En el blog, todo sobre mi cerebro, se dice que “la lectura es, además de un placer, un acto sumamente beneficioso para nuestro cerebro, ya que aumenta la capacidad de concentración, promueve la empatía y representa un ejercicio útil para evitar la pérdida de las funciones cognitivas.
Al leer, somos capaces de recrear situaciones, escenas, rostros o estados emocionales con toda fidelidad, y al hacerlo se estimulan zonas del cerebro similares a las que se activarían si realizáramos ésas mismas acciones en nuestra vida real.
La lectura es una capacidad humana aprendida, que requiere de un trabajo conjunto de retina y cerebro para la captación de las imágenes de las letras, su agrupación en sílabas y su posterior procesamiento del significado de las palabras.
Desde la aparición relativamente reciente de la escritura, hace 5.400 años, nuestro cerebro y nuestro sistema visual han requerido de una adaptación para el reconocimiento de los caracteres que la componen. Gracias a este trabajo conjunto, somos capaces de descifrar la escritura y entender su significado.
En el aprendizaje de la lectura juega un papel fundamental la región del lóbulo occipito-temporal izquierdo, situado en la parte trasera de la cabeza, detrás de la oreja izquierda. Y todas las personas, independientemente del idioma o del grado de aprendizaje lector, muestran activación en esta zona durante la lectura, incluso en el caso de los textos en árabe o en hebreo, que se leen de derecha a izquierda.
Al igual que la capacidad de leer no es innata, sino aprendida, esta habilidad se puede mejorar con entrenamiento hasta cierto límite. Las personas que tienen la lectura como hábito pueden llegar a leer entre 400 y 500 palabras por minuto.
Pero no solo la lectura es importante también lo es comprender lo que estamos leyendo porque nos permite asimilar el aprendizaje entregado primero en el colegio y luego en otros niveles de educación.
Es por ello y en un intento de dar estrategias para la comprensión, aprendizaje y comunicación de lo aprendido al leer, es que Marcial Arredondo Guevara junto a Editorial Catalonia publicó el libro “Método de compresión lectora. Entender lo que leemos. Comunicar lo que entendemos”.
Hacer resúmenes, realizar síntesis, hacer esquemas, mapas conceptuales, lectura del título del libro, del texto completo, separar y numerar cada uno de los párrafos del texto, subrayar la idea principal o lo más importante del texto, colocar comentarios frente a los párrafos si son necesarios para tu comprensión, colocar títulos y/o subtítulos a los párrafos separados, después de leer, examinar las actividades realizadas anteriormente todas son estrategias o formas de llegar a la comprensión y entendimiento de un texto cualquiera pero que es imprescindible para la vida diaria.
¿Cómo entender las cláusulas de un contrato de trabajo?, ¿cómo entender una carta enviada por familiares que están lejos? ¿Cómo entender instrucciones puestas en la vía pública que podrían salvarnos la vida? ¿Cómo realizar un análisis y la redacción de un documento de trabajo? Nada de lo anteriormente descrito es fácil de comprender ni de realizar a menos que se tenga un cerebro entrenado a través de la lectura constante.
Además, los hábitos creados por las nuevas formas de comunicación podrían llegar a alterar la capacidad de concentración en la lectura, debido al poco vocabulario que se maneja y las abreviaturas utilizadas llevándonos a una involución en nuestra capacidad lectora y con ello disminuyan los beneficios que da la lectura, tales como aumento del vocabulario, la mejora en la ortografía, el perfeccionamiento en la manera de hablar, las habilidades sociales, la capacidad de síntesis o la empatía.
Según Steven Arthur Pinker (psicólogo experimental, científico cognitivo, lingüista y escritor canadiense) “el lenguaje oral, por el contrario, está en nuestro ADN. Nacimos para hablar; es instintivo. Este instinto del lenguaje es una exitosa adaptación biológica que quedó genéticamente codificada en nuestro cerebro y que solo se ha descubierto en nuestra subespecie, homo sapiens.
Por otro lado, la lengua escrita es una invención más o menos reciente que, básicamente, consiste en la transcripción codificada, aunque imprecisa, de nuestro lenguaje oral, que pocas civilizaciones lograron tenerlo y sobre todo codificarlo en un sistema escrito.
Para Stalisnas Dehaene, un neuro-cientista cognitivo francés, leer permite el “reciclaje neuronal”, proceso mediante el cual amplias áreas de nuestro cerebro comienzan a realizar funciones para las cuales no evolucionaron porque aprender a leer altera la arquitectura cerebral y genera nuevas conexiones en áreas que, antes del aprendizaje de esta nueva habilidad, no se comunicaban.
El cerebro utiliza un complejo entramado de circuitos para leer, ubicados en su mayoría en el hemisferio izquierdo. El proceso de lectura comienza en el lóbulo occipital, área encargada de reconocer los estímulos visuales, como las caras y las formas. Allí se dan los primeros grandes cambios neuronales, pues la corteza visual se especializa aún más y se vuelve más precisa para poder reconocer las letras.
Al leer, la sangre fluye a regiones del cerebro que se encuentran relacionadas con el desarrollo de la concentración, la función cognitiva y la comprensión.
En la medida que se lee más, se amplia la mirada hacia realidades múltiples, diversas, nos pone en contacto con otros mundos, nos abre perspectivas y nuevos aprendizajes. Pero para todo ello, hay que comprender lo que se lee.