Apenas transcurridos ocho meses del inicio del mandato de Michelle Bachelet, la reforma educacional que contaba con el 90% del apoyo de los chilenos, se ha ido desvirtuando hasta crear una diversidad de frentes opositores, todos de matiz ideológico distinto. Para usar una metáfora histórica, ninguna guerra se puede ganar si se enfrentan dos sectores opuestos pero que se aúnan en la tarea de socavar o de detener las reformas, que fue el drama de Alemania en las dos guerras mundiales.
Es muy fácil criticar al gobierno actual por haber postergado los proyectos fundamentales como el de Estatuto Docente, reforzamiento de la educación pública y la gratuidad de la educación para todos los niveles, en favor del proyecto del fin del lucro, del copago y de la selección – por mi parte, no voy a sumarme a los múltiples críticos que acaban de descubrir que “el agua moja” -, pues no cabe duda de que hubiese sido más exitoso poner toda la fuerza en salvar la educación pública que en estos momentos se encuentra en una fase terminal, que poner por delante temas tan complejos y polémicos como los actualmente en discusión en el senado – fin al lucro, copago y selección -.
Lo esencial en la Nueva Mayoría, heredado de la Concertación, es la fuerte incapacidad de la colectividad para comunicarse con los movimientos sociales: en los 20 años de gobiernos concertacionistas este talón de Aquiles no tuvo mayor importancia, pues las organizaciones sociales se encontraban aletargadas, balcanizadas y aisladas, pero a partir del año 2006 y, más decididas, en el 2011, la calle se transforma en un actor fundamental, en consecuencia, que la Nueva Mayoría no podía desconocer.
El gobierno, tal vez equivocadamente, creyó que la incorporación del Partido Comunista al poder traería, de suyo, el apoyo de los movimientos que, según el gobierno, constituirían el legado de esta colectividad, desde los tiempos de Luis Emilio Recabarren. A mi modo de ver, esta trasposición histórica develó un desconocimiento del Chile actual: 1) hoy los partidos políticos no tienen relación con los movimientos sociales, pues son carcasas mafiosas de dirigentes y militantes, que constituirían la parte principal de la crisis de representación – según la encuesta UDP, los partidos políticos tienen un apoyo del 6% y un rechazo del 94% -; 2) en la época republicana, hasta 1973, había un correlato armónico y fluido entre parte partidos políticos y movimientos sociales, lo mismo ocurría en la relación con los sindicatos, pero este escenario murió y posiblemente, no resucitará; 3) por el solo hecho de incorporar al Partido Comunista, el gobierno no compró los movimientos sociales, que ahora son más autónomos que nunca y no reconocen pertenencia alguna.
En un abrir y cerrar de ojos, encontramos la reforma educacional más flechada que el mártir San Sebastián: por un lado, es atacada por el sector democratacristiano Martínez-Walker-Pérez Yoma-Aylwin que defienden, sin ambages, a los grades oligopolios, dueños de la educación subvencionada, frente al cual se le agrega ahora el bloque Fuerza Pública más Amplitud y Evópoli – hay que consignar que el diputado Felipe Kast llevó el pandero de La discusión en la Cámara de Diputados -; en este plano, la derecha, prácticamente destruida, no tiene otro recurso que pegarse al liderazgo democratacristiano, la verdadera oposición en este momento.
Mucho más potente es la oposición de la iglesia, que por muy desprestigiada que esté por los casos de pederastia, cuenta aún con gran poder político. Nada menos que inspira y, en cierto sentido, dirige a los partidos políticos más grandes del espectro político actual – baste considerar las sucesivas reuniones entre Ezatti y Guntenberg Martínez, que permitirían la formación de un poderoso bloque de poder, en el sentido gramsciano, capaz de pretender neutralizar los aspectos más radicales de la reforma educacional.
A estos dos frentes se suma el de la huelga de los profesores, cuyas demandas son de una justicia absoluta, y no puede ser más que una paradoja el que un gobierno que pretenda hacer una reforma educacional, los ignore o no responda adecuada y prontamente a reivindicaciones históricas y que ahora, más que nunca, necesitan ser saldadas, pues sin un magisterio con trato digno, todo cambio en educación es ilusorio.
Dejo para otro artículo el peor obstáculo a la reforma educacional, la bala de plata del Tribunal Constitucional.
Rafael Luis Gumucio Rivas
20/11/2014