Para tratar el escabroso tema del PentaGate es imprescindible separar lo jurídico de lo ético, en consecuencia, propongo dejar de lado lo primero y adentrarnos en lo segundo. El creer que todos los políticos y parlamentarios son corruptos – como lo muestran las encuestas de opinión – no me parece acertado, pues en todas las épocas ha habido políticos honestos y probos en contraste con algunos muy pillos y caradura. El diputado Gabriel Boric, por ejemplo, es un político, a toda prueba, honesto: “me dio una mezcla de impotencia y rabia ver a Ena von Baer votando como si nada hubiera pasado”, lo cual constituye una reacción transparente de una persona que actúa según la ética y no su interés personal -.
El problema no radica en que la mayoría de los parlamentarios de la UDI sean los reyes de la caradura, pues sería insensato esperar actitudes éticas en los herederos de Augusto Pinochet y de Jaime Guzmán y admiradores del corporativismo franquista católico y del neoliberalismo. El tema de fondo, a mi modo de ver, es que a la dictadura no le sucedió la democracia, sino la timocracia de las castas oligárquicas. Chile no es una democracia corrupta, tampoco una dictadura perfecta – como en México con el PRI – mucho menos un Estado inviable, sino que es pura y simplemente una plutocracia.
En estos 25 años luego del triunfo del NO – para muchos fue el triunfo del SÍ, pues a una dictadura se le derroca, no se le sucede – el partido clave de todo el sistema de partidos políticos ha sido la UDI: las trampas son el ethos de este partido político. Sorprenderse del “caraderrajismo” de los personajes que componen este partido es, francamente, no comprender nada del sentido político-monárquico-oligárquico de castas, que se ha mantenido, sin variación, durante 25 años de nuestra historia.
Si queremos ir más lejos, tendremos que remontarnos al nacimiento de la república: sólo un asomo de democracia existió entre 1958 a 1973, lo demás es plutocracia y, por lógica, el empleo de artimañas para mantener las castas en el poder económico y político. Hay gente que se sorprende de la forma en que personajes como Jovino Novoa, Ena von Baer, Ernesto Silva… desprecian la inteligencia de los ciudadanos y, a pesar de todas las pruebas, incluidas las confesiones de los dos Carlos de Penta, de Hugo Bravo, de parlamentarios involucrados, como Moreira, más la evidencia de las mentiras, más que probadas, de la senadora Baer, no tengan estos últimos el mínimo gesto ético de renunciar a su cargo.
Si se conociera bien el carácter intrínseco de la UDI, el “caraderrajismo” no debiera sorprender a nadie, según ellos, los rotos “ciudadanos” sólo sirven para votar, pues nunca han creído en la soberanía popular – anteriormente, el cohecho era un correctivo al “maldito” sufragio universal, una especie de “dictadura del proletariado”, según el historiador Alberto Edwards -. La idea de la UDI Popular consistía, fundamentalmente, en convertir a los pobres en el baluarte del anticomunismo y, de esta manera, asegurar la existencia de las castas plutocráticas – si se quiere, un símil de la antigua relación entre el hacendado y sus siervos de la gleba -.
Se sabe que Jovino Novoa es el verdadero líder de la UDI, el sucesor en línea directa de Jaime Guzmán Errázuriz, su fundador, por consiguiente, a nadie puede extrañarle que fuera el encargado de repartir las platas de Penta y que tuviera en su oficina de abogado el talonario de boletas y que, además, designara a dedo quiénes eran sus predilectos o predilectas y beneficiarios – entre ellos, la senadora Baer – en detrimento de otros candidatos del mismo partido.
En su calidad de líder indiscutido del partido le correspondía, por lógica, diseñar la estrategia para responder al escándalo Penta-UDI que se trata de “apretar los dientes”, aguantar el chaparrón y esperar que en las cenizas del olvido se vaya todo recuerdo de este aciago momento. No en vano, según ellos, los ciudadanos siguen siendo tontos y olvidadizos.
El recurrir a la famosa frase de un Presidente “pavo real” de que “las instituciones funcionan” ¿dónde la viste?, es la mejor táctica para que este escándalo de proporciones se disuelva en la nada, pues es sabido, hasta ahora, que ninguna de las penas solicitadas por el fiscal, Carlos Gajardo, superarían los tres años y un día, por consiguiente, los parlamentarios involucrados no perderían su cargo. Por lo demás, actualmente ninguno de ellos está entre los diez formalizados.
Un o varios escándalos de estas proporciones no necesariamente podrían provocar el derrumbe de la monarquía plutocrática de castas que ocupa nuestras instituciones, pues para que ocurra una crisis de dominación – como la acaecida en 1925 – debe existir una serie de variables que aún no se dan en Chile actual y ahora asistimos sólo a la prolongación de una crisis de legitimidad, representación, gobernabilidad, credibilidad y eficacia, que comenzó con la rebelión de los “pingüinos” y se prolonga hasta hoy.
Es muy posible que la UDI, como partido fundamental del sistema plutocrático, heredado de Pinochet y gestionado por la Concertación, sufra más de algún rasguño a raíz del escándalo PentaGate, sin embargo, a mi modo de ver, es necesario refundar la república por medio de una Asamblea Constituyente, a fin de terminar de liquidad la monarquía timocrática de castas que nos domina.
Al menos, desde Grecia nos llegan aires frescos del triunfo del progresismo izquierdista, en las elecciones del domingo, 25 de enero. Si esta ola de socialdemocracia de izquierda se extendiera a otros países de Europa – España, con PODEMOS, por ejemplo – sería muy posible una ruptura con la democracia bancaria, como también una apertura a una democracia europea de los pueblos. Hasta ahora, al menos, podemos celebrar la derrota de la Tercera Vía, es decir, la traición de los socialistas y su servilismo al neoliberalismo.
Rafael Luis Gumucio Rivas
26/01/2015