Los chilenos somos unos malagradecidos con el rebelde Francisco Bilbao: sólo hace muy pocos años pudo ser enterrado en su patria. Bilbao, en el exilio, pensó un gran proyecto de unidad sudamericana.
Nada más absurdo que el secreto en política internacional: hace tiempo que la famosa “razón de Estado”, utilizada otrora por Eduardo Frei Ruiz-Tagle para salvar al hijo de Pinochet, es una institución obsoleta en política vecinal. Siempre, en una democracia, los temas que se relacionan con la soberanía deben ser discutidos por el Parlamento, la Prensa y la opinión pública, que es lo que llama Evo Morales “la diplomacia de los pueblos”, contraponiéndola a aquella de los tecnócratas. La Guerra del Pacífico fue objeto de discusión parlamentaria y de prensa sin ningún temor a que los “enemigos” se enteraran de nuestra estrategia; si no hubiera sido por los ministros civiles Rafael Sotomayor y José Francisco Vergara, habríamos perdido la guerra en manos de los ineptos militares, que copiaban estrategias de franceses y prusianos; la guerra es muy seria para dejarla en manos de los militares, por consiguiente, se hace absolutamente necesario que el pueblo opine sobre nuestras relaciones con Bolivia.
Es un mito que los gobiernos chilenos se negaron a entregar mar a los bolivianos: Domingo Santa María era partidario de ceder Tacna y Arica a los doctores de Chuquisaca, aunque en el Tratado de Ancón se establecía que Chile poseía la soberanía de estas provincias por sólo diez años; los presidentes parlamentaristas Jorge Montt y Federico Errázuriz Echaurren siguieron ofreciendo a Bolivia Tacna y Arica, aunque estas no le pertenecieran; de no dar resultado esta oferta, Chile regalaría la Caleta Víctor, Camarones o Pisagua.
En la época republicana, durante el gobierno del presidente Salvador Allende y, posteriormente, durante la tiranía del ladronzuelo Daniel López, se buscaron sendas formas de solucionar el problema de aislamiento marítimo de Bolivia: en el encuentro de Charaña Chile ofreció, (1975), a Bolivia una franja al sur de la Línea de la Concordia –frontera con el Perú – que, naturalmente, fue rechazada por el gobierno del antiguo virreinato. Todos los intentos de reclamo multilateral, tanto por parte de Perú, como de Bolivia, fracasaron. En la Liga de las Naciones, predecesora de Naciones Unidas, Manuel Rivas Vicuña, (1920), y Agustín Edwards lograron que la reclamación de estos dos países – que comparaban a Tacna y Arica con Alsacia y Lorena – fuera rechazada por la Asamblea; lo mismo ocurrió en la Unión Panamericana y, posteriormente, en la OEA. La única solución a este problema es el encuentro trilateral: Chile, Perú y Bolivia; creo que hoy estamos en inmejorables condiciones pues, al parecer, no hay ningún veto por parte del Perú.
Me parece una majadería intentar dialogar si una de las partes, en este caso Chile, se niega a revisar el Tratado de 1904: es evidente que sin una salida soberana al mar para Bolivia, parece impensable dar por resuelto este conflicto secular. Nuestra política con los vecinos siempre ha sido la de dividir para reinar: ora somos amigos de los peruanos, ora, aliados estratégicos de los argentinos, ora con los bolivianos. Fue el famoso abrazo del Estrecho de Magallanes, entre el presidente Federico Errázuriz y el verdugo Roca, que no dejó cabecita negra en su tronco y que consagró la amistad chileno-argentina; en Perú, Piérola quería convertir a Bolivia en una especie de Polonia de América de América del Sur y repartir el territorio boliviano entre Chile y Perú. El Tratado de 1904 es una mezcla de renuncia territorial boliviana y compensaciones económicas chilenas: Chile paga la deuda externa boliviana, instala el ferrocarril Arica-La Paz y, además, cinco líneas de trenes en su país, y el uso de los puertos de Arica, Pisagua, Iquique y Antofagasta. El Tratado tenía, además, un protocolo llamado “confidencial”, por medio del cual Bolivia se comprometía a apoyar a Chile en el futuro plebiscito sobre la soberanía de las provincias de Tacna y Arica; era evidente que, de ganar Chile, una de ellas o ambas, iba a ser cedida al país del altiplano.
El Tratado de 1929, entre dos dictadores, Carlos Ibáñez y Augusto Leguía, consagró el reparto de Tacna para el Perú y Arica para Chile, dejó a los bolivianos marcando ocupado; pero que Bolivia tuvo posibilidad de salida al mar, esto es indudable. Siempre ha existido una especie de desconformados cerebrales, un tanto fascistoides, que no aceptan ninguna cesión de territorio, no hay que darles mucha bola: siempre repetirán los argumentos de Francisco Antonio Encina, monstruosamente despectivos, en contraste con el americanismo de Francisco Bilbao ; para el historiador del Piduco, lo único que importa es el egoísmo nacional. Estamos igual que en el siglo XIX para estos políticos reaccionarios.
Hoy se abren muchas posibilidades, que no son sólo económicas, sino políticas, culturales y de integración. Como no construir, en el norte de Chile, una zona de encuentro entre los tres países? Es evidente que nos podemos complementar económicamente y el precio de un puerto o caleta no vale las enormes ventajas de la apertura económica con Bolivia. Lugares sobran, fórmulas también: comodato, fideicomiso, administración mutua, y tantas otras; por lo demás, una integración levantaría al postergado Norte chileno. Ojalá mamá esta vez se libere de tanto diplomático trasnochado, que no hace más que repetir políticas de probados fracasos y de enemistades permanentes.
Si existiera un verdadero nacionalismo, debiéramos defender nuestro territorio explotado por las transnacionales australianas, canadienses y norteamericanas, que están agotando nuestra riqueza del cobre y que construyen verdaderas fortalezas en nuestro país. Al menos, Evo Morales tuvo el valor, como Salvador Allende, de recuperar sus riquezas naturales y vender sus productos en servicio de su pueblo. Espero que la presidenta Bachelet aproveche esta oportunidad para solucionar, amistosamente, los conflictos con nuestros hermanos bolivianos: ambos pueblos tienen mucho que ganar.
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Rafael Luis Gumucio Rivas 21 11 2014