que dirigen el país y que se han desenmascarado escandalosamente en los últimos tiempos.
Por alguna razón misteriosa a la izquierda se le cauterizó el órgano sensible con el cual se vinculaba con la realidad. O trataba de hacerlo.