Diciembre 26, 2024

Los nombres de las calles de mi ciudad: el espacio público intervenido desde el poder

Siempre me ha llamado la atención los nombres que identifican a las calles de nuestras ciudades, pueblos, parques, plazas; todo tipo de edificios públicos, conjuntos habitacionales y en el caso de la Capital lo que sucede con el nombre de las estaciones de Metro, donde no se sabe por qué motivo están ausentes figuras como Benito Rebolledo, Roberto Matta, la Mistral, Violeta Parra entre muchos más.

 

 

Los nombres de personajes que abundan, son en su mayoría de un grupo determinado de la sociedad, personajes de tan “alta dignidad” que en el caso de las calles aparecen junto a la flecha que indica una determinada dirección, no es ironía eso de “tan alta dignidad”, o si usted quiere interpretarlo así está en su derecho, pero digo así porque no me cabe duda que en su minuto deben haber poseído los méritos suficientes para que las autoridades de distintas épocas lo hayan honrado, inmortalizando su recuerdo, claro, esto al margen de todo tipo de participación de los vecinos, de la ciudadanía en general. Posiblemente sea la causa de por qué para la mayoría de los chilenos, estos personajes resulten perfectos desconocidos, pero que importa, si a lo mejor para algunos, vivir en una arteria cuyo nombre contenga hartas erres puede significar ganar estatus, cómo creo le ocurre a muchos que viven en algunas calles o avenidas del gran Santiago con esas características, cito a modo de ejemplo, el nombre de una respetable persona; Luis Matte Larraín (inmortalizado en una conocida avenida de un barrio periférico de Puente Alto)

La calle es el espacio público que tiene que ver con nuestra identidad como pueblo, en una definición muy simple el espacio público es “el lugar donde uno se encuentra con el otro, anónimamente y libre”, en una estrecha relación con las dimensiones; físico-territorial, político, social, económica y cultural, según Jordi Borja citado por la arquitecta María de Lourdes Vásquez; “…históricamente, el estatuto de las personas que habita la ciudad, una creación humana para que en ella vivan seres libres e iguales”. En más de alguna oportunidad he escuchado decir que para conocer cómo a un pueblo, primero hay que ir a su plaza pública y al mercado, bien lo saben muchos turistas que nos visitan.

La pérdida total de ese espacio público, creo que no es casual y tampoco nosotros estamos exentos de culpa, en primer lugar, tiene sentido recordar que la construcción y dirección del Estado siempre se ha encontrado en manos de la elites sociales, económicas y políticas del país, desde la independencia política hasta hoy, por lo tanto, consecuentes con su posición de poder, deben apropiarse no solo de la persona; de sus relaciones con el otro, también de su tiempo y por último, de los espacios públicos, por lo tanto, lo primero que había que hacer, era imponer los nombres de su clase, pero esto se va a radicalizar a partir del 11 de septiembre de 1973, cuando el país comenzó a transitar apresuradamente y por la fuerza de unos pocos hacia un renovado sistema económico; el “paraíso neoliberal”. Si de algo la dictadura militar y cívica se puede felicitar de sus 17 años en el poder, es justamente haber terminado brutalmente con la “conversa”, con la confianza, elemento fundamental para ver al otro, para dialogar, para escuchar y ser escuchado. Como consecuencia, muchos se fueron hacia dentro y otros terminamos mascullando rabia, mientras los más intrépidos murieron o se fueron al exilio.

Superado el miedo la gente salió y se tomó la calle (protesta de los 80), el poder estuvo en las calles, fue cuando se reanudó la feroz disputa por apropiarse del espacio público, disputa que se hizo muy desigual, la gran mayoría del pueblo se enfrentó a la pared infranqueable de las armas, del dinero, de la religión, de la “cocina política”, de sus leyes, del mercado que todo lo puede o casi todo.

Que la pasividad no nos pase la cuenta, salvo muchos de nuestros jóvenes estudiantes que se han atrevido, que les dure y no se conviertan en las asentaderas de los mullidos sillones congresales, sino, calles y avenidas invadidas por letreros comerciales de mal gusto, dejarán en el recuerdo las pocas plazas que nos quedan, con sus grande tilos, plataneros orientales y una que otra especie nativa, para qué hablar del organillero convertido en una pieza de museo, de las manzanas confitadas o de los crujientes barquillos, de las esponjas de azúcar, de los primeros “pololeos” (palabra mapuche) en definitiva, de la conversa del oro y del mosto, de lo divino y lo profano, sin más ni menos nos hemos ido retirando ante la burocracia del poder y de la fuerza, para encerrarnos en los grandes templos del consumismo, no sé si por la aceptación ante lo inevitable, porque el mercado no ha deslumbrado, por inopia, por ingenuidad, por miedo o porque estamos acostumbrados a recibir todo “sin chistar”, menos cuestionar ni preguntarnos si ese poder e legitimo o ilegitimo; lo que para algunos historiadores con nombre y apellido como Gabriel Salazar y Julio Pinto, corresponden a una reacción con historial de construcción autoritaria del Estado, ambos investigadores sostienen en su “Historia Contemporánea de Chile” primer volumen que: “…el Estado chileno ha sido eficiente en diversas coyunturas para alcanzar consensos y estabilidad, ello no ha sido acompañado de auténticos procesos de legitimidad ciudadana”.

La ilegitima apropiación de nuestro espacio público ha significado un triunfo para la ideología mercantil; calles, plazas y paseos convertidos en espacio de tránsito hacia los grandes centros comerciales, el corazón del capitalismo, ¿hasta cuándo?, no será hora de preguntarnos ¿qué ciudad, que país queremos?

Los nombres de nuestras calles son el fiel reflejo de la historia oficial contada desde arriba, desde la institucionalidad misma, pero, ¿quién o quiénes proponen sus nombres?, ¿qué méritos o atributos fueron y son considerados?, ¿cuáles fueron sus reales aportes?

Una diputada del partido comunista ha propuesto un proyecto de ley que quite y prohíba poner el nombre de todo personaje que haya participado en el régimen de terror que imperó en Chile durante 17 largos años; loable iniciativa, pero discutible, es cierto, por lo menos a mi no me sería indiferente que la calle donde vivo llevara, por ejemplo el nombre de ese señor Contreras, me refiero al general de tan triste participación y recuerdo de los mejores años del terror, de la violación sistemática a los derechos humanos en Chile.

El fin del proyecto me parece muy plausible, pero lo siento un tanto autoritario, lejos de esa libertad que tanto pregonan algunos, prohibir por ley que alguien rinda culto a algún persona de su preferencia me parece injusto y antidemocrático, más tarde a alguien se le podría ocurrir enviar un proyecto para quemar libros o imágenes.

Que una persona o grupo rinda culto o demuestre su preferencia por alguien o por las ideas cualquiera que estas sean, está dentro de sus derechos que la constitución política de cualquier Estado que se diga democrático debe establecer y velar por su cumplimiento y no como ocurre con la Constitución de 1980; en Capítulo III, Articulo 19, inciso 6° que por un lado afirma la “libertad de conciencia, de pensamiento y de culto”, pero que a renglón seguido lo deja supeditado a “…que no se opongan a la moral, las buenas costumbres y al orden público”. ¿Existe a caso una sola moral?, ¿cuáles son las buenas costumbres?, ¿quién determina el orden público?, ¿nosotros o el régimen de turno?, es más perdurable la educación o la represión?

No creo que el mentado proyecto honre a la señorita diputada; a su juventud y a su partido, más bien honra el espíritu de la controvertida e ilegitima Constitución de 1980. Finalmente, creo que muchos de nosotros aplaudiríamos a la señorita diputada si enviara un proyecto político que no solo entregara la potestad absoluta y soberana al pueblo para que éste participara democráticamente en todo lo que tenga que ver con su entorno; en el barrio, en la Comuna y en el país, sino también con la revocabilidad de mandato, ¿cuál es el miedo?, ¿a qué le temen?

Pero, no solo el mercado se ha apropiados de todos los espacios públicos, también lo han hechos sus brazos ideológicos con toda su batería de símbolos religiosos y chauvinistas. Quizás usted en más de una oportunidad se ha hecho la misma pregunta que yo, ¿por qué tantas imágenes de un credo religioso en calles, parques, bandejones, paseos públicos de muchas, por no decir de la mayoría de las Comunas y pueblos de Chile?, cuando a cada rato nos apreciamos de ser plurales, de respetar la “diversidad”, me parece que los más lógico y razonable, por respeto a la “libertad de pensamiento” es que estén en el ámbito de ese culto, sobre lo mismo, lo invito a revisar, cuántas obras de arte en comparación con los monumentos a militares existen en nuestros paseos públicos, creo que estamos en manos de un grupo determinado de “iluminados” que por voluntad popular o por ignorancia de muchos están instalados en el poder y además, no están muy dispuesto a cederlo tan fácilmente.

Me parece que la participación de todos en todos los ámbitos que tienen que ver con la comunidad da sentido a las cosas, entonces la construcción cultural se hace legítima y no una costumbre que se asume sin saber realmente por qué ni hacia donde se va.

¿Cuánto sabemos realmente del personaje inmortalizado en el bronce o en el mismo, pero ahora convertido en un trozo de latón? Se me viene a la memoria, hace algunos años atrás, en un reportaje de un canal de televisión, en el cual apareció un periodista que le consultaba a un grupo de estudiantes del principal liceo del balneario de Cartagena que lleva el nombre del insigne poeta Vicente Huidobro, la pregunta era si sabían quién era Huidobro, quiero suponer que la pregunta los tomó por sorpresa, el asunto es que los menos se encogieron de hombros, otros se miraron entre sí; los más audaces lanzaron algunas ideas, pero nada concreto. No sabían o no recordaban, lo mismo sucede cuando le pregunto a algunos de mis estudiantes donde vive y si sabe por qué el nombre de su calle, el 99% de ellos lo ignoran, no saben, entonces me pregunto, ¿qué tipo de identidad existe con su barrio?, ahí donde vive, menos sabrá el nombre de sus vecinos o que les puede estar sucediendo, detalle que permite verificar un cierto grado de insociabilidad humana, el prototipo de “vivir juntos pero separados”. Los nombres de nuestras calles son una parte de esa identidad, por ellos podemos constatar en qué tipo de sociedad estamos, quienes nos gobiernan, que clase es la dominante. Si no sabemos quién es el personaje cuyo nombre lleva nuestras calles, menos sabremos reconocer quiénes están en la vereda opuesta.

Se ha preguntado usted que vive en centro de la capital quién fue el Almirante Francisco Manuel Barroso de Silva, distinguido marino portugués que vivió en Brasil a inicios del siglo XIX y que logró grandes laureles en la guerra de la triple alianza y que jamás, hasta donde yo sé estuvo en Chile, pero, lleva una calle céntrica su nombre, o por qué en la comuna de San Joaquín una de sus calles lleva el nombre del Pirata y Corsario Sir Francis Drake, por la gracia de la reina Isabel I de Inglaterra, celebre “ladrón de ladrones”, fiel súbdito de la corona inglesa que asoló los mares del sur desde Chile (Valparaíso y Coquimbo supieron de sus fechorías) hasta California, para terror de los españoles que también saquearon América, sus barcos surtos en los puertos del nuevo mundo con sus bodegas ahítas de oro, plata, perlas preciosas y otras menos interesantes y exóticos productos que iban a satisfacer la insaciable codicia de la vieja España. Otro tanto debe ocurrir para muchos de los habitantes de la comuna de Puente Alto que no saben que una de sus principales avenidas lleva el nombre de Gabriela, pero no premisamente en honor a la poetiza Gabriela Mistral, o nombres como el de Ricardo Cumming en Santiago centro, que su único aporte fue el ser un oscuro comerciante, sedicioso y conspirador en contra del gobierno del presidente Balmaceda, o la señora Elisa Correa Sanfuentes inmortalizada en una calle y estación del metro de Puente Alto, cuyo único merito publico fue el ser la esposa de Enrique Sanfuentes Andonaegui; abogado y ministros de Hacienda, Obras Públicas y del Interior en el gobierno de Balmaceda.

Me parece un verdadero insulto a la razón, a la justicia que frente a tantos hombres y mujeres destacadas en el servicio público, en todas las expresiones artísticas; en la música, las letras, el teatro, la ciencia, la docencia, en las luchas sociales, tengamos que seguir soportando a funcionarios públicos, tecnócratas omnipotentes, que pasando por alto todo sentido común insisten en bautizar a las calles con nombres de futbolistas, cuyo único mérito es darle bien a la pelota y ganar mucho dinero, o con personajes que están más cerca de la farándula que del más elemental grado del pensamiento humano, mientras tanto, nuestros más destacados seguirán esperando hasta cuando se le ocurra al chauvinismo de turno sacarlos a pasear a la plaza pública para beneficio del sistema “el pago de Chile” digo yo.

 

 

*Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales. Magister en Educación. Universidad Arcis. cuervo.49@hotmail.com.

 

 

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