En el sistema neoliberal de educación en el cual estamos inmersos lo único que importa es la competencia – la educación es concebida como “un bien de consumo”, según las propias expresiones del ex Presidente Piñera -. Paradójicamente, en el mercado se da colusión de las Farmacias oligopólicas y, en la educación, se vive la lucha darwinista entre los “aptos”, los ricos, y los analfabetos funcionales, los pobres.
El espectáculo de la PSU, al finalizar cada año escolar es, francamente, vomitivo: los medios de comunicación muestran a los “genios o talentos” que han obtenido los más altos puntajes, la mayoría de ellos provenientes de colegios particulares y de los llamados “colegios emblemáticos” – Instituto Nacional, Carmela Carvajal y Javiera Carrera, preferencialmente – una perfecta muestra de la reproducción de las castas, que no va a desaparecer sino hasta que se concrete una verdadera revolución educacional – que pretende promover la Presidenta Michelle Bachelet – especialmente con la eliminación de la segregación y la gratuidad universal.
Como el San Ignacio, Los Sagrados Corazones, el Verbo Divino, El Saint Georges, el Nido de Águilas, el Cumbres, y otros, reproducen la casta católica, los llamados “emblemáticos” forman a los líderes de la casta laica. Los discípulos de los colegios particulares devienen en empresarios, parlamentarios, ministros y Presidentes católicos; Arturo Alessandri estudió en el Colegio de Los Sagrados Corazones, Eduardo Frei Montalva, en el Luis Campino, Sebastián Piñera, en El Verbo Divino y, por otro lado, la mayoría de los laicos que llegaron a la primera magistratura cursaron sus estudios en el Instituto Nacional, en caso de los varones, y en el Liceo 1, Javiera Carrera, Michelle Bachelet.
La crítica al clasismo del Instituto Nacional no es nueva en nuestra historia: el profesor Alejandro Venegas, en Sinceridad, Chile íntimo, 1910, criticaba el clasismo que se practicaba al interior del Instituto Nacional entre internos y alumnos diurnos. Por otra parte, en los colegios católicos existía un “patronato” para educar a los pobres – los alumnos del colegio para ricos nunca veían a los pobretes, pero los sacerdotes creían que sirviendo a los más necesitados se ganaban el cielo -.
Basándose en esta concepción elitista de la educación, el ministro de Educación en el primer período del gobierno de Piñera, Joaquín Lavín, que realizó una muy mala gestión en su cartera, tuvo la “genial idea de multiplicar estos Liceos emblemáticos”, cuando lo correcto hubiera sido eliminarlos, junto con la selección en todos los niveles de educación. El resultado de sus políticas no ha hecho más que profundizar la desigualdad.
Apenas el Consejo Nacional de Acreditación se muestra un poco más riguroso y menos corrupto, aparece a la luz pública un alto número de universidades particulares con un enorme déficit, especialmente en docencia, centros de educación que más parecen un “boliche” de quinta categoría, que una universidad que está destinada al conocimiento y el saber. Salvo algunas excepciones, estas universidades se han convertido en un negociado, donde se refugian, incluso, personajes de la dictadura de Pinochet.
Las universidades “callampa”, hoy no acreditadas, servían para absorber la masa de alumnos de menos de 400 puntos – antes en la PAA, ahora la PSU -. Recuerdo haber preguntado a mis hijos el significado de “400 puntos”, y según ellos, había que responder a todas preguntas equivocadamente y, para rematar, no podían saltarse ninguna respuesta; hay casos de universidades que tienen alumnos, incluso, con menos de ese puntaje, pues lo importante es que paguen su escolaridad.
La PSU no es, ni siquiera, un predictor válido sino que, fundamentalmente, un termómetro de la segregación educacional. De una vez por todas, decidámonos a poner fin a esta de pruebas estandarizadas, que lo único que hacen es reproducir nuestra educación. .
Rafael Luis Gumucio Rivas
29/12/2014