En los últimos meses, se ha intensificado rápidamente un ya antiguo y profundo malestar en la sociedad chilena. Una de las causas principales de este deprimente estado de ánimo nacional, se encuentra en la desaceleración del crecimiento económico. Esto ha sido causado principalmente por las decisiones del empresariado nacional de reducir sus inversiones en la economía del país. El empresario chileno es del tipo empresarial premoderno, es decir, sólo invierte cuando el Estado le asegura una tasa de retorno del capital suficientemente alta. Si no hay lucro, no hay inversión.
Es preciso recordar que curiosamente los inversores extranjeros, aumentaron considerablemente sus inversiones en Chile, durante el año 2014. Otro factor importante en el crecimiento exponencial del malestar ciudadano, radica en la creciente desconfianza hacia el sistema político nacional. Por un lado hay una gran desconfianza hacia los partidos políticos de derecha. Esto debido a la serie de escándalos que han afectado desde hace muchos años al empresariado nacional. No obstante, los partidos de derecha han guardado un culpable silencio. Nadie de este sector ha salido a reclamar y pedir públicamente la urgente necesidad de una drástica purificación ética. Entre la infinidad de casos de corrupción empresarial es preciso recordar las estafas al consumidor de La Polar, las farmacias, los pollos, Freirina, las isapres, los fondos de pensiones, la educación, la salud, el transporte público (particularmente el transantiago), viviendas mal hechas y atrasos en la reparación de los daños del terremoto del 2010, etc., etc., etc. A pesar del creciente descontento ciudadano, los políticos de derecha no han cuestionado enérgicamente al sector privado y por supuesto, tampoco han iniciado campañas nacionales para recuperar la ética en los negocios.
Por su parte, los partidos de izquierda, han guardado un igual silencio culpable, ante la increíble corrupción que se ha dado entre alcaldes, consejeros y funcionarios de izquierda ocupando cargos en los gobiernos locales, regionales y también de instituciones de la administración central del Estado. La administración pública se ha llenado de parientes, amigos y correligionarios. Medidas para evitar la corrupción en el personal de la administración del Estado, han sido ignoradas. A vía de ejemplo, el sistema de reclutamiento de la alta administración pública, se ha engavetado y pronto caerá en desuso.
Hace pocas semanas atrás, estalló el caso penta, que ha ensuciado tanto a políticos de derecha como de izquierda. Es así como corruptos de todos los sectores han violado la ley al financiar sus campañas electorales en forma ilegal y corrupta. El caso penta, sólo ha mostrado la punta de un témpano que oculta el hecho de que son los ricos los que mandan y gobiernan en Chile. Ellos financian a políticos corruptos, tanto de izquierda como de derecha para que ganen elecciones. Luego estos políticos hacen las leyes que naturalmente favorecen a banqueros, financistas y grandes empresarios. Este fenómeno es el real origen de la extrema desigualdad chilena. Fenómeno que sólo refleja y repite la extrema desigualdad que ha invadido a occidente en las últimas décadas y que ha sido magistralmente analizado por numerosos economistas de prestigio mundial. Las hipótesis que Marx hizo para occidente en la segunda mitad del siglo XIX, se ha podido hoy día comprobar para este siglo a partir de 1970 con montañas de datos estadísticos cuidadosamente analizados y procesados. De una misma forma, el estrecho control que la oligarquía chilena tiene sobre el sistema político, explica por qué en 25 años, el modelo económico implantado por la dictadura aún continúa intacto.
La guinda de la torta, fue el descubrimiento de que parientes cercanos a la presidenta de la república, al parecer se han enriquecido en varios miles de millones de pesos debido a la compra y venta irregular de propiedades. Irregulares pues recibieron un enorme crédito bancario sin contar con las garantías de rigor. Y también irregular pues los dueños originales de la propiedad en cuestión, no sabían que ésta, valía muchas veces el valor que ellos eventualmente recibieron. Se acusa a los parientes de la presidenta de utilizar información reservada y tráfico de influencias. Si esta acusación es comprobada como cierta, ello daría un enorme impulso al cáncer político que hoy día afecta a la sociedad chilena.
La corrupción política en Chile, es de larga data y ella viene desde el siglo XIX. Entre 1810 y 1860, la política nacional fue relativamente honesta. Funcionó sobre una base de preceptos éticos derivados del principio llamado “nobleza obliga”, esto quiere decir que los ricos por profundas convicciones religiosas, están obligados a tratarse entre ellos con decencia, cortesía y estándares éticos propios de caballeros. También los patrones de empresas, particularmente agrícolas estaban obligados a pagar buenos salarios y mejorar el estándar de vida de sus empleados y obreros. Es por ello que en las haciendas y fundos, junto a las casas patronales, el dueño de la tierra debía construir una escuela, una clínica y una capilla. Todo esto para contribuir al mejoramiento del bienestar de empleados, obreros e inquilinos. La cultura basada en la “nobleza obliga” también ordenaba que los cargos públicos debieran llenarse con los candidatos mejor calificados para su desempeño. Así, Chile a comienzos de los años 30 del siglo XIX creó el primer sistema de mérito en América. De esta forma fue como en el hogar, la escuela, el trabajo, y en las instituciones públicas y privadas se enseñaba y exigía una conducta ética inspirada en principios morales heredados de la colonia. Este sistema ético de origen jesuita, permitió que la nación chilena se pusiera a la cabeza de América Latina por su orden institucional y su acelerado desarrollo económico. Este periodo de crecimiento y bienestar se desarrolló con particular fuerza entre 1830 y 1860.
No obstante, la ideología liberal propagada por diplomáticos y comerciantes de origen anglosajón, fue lenta pero seguramente destruyendo la ética pelucona. Ahora, la modernidad era ser libre. La libertad era lo único que importaba y el individuo debía elegir entre hacerse rico o morirse de hambre. El proteccionismo estatal pelucón, tanto económico como social, iba en contra de la libertad individual y por ello debía ser destruido. Un Estado fuerte e interventor que velara por el bienestar de toda la población era el enemigo de la libertad individual y de la iniciativa privada. Gracias a las presiones de la emergente ideología liberal el presidente Manuel Montt, no pudo conseguir que su partido nominara como candidato a la presidencia a Antonio Varas, su ministro del interior. Por desgracia se nominó y se eligió a José Joaquín Pérez y ahí comenzó la decadencia política y moral del país.
Con la llegada de Pérez a la presidencia, a principios de la década de los años 60 del siglo XIX, la ética en la política empezó a declinar en Chile. El presidente Pérez despidió a honorables y eficientes funcionarios de carrera y los sustituyó por corruptos correligionarios de su partido. A partir de esa fecha, la elite política se corrompió de manera sostenida por varias décadas. El presidente Balmaceda aún cuando era liberal, reconoció la tragedia ética que afectaba al país e hizo un valeroso intento por revertir la situación. Durante su mandato tuvo éxito en su empeño reformador y el país volvió a tener un acelerado proceso de desarrollo económico. No obstante el presidente fue traicioneramente derrotado por una conspiración cívico militar de liberales corruptos financiados por empresarios británicos que querían apoderarse del salitre recientemente conquistado por Chile. Todo terminó con una trágica guerra civil donde los corruptos fueron los vencedores y los honestos los perdedores. Fue en esta fecha donde la diosa Fortuna, decidió irse de Chile.
Entre 1891 y 1920, el país sufrió una epidemia virulenta de corrupción generalizada. No sólo se terminó de corromper la elite socioeconómica, sino que también se corrompió la clase media y también la clase proletaria-campesina. Con la corrupción dominante en todas sus clases sociales, el país luego cayó en un proceso anárquico y revolucionario que se extendió de 1920 a 1938. Al parecer, el extremado sufrimiento que padeció la sociedad chilena en los primeros 40 años del siglo 20, tuvo un efecto purificador en el carácter nacional. La conducta en el manejo de los asuntos públicos, mejoró sustancialmente entre 1939 y 1952. Desafortunadamente la enfermedad de la corrupción política volvió a atacar a Chile, a mediados de los años 50. Esto se agravó durante los años 60 del siglo XX. Como consecuencia de esta decadencia política, a principios de los años 70, el país volvió a entrar en un periodo anárquico y revolucionario. Toda esta infección terminó en una brutal dictadura derechista, que sistemáticamente eliminó todas las mejoras sociales que se habían logrado obtener entre 1920 y 1973. Durante 17 horribles años, el sistema político, es decir, el sistema que decide Quien recibe que, como y cuando cayó en una crisis terminal. Una ínfima y corrupta minoría de chilenos, apoyada por la fuerza bruta de las armas, se hizo inmensamente rica. Esta elite derechista se apropió de las empresas públicas y privatizó todos los derechos de la ciudadanía. Por el contrario, la inmensa mayoría de la población cayó en el terror y la pobreza. El país fue sometido a un nivel de desigualdad e injusticia general nunca antes conocido. Como consecuencia de los asesinatos, las torturas, las desapariciones forzadas; el país se despolitizó. Los pobres, más del 80% de la población, se dieron cuenta que la activa participación política era ahora una actividad sumamente peligrosa y que ella sólo traía terror miseria y muerte. Como producto de esta pesadilla moral la inmensa mayoría de la población cayó en lo que Banfield denomina “familismo amoral”. Esto quiere decir que la sociedad, se fragmenta y se individualiza en extremo. Con esto, la cohesión social y el espíritu de comunidad dejan de existir. El familista amoral, tiene una exagerada preocupación y cuidado por su familia y un puñado de amigos. Por ella hace todos los sacrificios que la vida demanda. Pero tiene miedo y repulsión por las actividades políticas y el deseo de asociarse con otros en la lucha colectiva por mejorar sus condiciones de vida. Es así como no le interesan los problemas de la comunidad. El barrio donde vive no le importa, tampoco le importa su ciudad y mucho menos su país.
Junto a esta masa temerosa e inmovilizada, la dictadura también creó una elite de intelectuales y profesionales progresistas que vivían desesperados por los horrores de la brutal y sangrienta dictadura. Esta nueva elite estaba tan atemorizada que fue capaz de vender su alma al diablo a cambio de obtener el fin del terror y la constante amargura de la opresión. A esta elite se le comunica que existe una luz al final del túnel. Para alcanzar la tranquilidad y sobrevivir, era necesario olvidarse de la ideología socialista y empezar comprender los beneficios del liberalismo y la economía de mercado. Esta nueva ideología se propagó a través de organizaciones no gubernamentales financiadas por occidente. Fue así como la elite progresista recibe apoyo, empleo y confort de parte de organizaciones extranjeras y así se van captando nuevos adeptos. Esta tendencia al viraje ideológico de los progresistas se intensificó con las experiencias que miles de exiliados chilenos tuvieron en el exterior. Ahí, en el mundo occidental, experimentaron el trascendental cambio que significó el desprestigio de los socialismos reales y el avance imparable de la democracia liberal. En Europa, muchos de ellos tuvieron acceso a la educación superior, alcanzando conocimientos y habilidades que les permitían obtener trabajos bien pagados.
En Chile, la elite izquierdista, pensó que luchar contra la ideología de la superpotencia del planeta era una misión imposible. De esta forma, la inmensa mayoría de los intelectuales y profesionales progresistas adoptaron una posición pragmática y poco a poco de rojos pasaron a tener los colores del gato pardo. Agentes de los Estados Unidos dejaron muy en claro que ellos ayudarían en la tarea de deshacerse de la dictadura pinochetista, siempre que la elite progresista aceptara la democracia liberal y la economía de mercado. La elite aceptó todas estas condiciones y fue así como se produjo la transición a la democracia en 1989. A las masas populares se les ofreció un arcoíris que prometía eliminar el terror y las más groseras instituciones de la dictadura. También se prometió iniciar una reforma humanizadora del sistema socioeconómico que tuviera como objetivo central disminuir la pobreza y la desigualdad extrema.
Una vez en el poder, los líderes de la Concertación de Partidos por la Democracia fueron sometidos a un sofisticado proceso de coaptación. Se les ofreció no sólo ser miembros de la elite política y así acceder a los cargos importantes del Estado. También se les ofreció la oportunidad de ingresar a la elite socioeconómica, mediante la posibilidad de asociación con ricos empresarios o mediante el inicio de actividades empresariales independientes con capital prestado a bajo interés. En pocos años, la clase empresarial chilena sufrió un crecimiento exponencial, aún profesionales con títulos de carreras tales como medicina, leyes arquitectura, ingeniería, etc., convirtieron sus oficinas en flamantes nuevas empresas. Esto para gozar de todos los beneficios tributarios que la clase empresaria había obtenido durante la dictadura. Los resultados fueron excelentes. En pocos años, la elite concertasionista, gracias a sus abultados ingresos, se transformaron en fieles defensores del neoliberalismo y de la economía de mercado. La elite concertacionista entró así en todo tipo de negocios con la vieja elite derechista. Se hicieron dueños de colegios, escuelas, clínicas, y una innumerable cantidad de servicios sofisticados. De esta forma se concretizó un productivo matrimonio de conveniencia. Los políticos de la concertación gobernaban y mantenían la paz social y la elite económica lucraba con tranquilidad. Presidentes de la Concertación que hacían sus campañas políticas como progresistas y a favor del pueblo, terminaban sus períodos rodeados de aplausos de parte del empresariado nacional. El casamiento entre la derecha y la izquierda reformada fue así un éxito rotundo.
Desafortunadamente para Chile, tanto los viejos empresarios como los nuevos, demostraron no tener los valores éticos, morales y técnicos que son indispensables para el éxito del modelo de capitalismo moderno. En otras palabras un sistema que es capaz de hacer crecer la economía y al mismo tiempo distribuir los frutos de dicho crecimiento en forma equitativa. El empresario moderno es capaz de hacer producir una empresa de manera tal de que obtiene buenos retornos del capital pero al mismo tiempo se pagan buenos sueldos y salarios y también se pagan los impuestos necesarios para mantener servicios públicos de carácter social que atacan y eliminan la pobreza. Estos son los empresarios que han producido el bienestar y riqueza colectiva de países tales como Suiza, Alemania, Holanda y países escandinavos.
Entre 1990 y el año 2014, el país creció desde el punto de vista económico. Pero la nueva riqueza no fue distribuida equitativamente. Los ricos, (incluyendo los ricos de la Concertación) se hicieron inmensamente ricos pero la mayoría, más del 80% de la población sigue sufriendo sueldos y salarios miserables. Ellos no tienen el estándar de vida decente como si lo tienen los obreros suizos, alemanes y escandinavos. La inmensa mayoría se ve obligada a trabajar largas horas y además a endeudarse para no caer en la pobreza. Para ellos el arcoíris fue una continuación de sacrificios y humillaciones. Esta tremenda desigualdad e injustica social ha creado una anomia que se complementa con alcoholismo, drogadicción, crimen generalizado, violencia intrafamiliar, divorcios, suicidios y corrupción privada. La cohesión social y el espíritu de comunidad son casi inexistentes. El 60% de los ciudadanos no ejerce su derecho a voto y esta apatía política amenaza con una catastrófica abstención en elecciones venideras. Así muy pronto, la legitimidad del sistema político estará en el suelo.
Todo lo anterior hace que el sistema político nacional sea extremadamente vulnerable. Si China e India milagrosamente vuelven a crecer a dos dígitos por año y con esto el precio de las materias primas vuelve a tener un círculo virtuoso, es probable que la presidenta Bachelet pueda implementar algunas de las reformas que prometió al electorado en la elección pasada. Esto puede a su vez reducir significativamente la anomia existente. Si todo esto ocurre, es probable que el sistema político se salve y pueda continuar su proceso de reformas y mejoramiento civilizacional. Pero si China e India entran en recesión por varios años, el impacto sobre el sistema político será parecido al que Chile sufrió en la segunda década del siglo 20, cuando el salitre sintético arruinó la principal fuente de la riqueza de los chilenos. Si esto sucede, las condiciones estarán dadas para que el sistema político caiga en manos de una sucesión de tiranos príncipes redentores que con mucha sangre, sudor y lágrimas logren enderezar un añoso árbol cuyas raíces, tronco y ramas están extremadamente torcidas. Podría argumentarse que Chile habría así caído en un nivel crítico parecido al que Maquiavelo con suma tristeza observaba en su amada Italia de comienzos del siglo XVI.
F. Duque Ph.D.
Cientísta Político
Puerto Montt, febrero de 2015