A la hora en que me dispongo a escribir este artículo marchan por la Plaza de la República miles de parisinos y parisinas, llevando en sus solapas un distintivo que reza: “Yo soy Charlie”, que expresa la condena y rechazo, a esta hora universal, al atentado contra los periodistas y dibujantes de la revista Charlie Hebdo.
Este Semanario reúne a los mejores caricaturistas de Francia, y lleva el nombre de Charlie, como una muestra de ironía contra el general Carles de Gaulle quien, en un gesto autoritario pretendió censurarla durante su gobierno. A partir del año 2006, la línea editorial de la Revista ha estado centrada en caricaturizar a exponentes del extremismo islámico. La última, hace pocos días, fue premonitoria del atentado y mostraba a un yihadista con el índice alzado, que decía: “Francia sigue sin atentados. Hasta el fin de enero para presentarlos”.
Charlie dedica el número de esta semana al escritor Houellebecq, que en una de sus obras imaginó que en el futuro gobernaría Francia un partido islamista moderado, conduciendo a uno de sus militantes a la presidencia de la república, publicación que provocó la indignación y amenazas de islamistas fanáticos.
En atentado, perpetrado el 7 de enero, hacia las 11 horas, por dos extremistas armados con ametralladora, significó la muerte de doce personas, entre ellos dos policías que protegían el local y los periodistas y dibujantes: Charb, director de la Revista; Cabu, Tignous, Wolinski – este último el más conocido en Francia y merecedor de varios galardones -.
El islam es la segunda religión en Francia, luego de la católica, con tres millones quinientos cincuenta mil creyentes – el 6% de la población y, los árabes en general, podría considerarse el doble de los practicantes musulmanes -. Hay que recordar que Francia fue una potencia colonial, que ejerció su dominio en Argelia, Marruecos y Túnez – el denominado Magreb -.
El Frente de Liberación Argelino se enfrentó en una guerra a la potencia colonialista, caracterizada por atentados, incluso, intentos de golpe de Estado por parte de los militares, dirigidos por la ultraderecha francesa y los Pieds Noirs – nombre dado a los ciudadanos de origen europeo que residían en Argelia -. Esta conspiración de ultraderechistas, que no querían la independencia de Argelia, comenzó con una serie de atentados en las calles de París para crear el terror. El general De Gaulle tuvo que usar de todo su poder, como Presidente de la República, para declarar la independencia de Argelia, ratificada luego por un plebiscito.
En Francia ha existido siempre un fuerte racismo dirigido, fundamentalmente, contra los magrebinos, que ahora corresponden a una segunda o tercera generación, en su mayoría ciudadanos franceses. En no pocas ocasiones, las fuerzas de choque de la policía francesa han invadido las banlieues, (poblaciones en las afueras de París) y casi siempre en forma brutal y desmedida – los mismos policías llaman ratonaje, (cazar ratones), a estas redadas.
En el fondo, este despiadado atentado, ejecutado por fanáticos musulmanes, sólo favorece a la ultraderecha francesa, que ahora dirige Marine Le Pen que, como hechos dicho en otras ocasiones, tiene gran penetración e influencia en las banlieues, que antes votaban por el Partido Comunista, pero que ahora lo hacen por el partido Frente Nacional.
El atentado sorprende a Francia en uno de sus peores momentos políticos: el Presidente Francois Hollande apenas cuenta con el 10% de apoyo de la población, y el jefe y candidato presidencial, Nicolas Sarkozy, del partido Unión por un Movimiento Popular, (UMP), tiene algunos líos con la justicia debido a escándalos por el mal uso de dineros en las anteriores campañas.
Después del reciente atentado el Presidente de la República ha llamado a la unidad nacional que, es seguro, resultará en esta primera etapa de conmoción y dolor y apoyo nacional e internacional, pero el tema de fondo es que Francia está sufriendo una crisis de legitimidad, que se extiende a las democracias bancarias de toda Europa.
Rafael Luis Gumucio Rivas
07/01/2015