Este personaje controvertido, despreciado, difamado justamente y también con injusticia; este primer rebelde metafísico; este adelantado de la revolución de 1789; prisionero de la Bastilla; este noble que propició la caída de su clase; este predicador del crimen pasional y enemigo de la pena de muerte; este justiciero de las clases desposeídas; este atacado por los poderosos; este pensador formidable y demostrador desafiante de las miserias instintivas humanas; este precursor de la genética estructural que define la mente y la conducta humana; este enemigo de toda iglesia y de toda norma que intente apaciguar la ruda o brutal condición de la libertad en el hombre. Este libertador delirante de lo instintivo, que floreció mucho antes que Nietzsche, Marx, Freud, Fauerbach o Stirner, que equivale a decir la más potente pléyade de ateos y rebeldes cósmicos.
La rebelión metafísica: La más significativa identidad del marqués de Sade, radica en que se presenta como el primer rebelde metafísico. Esta cualidad queda manifiesta en varios de sus escritos. Ser rebelde metafísico significa rebelarse contra Dios, puesto que el orden organizativo del mundo viene deducido de la autoría divina-religiosa.
Entonces, puesto que se señala la autoría divina de una naturaleza defectuosa, no puede cargarse al hombre las culpas de su condición natural. El libre albedrío sería una disculpa pueril e inconsistente, si se desea justificar el mal residente de manera tan general y permanente en la especie humana, pues –razona Sade- ¿qué sentido tiene hacer pasar al hombre por tanto dolor y miseria para un triunfo de la felicidad y la verdad que pudo ser originario de la creación primera? Es un desperdicio de energía y un escamoteo de bondad: dos elementos que se contraponen al saber absoluto.
El revolucionario social:
El marqués de Sade denunciaba al Antiguo Régimen como la encarnación de la injusticia. Señalaba que no existía orden divino, que esta preeminencia de las clases nobles era pura perversa justificación para esclavizar a toda esa pobre gente que, además, pagaba con cárcel sus faltas, productos del hambre, la desesperación y la miseria, mientras que aquellos verdaderos culpables de estos crímenes, gozan en plenitud las bondades del poder y la riqueza. Qué estos poderosos debieran llenar las cárceles y ser vaciadas de los actuales ocupantes.
Desde la Bastilla gritó animando a la revolución, desde las audiencias se enfrentó a Robespierre y cuando la revolución degeneraba en brutalidad y autoritarismo, lanzó el grito: “Un esfuerzo más franceses si queréis ser republicanos”.
Este noble que luchó contra su propia clase, por ser víctima de la represión de esa misma clase; luego lucha con los revolucionarios y también lo reprimen y encarcelan y, finalmente, niega el rendir pleitesías a Napoleón, quien también lo encarcela. Más de 30 años de cárcel, habla de una personalidad rebelde y libertaria.
Contra la pena de muerte:
Justifica el crimen pasional pero rechaza de manera rotunda el derecho a matar por dictamen burocrático. Argumenta que la pasión puede llevar al crimen; que la ira o el desmadre de un momento puede derivar en el crimen, que eso es muy humano y debe ser entendido como parte de nuestra naturaleza; pero cuando a un hombre cualquiera se le condena fríamente a perder la vida y el Estado ordena al verdugo que lo aniquile de manera fría y técnica, entonces la crueldad de la sociedad es racional, fría y vengativa; eso constituye un crimen horrendo, inaceptable y degenerado. Puesto que, además, bien se sabe que la justicia humana está llena de pre-juicios, de injusticias estructurales y que las formas del poder son tan desigual que las víctimas, por inocente que sean, tendrán poca oportunidad de defenderse.
El amor como posesión y dominio:
Para Sade el amor no es un ideal: es una toma de posesión de un instinto que se vincula al destino tanático, a la muerte. Es por tanto una posesión totalitaria. El que se abalanza en el terreno del eros, lo hace en la líbido como instinto que lleva a consumar el más absoluto de los deseos: el escapar a la muerte arrebatando la vida. El goce no es un incentivo a la unión de los cuerpos; el goce exige el clímax de la pasión y muerte. En él hay una emulación cristiana de la pasión: así como Dios por amor entrega al hijo hasta ser flagelado y crucificado, también el amor de los hombres debe entregarse hasta la pasión y muerte. Mientras no se tome la vida, la pasión del amor es una mediocridad propia de una burguesía anestesiada.
Sade, no hizo de esta lógica una pura metáfora. Se dice que tuvo intentos criminales en el desenfreno de sus pasiones con mujeres captadas en el mundo de la prostitución. Una logró escapar y brindó su testimonio, pero de otras se supone que no lograron zafarse de sus garras maniacas.
Para otros, sin embargo, su cultura y sensibilidad le impedían hacer daño a nadie. Que lo que narró de manera espeluznante, no constituye más que una forma de traducir su pensamiento crudo sobre el dominio de lo instintivo, en su forma más rastrera y pecaminosa, que acosa a los hombres desde que emerge la conciencia en disputa con lo natural. No muy distinto lo haría mucho más tarde Freud con su instinto tanático y el instinto de vida; con la explicación científica de las contradicciones entre la vida instintiva y la vida racional. También Dostoievski lo reflejaría en varias de sus obras: “Crimen y castigo”; “Apuntes del subsuelo”, “Los endemoniados”.
Poeta y literato:
Su obra, a pesar de su contenido procaz, es de alto nivel literario en estilo y pensamiento.
Era un escritor prolífico, expuesto en sus libros, novelas y obras de teatro; además era aficionado a los intercambios epistolares. De su teatro se dice por los críticos que era demasiado convencional y bien educado o adecuado a las normas y tolerancias de la sensibilidad de entonces, pero sus novelas serán el género preferido de sus discursos filosóficos y literarios. Con lo escabroso y obsceno de sus relatos, hay en muchos pasajes un estilo poético, elevado y de cultura sobresaliente. En sus pensamientos se delata una impertinencia total, una capacidad de crítica radical y sólida. Su ateísmo es militante y feroz, su anticlericalismo es ofensivo y denostador; su materialidad es extrema y reduce el espíritu en el hombre a simple evasión de la brutalidad que ocultamos cuando se desata la oportunidad o esta se hace propicia al desborde instintivo.
La pasión carnal manda al mundo. Todos los apetitos vienen encubierto de ideologías simuladoras, la brutalidad es económica, bélica, social y de poder…Más bien el poder es un instrumento para desatar la perversión brutal con que la naturaleza nos ha dotado. El hombre es lobo para con el hombre; en eso se adelanta a Hobbes; el hombre es víctima inocente de sus “pulsiones”; en eso se adelanta a Freud. El hombre es único y propietario de sí mismo; en eso se adelanta a Stirner. El hombre desarrolla su pura voluntad de poder y en eso se anticipa a Schopenhauer y a Nietzsche. Pero sobre Nietzsche anticipa también un sentido puramente imaginario de la existencia y la historia. No hay sentido, no hay objetivo en la historia; el nihilismo es declarado por Sade desde un siglo antes. Se anticipa a Marx, cuando declara que la historia de la dominación es un invento ideológico de los poderosos para dominar desde la ideología como superestructura y desde la represión, encarnada en la legislación perversa.
En fin, esta mente visionaria pero descarriada, nos abre el siglo de las luces a un realismo antimetafísico, propiciando una búsqueda nueva del sentido en el puro sensualismo de lo personal, en el goce de lo posible y experimentable, como un dios Baco que pasa de la festividad a lo existencial mismo, al todo y al cada día de la vida; que desmitifica la naturaleza y la revela con su brutal indiferencia hacia el hombre y lo humano, desterrándole el halo de “divina” que le adjudicaron los naturalistas de su tiempo: la naturaleza es brutal e inclemente, y cada uno de nosotros somos parte de esa naturaleza; esa afinidad de linaje no la podemos soslayar.