La última vez que la derecha se rebeló dejó el Palacio de La Moneda en ruinas mediante la excelente puntería de los aviadores de la Fuerza Aérea de Chile y un saldo trágico que aún no se borra de la memoria de muchos chilenos y de la humanidad decente.
Solo entre detenidos desaparecidos, ejecutados, torturados y presos políticos la suma estimada del saldo macabro de su rebelión fue de 40 mil personas.
Por estos días amenaza con otra rebelión. Y ese ejercicio debe ser entendido como una amenaza seria tratándose de sujetos que no han trepidado jamás en usar los más sanguinarios métodos para imponer sus ideas.
De hecho, muchos de ellos deberían estar en la cárcel y sus organizaciones prescritas por terroristas y apólogos de la violencia como método de la política.
La ultra derecha chilena es una de las más crueles y sanguinarias de cuantas se conocen en el mundo.
Por eso, causa una cierta comezón cuando la ultraderecha, así sea como un juego mediático, una fórmula que intenta un ejercicio de empatía con las necesidades y rabias de la gente eventualmente afectadas por las políticas oficiales, anuncia una rebelión.
Uno nunca sabe hasta dónde pueden llegar.
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