En el Armagedón provocado por la falla del metro el viernes último, surgió el clamor de desamparo de miles de usuarios del transporte público y, ¿quién podrá salvarnos de semejante desastre? Desde hace mucho tiempo los chilenos desconfían de moros y cristianos y, quizás, el último recurso que les resta es refugiarse en la familia, en la cual pueden ampararse en este mundo hostil.
A la crisis de representación y legitimidad, se le agrega la de credibilidad y eficacia: digámoslo de una vez por todas: tenemos una democracia de pésima calidad y, de no aplicarse reformas radicales, va derecho al desfiladero.
Es cierto que hay muchas encuestas que prueban la existencia de las cuatro crisis antes citadas, pero ahora se acentúa esa visión, como lo demuestra la encuesta de la UDP, de noviembre de 2014, sobre confianza en las instituciones: sólo el 4,4% confía en los partidos políticos; el 6,4% en el Congreso; el 8% en los Tribunales de justicia; el 10,5% en las grandes empresas; en 18,9% en los sindicatos; el 19,8% en el Gobierno.
Esta falta de credibilidad en las instituciones está plenamente justificada si sólo recurrimos a revisar los acontecimientos más cercanos: en primer lugar, el fallo O´Reilly, que deja muy mal parados a los jueces de la república – especialmente a quien dictó la sentencia -, pues cómo va a ser posible que un delito tan grave, como la pedofilia, con el agravante de ser un hombre consagrado quien la practica contra una niña inocente e indefensa, añadiendo a ese delito otro, que es el abuso de poder; a este desprestigio se agrega el de los parlamentarios que le concedieron la nacionalidad por gracia a este personaje, que debió ser considerado como un agravante y no un atenuante en el fallo.
En segundo lugar, el bajo porcentaje de credibilidad de los partidos políticos – por ejemplo, con el caso Grupo Penta explotó el escándalo de la relación entre la política y los negocios – que, con mucha razón cerca al 96% siente que los partidos políticos y los parlamentarios son, verdaderamente, mozos de los empresarios, que los pautean a su amaño.
En tercer lugar, aunque lloren los empresarios, el 90% de los encuestados no tienen ninguna confianza en ellos. Al abuso de La Polar, se le agrega el de los pollos, el de las farmacias, el de Penta y así, suma y sigue – el mercado desregulado lo único que produce es delincuentes de cuello y corbata que, para rematar, jamás les llega la mano dura de la justicia -.
En medio de este panorama de crisis de legitimidad de las instituciones, al parecer, la única que se estaría salvando es la Presidenta, Michelle Bachelet, que algo aprendió de su mala actuación política en los inicios del Transantiago – se dio el lujo de culpar a todos los demás de un desastre en el cual ella llevaba la mayor cuota de responsabilidad, como reina con poderes
Absolutos -, esta vez, al menos, asumió de inmediato su responsabilidad y los pasos a seguir para la reparación de los errores y, sobre todo, mandó a freír espárragos al director del Metro.
Al no existir una legitimidad racional – para utilizar el concepto de Max Weber – sólo queda el recurso a la legitimidad carismática, de la cual está haciendo – y, posiblemente, abuso, la Presidenta -.
Los países no pueden vivir eternamente en crisis de representación, legitimidad, credibilidad y eficacia, pues en algún momento será necesario buscar una salida que, a mi modo de ver, debe basarse en la refundación de la república, surgida de la voluntad popular y expresada en una Asamblea Constituyente.
Rafael Luis Gumucio Rivas
16/11/2014