Oaxaca.- En entrevista con Clarín.cl José Zuleta Ortiz (1960), escritor y poeta colombiano, comparte la metodología y los resultados del taller de escritura creativa Libertad bajo palabra: “El director de cada taller propone los textos para la antología Fugas de tinta; el editor hace una selección nacional entre las quince cárceles, porque no cabrían todos los textos. Cuando son publicados, en primer lugar, los presos están orgullosos, muestran el libro a sus familiares; en segundo lugar, no en todos los casos, los presos presentan el libro ante un juez de ejecución de penas, este tipo de jueces tienen la potestad de conceder rebajas de la condena y permisos especiales. Algunos participantes del taller han conseguido rebajas importantes y otros beneficios”. Después de ocho años de experiencia en quince cárceles de Colombia, Zuleta Ortiz exportó el programa Libertad bajo palabra a cárceles de Chile, México y España.
Invitado a la Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO 2014), José Zuleta debatió sobre la despenalización de las drogas, el poeta y narrador colombiano puso el dedo en el renglón: “El mundo necesita urgentemente despenalizar la droga, el 25% de todos los presos de Latinoamérica están encarcelados por temas de droga. Entonces, si tú simplemente reinviertes los recursos económicos que los gobiernos dirigen a las cárceles, un recluso cuesta 25,000 dólares al año por la manutención, si tú sumas eso y lo multiplicas por 200,000 personas, estamos hablando de cifras multimillonarias, si esos recursos los utilizamos para educar a la gente, en la prevención del delito, en la prevención del consumo. Es una idea absurda que a los problemas de descomposición social y delincuencia se les debe tratar con represión y cárcel, es la peor idea, que ojalá en algún momento comencemos a replantear y a remediar”.
MC.- José, coordinas quince talleres literarios en quince cárceles de Colombia, ¿cuándo inició el programa Libertad bajo palabra?
JZ.- Este proyecto nació en Cali, en la cárcel de mujeres El buen pastor, en alguna oportunidad nos invitaron a varios escritores para leer nuestros poemas o cuentos, yo tuve la oportunidad de conversar con las reclusas y dos de ellas me dijeron que también escribían, les pedí prestados sus cuadernos, comencé a mirar lo que habían escrito, al final quedé muy impresionado porque me contaron que eran 30 mujeres las que solían escribir con frecuencia en la cárcel. Hablé con la persona que nos invitó a la cárcel y le pregunté si las internas tenían algún apoyo para sus proyectos de escritura creativa, algunos manuscritos eran cartas a sus hijos, otras tenían testimonios vitales muy conmovedores. Así nació todo, nos autorizaron a entrar a la cárcel para formar un grupo, hicimos el taller de manera gratuita durante dos años y publicamos una primera memoria con las crónicas, cartas y cuentos escritos desde la cárcel.
MC.- ¿El primer volumen de Fugas de tinta?
JZ.- No, el primer libro se llamó Libertad bajo palabra. El libro lo conocieron en el Ministerio de Cultura de Colombia, Clarisa Ruiz era la directora de arte del Ministerio y Melba Escobar trabajaba en la Red Nacional de Talleres de Literatura (RELATA), ella fue a la cárcel, conoció el programa, ahí nos propusieron hacer un programa piloto a través de la Red Nacional de Talleres de Literatura para firmar un convenio con el sistema penitenciario de Colombia, hicimos seis talleres con sus respectivos directores de talleres que relatan. Yo hice la metodología para este tipo de trabajo, que es muy distinto a un taller convencional, eso comenzó a generar buenos resultados, publicamos -en 2007- el primer libro de la serie Fugas de tinta, y ya vamos por el volumen número siete, hemos sostenido quince talleres, los rotamos, un par de años en una cárcel, dejamos la semilla sembrada, creamos monitores, un cineclub y luego, cuando vemos que todo va funcionando nos vamos a otra cárcel donde no existe el programa.
MC.- Cuando hablas de metodología, ¿se traduce en un manual de talleres de escritura creativa en las cárceles?
JZ.- La metodología es muy sencilla, lo que hacemos es que cada escritor, cada persona que quiere ingresar al taller –de forma voluntaria, porque no redime tiempo, los que se inscriben sacrifican sus actividades-, primero tiene que plantear su necesidad de escribir, tiene que decir que quiere escribir, no nos interesa la ortografía, se trabaja con cuadernos y bolígrafos –no tienen acceso a computadoras-, y hacemos una especie de primer proyecto individual de cada uno de los participantes, aceptamos todos los géneros, si la persona quiere escribir una carta, una crónica, un cuento, un poema, o la historia de su vida, tiene total libertad de expresión, eso nos da una mirada amplia sobre lo que sucede adentro de la cárcel, hay mucho humor, hay reflexiones sobre qué es la ley, qué es el tiempo, desde adentro ellos ponen atención sobre cómo el tiempo es la medida de todo, los castigan con el tiempo, hay textos que sin pretender ser filosóficos son reflexiones sobre asuntos universales. La metodología es hacer un proyecto de escritura creativa con cada uno, y acompañar ese proyecto de escritura; yo soy muy poco dado a los ejercicios, ese tipo de cosas en esta población no me parece viable, soy enemigo de los ejercicios en todo tipo de talleres, porque me parecen cosas mecánicas, repetitivas, cosas que no ayudan y en la cárcel no fomentamos los ejercicios. Los directores tienen cierta libertad para manejar sus grupos, no hay una camisa de fuerza, la conducción del taller es libre sobre estas bases, nos llevamos los cuadernos a casa, los miramos, les hacemos comentarios y se los devolvemos, ellos van avanzando, y vemos algunos temas que son interesantes, les regalamos libros, les proponemos lecturas, así avanza el taller.
MC.- ¿Las cartas y autobiografías son compartidas con los psicólogos de las cárceles?
JZ.- No, el proyecto no tiene nada que ver con una utilidad, no obtienen nada a cambio por escribir y ellos lo saben.
MC.- Sin embargo, habías comentado que el juez puede rebajar la condena de los internos si publican en la antología…
JZ.- Ellos no saben si serán publicados, el director de cada taller propone los textos para la antología Fugas de tinta; el editor hace una selección nacional entre las quince cárceles, porque no cabrían todos los textos. Cuando son publicados, en primer lugar, los presos están orgullosos, muestran el libro a sus familiares; en segundo lugar, no en todos los casos, los presos presentan el libro ante un juez de ejecución de penas, en Colombia existe un juez que te condena y otro juez que te acompañará en tu proceso de ejecución de la pena, este tipo de jueces tienen la potestad de conceder rebajas de la condena y permisos especiales. Algunos participantes del taller han conseguido rebajas importantes y otros beneficios.
MC.- ¿Cómo lograron exportar el taller “Libertad bajo palabra” a otras cárceles de Latinoamérica?
JZ.- Hemos tenido relación con un penal de Chile, con el programa Mujeres de Oriente (Ciudad de México), y con un programa en Carabanchel (Madrid), firmamos el convenio a través del PEN Club Internacional. En 2008, vinieron a Colombia para conocer nuestro programa, ante 25 representantes del PEN Club expusimos la idea del taller Libertad bajo palabra, ellos se engancharon con el programa y nos pidieron orientación para replicarlo, nosotros les dimos la orientación, establecimos el vínculo con los países donde decidieron implementarlo, hemos apoyado desde el punto de vista metodológico y seguimos dialogando con otras iniciativas.
MC.- ¿Qué tan fluido es el diálogo al interior de Colombia entre el programa “Libertad bajo palabra” y los sociólogos, o con los psicólogos?
JZ.- Yo creo que los libros Fugas de tinta son un retrato de Colombia, un retrato muy profundo de lo que sucede en Colombia, porque muchos de ellos hablan de las infancias que tuvieron, ahí, en las infancias está la clave de sus vidas, he tenido la oportunidad de hablar con sociólogos colombianos que han conocido el programa y que han leído los textos, los sociólogos quedan interesados al punto que envían monitores o pasantes para documentar el proceso y las historias; sería interesante que se mirara con mayor atención a estas personas, que se conocieran sus historias, para saber por qué cometieron los delitos.
MC.- ¿Qué piensas ante la sobrepoblación de las cárceles de Colombia y México?
JZ.- La sobrepoblación de las cárceles en Latinoamérica es una tragedia, a excepción de Uruguay. En Centroamérica –Honduras, Guatemala y El salvador- es otra tragedia, de Nicaragua no sabemos mucho porque el gobierno no informa; en general, en todas las cárceles de Latinoamérica tenemos una sobrepoblación, México ocupa el segundo lugar –después de Brasil-, el tema del hacinamiento es muy grave.
MC.- ¿Por qué?
JZ.- En nombre de la ley, cada día nos inventamos leyes para tratar de paliar los problemas de seguridad, creemos que la única vía para controlar la seguridad es la cárcel, y es el peor error que tienen nuestras sociedades, la inseguridad nunca se curará con cárceles, se pueden hacer 50 nuevas cárceles en México y se llenarán en dos años, pero la inseguridad no bajará porque tengan más presos en las cárceles, es una idea absurda, creo que debemos trabajar en otras direcciones.
MC.- ¿Qué dirección propones?
JZ.- El mundo necesita urgentemente despenalizar la droga, el 25% de todos los presos de Latinoamérica están encarcelados por temas de droga, en algunos países –por ejemplo México y Colombia- el porcentaje es mayor. Entonces, si tú simplemente reinviertes los recursos económicos que los gobiernos dirigen a las cárceles, un recluso cuesta 25,000 dólares al año por la manutención, si tú sumas eso y lo multiplicas por 200,000 personas –la población carcelaria de Colombia-, estamos hablando de cifras multimillonarias, si esos recursos los utilizamos para educar a la gente, en la prevención del delito, en la prevención del consumo. Si se despenalizaran las drogas habría un gran alivio ante esta situación, gran parte de lo que tenemos ahora es el resultado de lo que los gobiernos han construido, es una idea absurda que a los problemas de descomposición social y delincuencia se les debe tratar con represión y cárcel, es la peor idea, que ojalá en algún momento comencemos a replantear y a remediar.
MC.- Hablamos de la sensibilización de los internos que asisten a los talleres de escritura creativa, pero, ¿qué pasa contigo?, ¿cuál es la repercusión en tu vida o en tu narrativa?
JZ.- Debo confesar que para mí este es un gran taller humano, he conocido la condición humana de una manera muy profunda y muy íntima, en los ochos años que llevo en el programa Libertad bajo palabra. Creo que el material de un escritor es la indagación sobre la vida y el conocimiento del ser humano, si nosotros tenemos la posibilidad de escuchar la voz, las tragedias y los conflictos de las personas recluidas, en sus sentimientos hay mucha grandeza, he conocido a personas con unas capacidades impresionantes, es un taller para mí, yo también aprendo de lo que hago; me parece que es una especie de universidad de la condición humana.
MC.- Finalmente, ¿invitas a los escritores del taller que coordinas en la Biblioteca Departamental de Cali a los talleres en las cárceles?
JZ.- Están familiarizados con la lectura de los libros Fugas de tinta, pero no con los talleres en las cárceles, por las restricciones de seguridad del sistema penitenciario de Colombia. En la Biblioteca Departamental de Cali sí leen los trabajos de Fugas de tinta, les llaman la atención lo que se escribe en la cárcel. Con algunos sí he podido invitarlos a la cárcel, sólo a cinco talleristas, y salieron muy conmovidos.