Qué difícil debe ser para una madre tener un hijo cacho, un auténtico pastel; uno de esos cabros que desde el jardín infantil se sabe que toda la vida arrastrarán la bolsa del pan, que nunca darán pie con bola, y cuyo mayor logro intelectual será un smile estampado en su mano por la educadora de párvulos, y que siempre necesitarán el auspicio familiar para no morirse de hambre; hijos cachos que irán por la vida seguros del saldo de la chequera del viejo o de la vieja. Hijos, al fin, como esos cacharros que no parten ni en bajada, pero que cuentan con el cariño incondicional de su dueño, que “saben” que, no importando el frío o el calor, los empujarán, y que aún sin combustible en el estanque, sus dueños los llevarán a la rastra hasta el grifo más próximo, o los dejarán a buen recaudo en el taller del mecánico amigo, pero que jamás los harán pasar por el infortunio de una noche incierta, tirados en la calle, abandonados a su suerte, expuestos al orín borracho o canino. Mucho más complicado debe ser tener un hijo cacho si la madre es la Presidenta de la República. Tal vez por esa razón Angela Merkel no tuvo hijos. Por esos caprichos del destino, el mismo año que ella se graduaba en Leipzig como Física, una exiliada chilena daba a luz a su primogénito.
Pobre Michelle Bachelet, aquel año de 1978 no imaginaba que tendría que bancarse una travesía desde Leipzig hasta La Reina con la pesada carga de un hijo como Sebastián Dávalos. Cómo podría suponer que su hijo made in Germany sería su lastre, a quien debería empujar a lo largo de 36 años, sin poder sacárselo jamás de encima, hasta llegar a incomodarla en el ejercicio de su mandato presidencial, a tal punto, que no le quedó otra que designarlo como sucesor de Cecilia Morel.
Tal vez ella imaginaba que por ser un niño nacido en Leipzig, allá en la RDA, tendría la inteligencia asegurada, librándola de la responsabilidad de llevarlo de la mano por medio mundo; de seguro confiaba en que la inteligencia del niño europeo garantizaría su temprana emancipación, pero se equivocó. Como toda madre ilusa, quizás Bachelet soñaba con un hijo médico, igual que ella; o tal vez, abogado o ingeniero, alguien de quien sentirse orgullosa al final del día, pero nada de eso. Al cabo, Sebastián, quien se define como “una figura atípica”, igual se tituló de algo en una universidad particular, y después mami le consiguió su buena pega. No hay por qué caer en el cinismo autocomplaciente (¿o autoflagelante?) de decir que fueron sus méritos académicos los responsables de su ingreso al ministerio de Relaciones Exteriores. Méritos a los que tampoco tuvo que echar mano en marzo de 2014 para quedarse con la dirección del Área Sociocultural de La Moneda.
Pero un cacho no está completo sin su chicha. Y ese dulce complemento se presentó en la vida de Sebastián Dávalos bajo el nombre de Natalia Compagnon Soto, una muchacha ingenua, dotada de la envidiable capacidad de pasar desapercibida. Una gran cualidad en un mundo en extremo mediatizado. Y así, sin mayores aspavientos, Natalia se convirtió en la polola del hijo de la ministra de Defensa de Ricardo Lagos, y luego en su nuera. Natalia era todo lo que necesitaba Michelle Bachelet: ser su relevo en la dura tarea de cargar con un hijo cacho y prosudo, poseer habilidades comerciales para gestionar buenos negocios sin arriesgar mucho, y sobre todo, mantener un bajo perfil frente a la prensa.
Desde la unión de la pareja, todo funcionó a la perfección: la suegra en La Moneda, luego en ONU Mujer, y de vuelta a Palacio en 2014, en tanto, su hijo asesoraba a Agrosuper –empresa multada por integrar el cartel de los pollos junto a Ariztía y Don Pollo–, y tras el retorno de mami desde Nueva York, instalado a metros de ella en su segunda administración, jugando a ser Cecilia Morel, trabajando por gusto, ad honorem, como todo rico que puede darse el lujo de la filantropía, mientras su mujer invisible se ocupa de engordar el patrimonio familiar, aprovechando la ventajosa posición de ser la Primera Nuera de la Nación, reuniéndose no con un gerente de un banco, sino con el dueño para conseguir el crédito soñado para comprar los terrenos soñados en el lugar soñado y obtener las ganancias soñadas, sin que ningún elector de la suegra lo sospechara, ni pudiese acceder a semejante privilegio. La estrategia de Natalia fue exitosa. Hasta hoy, cuando su nombre saltó a los titulares y se tomó las redes sociales, transformándose en la Cruella de Vil del ethos político chilensis: siniestra, mala, ambiciosa, cínica, aprovechadora. ¡Quién lo diría, Natalia; qué decepción!
¿Por qué Sebastián Dávalos es un cacho para su madre? Fácil: la mujer del César –o sea, él, en su rol de Primer Hijo de la Nación– no sólo tiene que serlo, sino, parecerlo. Ser lo más parecido a Benito Baranda, un semi santo caminado entre la muchedumbre, sin un peso en el bolsillo; cuestión que Sebita no sólo no sirve con honor, sino que entrampa a su madre en su ambición desmedida, lanzándola por el despeñadero de la corrupción y el nepotismo, no hipotecando su capital político, sino liquidándolo a chaucha en el mercado, a través de una acción temeraria que podría destruir de manera definitiva su alicaída imagen política, poniéndola a la altura de Imelda Marcos, y él mismo, emulando a otros hijos mimados con los bienes públicos.
En rigor, si su madre le confía un puesto gubernamental estratégico, él debiese demostrar altura de miras, actuar con dignidad, decencia, honestidad, transparencia. El asunto es que Dávalos no tiene ni la más elemental noción de lo que implica la dignidad del cargo que ostenta su madre, esto es, ser la garante del Estado de Derecho, hacer que se cumplan la Constitución y las leyes, respetar la independencia de los poderes del Estado, conducir el país al desarrollo, todos imposibles si se tiene un hijo no inteligente, que está convencido que su madre es la reina y él un príncipe propietario de la gleba, un cleptómano incapaz de resistirse al toma todo, que no valora el mérito personal; que siente que por ser hijo de la Presidenta, puede incendiar el país, subordinarlo. Torpe. Con un hijo así, Bachelet no necesita enemigos.
En verdad, ni siquiera la senadora Ena von Baer, una teutona de Cajón, luterana (igual que Merkel), incapaz de mentir en cámara, y doctorada en explicaciones breves y gélidas sin cojín, tendría la pachorra de defender el negocio de los Dávalos-Compagnon. Aun cuando ambos no hayan cometido delito en la tramitación del crédito por 6 mil 500 millones de pesos, utilizado para la compra de unos paños en Machalí, sí aprovecharon la inminente elección de Bachelet como caución del compromiso bancario. Por tanto, la situación de Dávalos es aberrante e insostenible, de modo que no tiene otro camino más varonil y solidario con su progenitora, que su renuncia inmediata e indeclinable como sucesor de Cecilia Morel, quien –hay que decirlo–, fue harto más ubicada que el niño de Leipzig. ¿Qué le recomendaría Ena a Sebastián respecto al negociado de Machalí? …Primero, fondéate dos semanas en Valdivia; después da una conferencia de prensa, no aceptes preguntas, y sólo di: ‘Mami, perdóname, fue un error involuntario’. Enseguida, te vas, sin olvidar decir que los plazos que te dieron para sacudirte del Machalígate, valen callampa. Eso es todo.