Días antes del golpe de Estado, el 11 de septiembre de 1973, Radomiro Tomic escribía que “lo que está ocurriendo en Chile es parecido a las tragedias griegas, pues todos los personajes dicen no desear el derrumbe de la democracia, pero todos hacen lo posible para llegar a este fatídico destino”. Algo similar está ocurriendo en el Chile de hoy: todos los políticos se “esfuerzan” en colaborar, a través de escandalosas sinvergüenzuras, producto de la codicia, la ambición de poder, las malas prácticas, los personalismos, los intereses personales sobre el bien común, en la banalización de la democracia, dejándola cada día más vulnerable. Es preciso distinguir entre la inmoralidad, amoralidad y la anomia y, personalmente, pienso que Chile está viviendo esta tercera situación, tan bien descrita por Durkheim: “Nuestro suicidio social va a ser más bien egoísta que altruista…”.
La democracia – ¿corresponde este concepto en toda la acepción de la palabra al Chile actual? – es un bien escaso e imperfecto, incluso, me tiento a creer que “es un asunto de ángeles”, al decir de J. J. Rousseau, quien tantas dificultades tuvo para definir el principio de “la voluntad general”- pues hablar hoy de bien común parece más una utopía, que una realidad – el 90% de los ciudadanos piensa que los políticos se sirven de sus cargos para enriquecerse – y, por desgracia, las vivencias cotidianas confirman este aserto. Así, la democracia no sería el gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo, sino de los banqueros y de los políticos en razón de sus propios intereses de rentabilidad infinita, mientras la brecha entre ricos y pobres sigue profundizándose. Puede decirse, con propiedad, que la soberanía popular o existe, siendo reemplazada por la del capital, pues los únicos que votan son los banqueros, que son amos de los políticos – muchas veces cuesta distinguir entre el Parlamento y la rueda de la Bolsa de Comercio y los proyectos de ley se transan como si fueran acciones.
No voy a hacerme cargo del radio teatro de madre e hijo, por la sencilla razón de que no es oportuno dejarnos llevar por sensiblerías, pero sí tenemos que hacernos cargo, como país, de razonar que la Michelle Bachelet no sólo es madre, sino también Presidenta de la República y, por ende, de todos los chilenos. Este asunto no es ni personal, ni entre privados – como lo dijera algún ministro, de muy pocas luces por cierto, que en un país civilizado debería estar fuera del Gabinete – pero en medio del “caraderrajismo” chileno nadie asume ni responde por nada.
Vayamos al fondo: si el asunto es político – no personal – la Presidenta, en su pronunciamiento sobre el caso Dávalos, no explicó sobre el fondo del problema, es más, creó más incertidumbre entre los ciudadanos. Aun cuando la mayoría de los políticos creen que los demás chilenos son tontos y que se les puede meter la mano en el bolsillo a su amaño; es evidente que Sebastián Dávalos, con la millonaria ganancia de $2.500 quinientos millones, suma resultante de venta de los terrenos de Machalí, podría marcharse a Miami, comprar un yate y, al igual que Pablo Longueira, recorrer el mundo , con el sólo agravante del desprestigio que podría solucionarse, en primer lugar, por el olvido y, en segundo lugar, cambiarse de nombre y, a lo mejor, una cirugía estética. En el fondo, lo bailado y lo comido nadie se lo va a quitar.
Las personas que temían un empate entre la Concertación y la Alianza – el Penta Gate-UDI, el Nuera Gate-Nueva Mayoría y el Soquimich-Nueva Mayoría, la realidad terminó dándole l a razón: ahora la ciudadanía percibe a todos los políticos como corruptos y ladrones – cuando la izquierda y derecha roban unidas, jamás serán vencidas -.
Antes del golpe militar yo no creía que las fuerzas Armadas de Chile eran tan criminales como lo fueron durante la dictadura de Augusto Pinochet. ¿A quién se le hubiera ocurrido que en nuestro país se torturara al igual que los ejércitos francés, en Argelia, y brasilero, luego de la caída del Presidente Joao Goulard? ¿Quién hubiera pensado que se iba a cerrar la Cámara de Diputados y el Senado, y que sus respectivos presidentes estuvieran coludidos con la Junta de gobierno y que no defendieran a ningún parlamentario? A pesar de los previos llamados de alerta, no nos dimos cuenta de que íbamos a perder la democracia por 17 años.
La historia no es maestra de la vida, tampoco se repite – como lo decía Nietzsche – sin embargo, hay texturas políticas y situaciones que nos permiten prever que si no hay una fundación de la república, sobre la base de una Asamblea Constituyente, vamos directo al despeñadero, que no sería actualmente una intervención militar, sino una rebelión de audaces que, usando la demagogia, se apropien del poder de esta forma, que no sólo corrompe, sino que también idiotiza a quienes se apropian de él, creyendo en el sueño de la eternidad del poder, cuando e esta vida todo es efímero.
Rafael Luis Gumucio Rivas (el Viejo)
24/02/2014