Es demasiado pronto para saber hasta dónde llegará la justicia y habrá culpables que paguen con cárcel, pero –sea cual sea el resultado final de la investigación– la relación promiscua y tosca entre la UDI y el grupo Penta resulta innegable. Cayeron las máscaras y, por más que se alaben sus trajes, los reyes (piénsese en Jovino Novoa, Carlos Délano y Carlos Lavín) aparecen ciertamente desnudos.
A medida que pasan los días y aumenta la información, más se cae a pedazos el ropaje democrático y el compromiso por el país que declaraban profesar desde la política y los negocios. Para muchos no se trata de una novedad, el entramado entre empresarios y dirigentes de la derecha –en especial de la UDI– es bien conocido. Basta leer los libros de la periodista María Olivia Mönckeberg (El saqueo de los grupos económicos al Estado de Chile, 2001; La privatización de las universidades: una historia de dinero, poder e influencias, 2005; El negocio de las universidades en Chile, 2007;Los magnates de la prensa, 2009) para conocer en detalle cómo se gestó una red de control, influencias y favores destinada a cuidar el poder económico a través del poder político.
En los más diversos círculos suele encontrarse algún pillo. Es probable que no nos equivoquemos si apostamos a que no sólo los empresarios de Penta engañan al fisco, y que no sólo los candidatos de la UDI suplicaron por dinero para sus campañas y emitieron boletas que no debían. Pero no se debe generalizar, no se puede empatar una trampa con otra, y si hay pruebas para develar otras trampas o fraudes, bienvenidas sean.
Sin embargo, lo grave del escándalo Penta-UDI es la constatación del andamiaje construido para hacer realidad lo que alguna vez se llamó abiertamente “democracia protegida”. Los protagonistas de esta trama corresponden a quienes el ex Presidente Sebastián Piñera llamó “cómplices pasivos” al conmemorar los 40 años del golpe militar.
Seguramente el ex mandatario no pensó entonces en su gran amigo Carlos Alberto Délano. Pero tanto él como su socio, Carlos Eugenio Lavín, y como el líder natural de la UDI, Jovino Novoa, pertenecen a ese grupo de personas que dice no haber sabido que en Chile se violaban los derechos humanos, o no haber podido hacer nada frente a dichos horrores. Si bien pueden haber sido pasivos en materia de derechos humanos, fueron tremendamente activos para usufructuar de la dictadura y enriquecerse a través de esa “modernización” que significó la privatización de las empresas del Estado a precios tan mínimos que pudieron adquirirlas quienes no tenían fortuna alguna. Los mismos que hoy controlan la enorme riqueza de los principales grupos económicos.
También fueron muy activos para fundar una democracia defectuosa en la que un sistema electoral único en el mundo –el binominal que el Senado acaba de abolir después de 25 años– les permitía empatar cuando perdían y mantener así el cerrojo para los cambios relevantes, como las reformas constitucionales, tributarias y políticas, entre otras. Un sistema sin el cual el fundador e ideólogo de la UDI, el asesinado Jaime Guzmán, no habría llegado a ser senador en 1990. Su votación alcanzó apenas al 17% de los sufragios, dejando fuera del Parlamento a Ricardo Lagos, quien obtuvo el 30%.
Establecieron activamente una democracia en la cual –25 años después– los partidos políticos siguen sin tener financiamiento para realizar su labor, en la que –hasta hace poco– las campañas electorales no tenían límite de gastos ni transparencia alguna en relación con el financiamiento de los candidatos. Los nuevos ricos, los que surgieron con el pinochetismo, distribuyen sus dádivas a diestra y siniestra, estableciendo las proporciones adecuadas para que sus negocios sigan creciendo sin sobresaltos (47% de los aportes reservados de la última campaña parlamentaria fue para la UDI y 24% para RN, el resto se repartió entre la Nueva Mayoría, descontando al PC).
Aunque a nadie le gusta pagar impuestos, tal vez haya que mirarlos como una verdadera bendición. No sólo promueven una mayor igualdad, como lo muestran las contundentes cifras del economista rockstar Thomas Piketty, sino que además hacen caer a los malos. Ya ocurrió hace años con el famoso Al Capone y ahora, una vez más, fueron los tributos los que dejaron en evidencia las tretas entre el dinero y la política para asegurar un orden político, económico y social a gusto de los más conservadores de nuestra sociedad. Aquellos sectores que nada quieren cambiar en las AFP ni las Isapres, ni los colegios particulares-subvencionados, ni las universidades particulares, ni el aborto, ni el matrimonio igualitario, ni…
En la madrugada del miércoles el Senado puso fin al sistema binominal. La justicia sigue adelante con la investigación del caso Penta, en sus variantes tributaria y política. Quizás el 2015 sea un buen año para comenzar a recuperar la confianza en las instituciones políticas y fortalecer la democracia que tanto costó recuperar de las manos militares y de sus cómplices pasivos y activos.