En la madrugada del día viernes 10 de noviembre en el año 1989, el muro que había dividido a Berlín y al mundo en dos sectores hasta entonces irreconciliables, era derribado. Con aquellos trozos de cemento y ladrillo caían también los ‘muros ideológicos’, permitiendo al sistema capitalista extender sus alas a lo largo y ancho de todos los continentes. A partir de ese exacto momento, la sociedad planetaria comenzó a conocer -y experimentar en carne propia- las “bondades” del neoliberalismo impuesto urbi et orbi por los ‘halcones’ de Washington y los ‘cernícalos’ del Fondo Monetario Internacional.
Pero no ha sido suficiente para satisfacer la ambición y avaricia que distingue a amplios sectores derechistas, específicamente los chilenos. La máxima de ellos pareciera ser “el todo o todo, y por ningún motivo, nada”… ni tampoco “un poquito”. Los ultraconservadores ruegan a sus santos que concedan al país donde residen la continuidad ad eternum del inmovilismo social, mas, si la cruda realidad lo hiciese necesario, entonces, ¡qué joder!, apuestan al jueguito gatopardista que marea al respetable de a pie con aquello que reza: “todo debe cambiar, para que todo siga igual”. Pero, eso de que “cambia, todo cambia”, para la derecha no pasa de ser simple estribillo de una bella canción compuesta por el chileno Julio Numhauser.
Y en el tiovivo de la política mediática-electoralista, donde la lucha es despiadada y cruel, todo vale… incluso vale el agenciarse eslóganes del adversario, aun a costa de hacer un soberano ridículo (que se minimiza si la treta da resultado), como es el caso de la tienda partidista más conservadora y heredera del pinochetismo, la cual ni siquiera se ha sonrojado luego de “crear” su nueva marca: “UDI popular”. ¿Popular, el pinochetismo activo, el fundamentalismo neoliberal rancio y predador? Entonces no habríamos de extrañar si, de aquí en más, los mayordomos de la derecha apellidados Escalona, Letelier Morel, Lagos Escobar, Bitar y otros, para arrastrar votación clasemediera pusilánime -que es la mayoritaria, sin duda-, logran dar el batatazo con una también circense leyenda en sus estandartes, lienzos y pendones, algo así como: “PS aristocrático”, o “PPD borbónico”. ¿Ridículo, verdad? ¿Pero, y si resulta? Mal que mal, alguna maquila ha sacado la UDI de esa risible movida demagógica que apellidó ‘popular’.
Y si nada de lo anterior da resultado, las huellas de la historia cercana le señalan a la UDI la ruta de siempre, es decir, la desbrozada vía que conduce los pasos del caminante hasta las pesadas puertas de un cuartel… pero no de cualquier cuartel, no, no…. antes, en las décadas de 1950-60-70, había que embarcarse en un vuelo hasta Estados Unidos de Norteamérica para jalar el cordoncito de la campanilla que alertaba a los tiburones sitos en Langley, en Washington o en Wall Street; hoy, en cambio, esa campanilla se encuentra mucho más cerca… está ahí no más, a tiro de honda, en la costa de la región de Valparaíso. En Concón… y el cuartelito se llama Fuerte Aguayo.
¿De qué se extraña, amigo lector? Ya lo dijimos líneas atrás. La derecha exige ganar el juego del “todo o todo”. En el caso chileno, es el inmovilismo lo que impetran los sectores conservadores. Ni siquiera las tibias reformas propuestas por el gobierno de la señora Bachelet cuentan con tranquilidad para llevar a cabo su proceso legislativo. El grito de guerra de los talibanes Opus, UDI y Legionarios no es otro que “si nos tocan la plata, los mataremos como a ratas”… frase que siempre provocó delirios de alegría no solo en los grupos sediciosos y neofascistas que perviven cómodamente en el seno de la tienda derechista ‘popular’, sino también en oficinas de algunos editores de la prensa perteneciente a los grandes consorcios nacionales, EMOL y COPESA.
La derecha chilena no desea reforma alguna, ni siquiera con aromas de payaseo. Y si la “gallá” sigue jodiendo la pita y no queda otra solución que hacerlas, bien, pues, que se hagan, pero respetando lo que señaló el non plus ultra de la intelectualidad conservadora en materias educacionales, el señor Harald Beyer: “sin hacerle caso a la calle ni prestar oídos a las mayorías”.
Seguramente, Beyer se refería a que la reforma laboral debería ser hecho por los empresarios; la reforma tributaria deberían hacerla los dueños de Bancos y los especuladores financieros; la reforma educacional tendría que estar a cargo de la iglesia católica y de Casa Piedra; la reforma a la Constitución, necesariamente, merecería quedar en manos de expertos en esa materia (la lógica señala que los residentes de Punta Peuco serían las personas indicadas); y las reformas ambientales no deberían escapar del influjo y resolución que poseen megaempresas como Barrick, Mininco, Agrosuper e Hidroaysén.
¿Tampoco se sentiría satisfecha la ultraderecha con todo lo mencionado? Ah, quizá ello se debiese a que falta una reformita: la de los medios de comunicación electrónicos, y especialmente las redes sociales. Así, la solución que plantearían los talibanes del conservadurismo sería una sola: prohibirlos. En ese caso, y no es broma, para concretar tal reforma se requeriría que los uniformados hiciesen ejercicios de enlace diariamente… pero sin toque de queda antes de las cuatro de la madrugada, ¿no ve que podrían enojarse los dueños de pub, restaurantes, bares y boliches?
La derecha, vistos los resultados de las últimas encuestas de opinión, cuenta con un escuálido 16% de aprobación ciudadana (encuesta CEP). Si ello se refleja en lo electoral, a la extremista UDI se le debe considerar como un animal herido dispuesto a matar para sobrevivir en la jungla política; claramente, una bestia que saldrá a jugarse el ”todo o todo”… y en esa acción la actual débil democracia corre serio peligro.