Noviembre 25, 2024

Imágenes insoportables

La guerra, el campo de batalla, parece cada vez más cercano y las imágenes más reales. Sin narrador ni testimonio, sin reporteros, sin filtros, la imagen fluye desde la misma detonación del coche bomba hacia las cámaras de los teléfonos y desde allí, hacia las redes sociales. Imágenes en bruto, bestiales, insoportables, a veces censuradas en esta corriente de datos por los grandes operadores de las redes sociales. Pero en el océano informativo, éstas se cuelan y reproducen.

 

 

 

En las últimas décadas las imágenes imborrables, tensionadas por la violencia y la muerte, han mutado. Por la irrupción de las nuevas tecnologías, pero también por la imbricación y control político. En un mismo teatro de operaciones, como ha sido desde hace varias décadas Iraq, la escena de la captura de las imágenes así como sus intermediarios sufre un vuelco. Si durante la guerra del Golfo de 1991 un veterano corresponsal en Vietnam, Peter Arnett, capturaba imágenes únicas que enviaba a través de la red de CNN, asombrando al mundo por su audacia y veracidad, diez años más tarde estas imágenes eran obtenidas y procesadas por representantes del Pentágono al interior de los blindados. Poco tiempo después, Arnett caía en desgracia en la CNN por criticar las políticas de la Casa Blanca en Oriente Medio, en tanto WikiLeaks dejaba ver el gran montaje que había sido la guerra de George W. Bush y la mentira de las armas de destrucción masiva.

 

En septiembre pasado, Barack Obama, que primero había retirado las tropas de ocupación en Iraq, vuelve a realizar ataques aéreos sobre blancos del Estado Islámico (EI, también conocido como ISIS), los que son registrados por los aviones y difundidos por diferentes canales. La guerra vista desde arriba parece un video juego. Es una visión aséptica de la guerra, cual ingenua epopeya de Hollywood.

 

Abajo, con el fuego, la sangre y la muerte, es otra la realidad, esta vez capturada por decenas de pequeñas cámaras. A diferencia de las dos guerras anteriores, las imágenes están liberadas de un relator, de un reportero, incluso de un testigo identificable. ¿Dónde está el corresponsal de guerra?, se pregunta el periodista Walter Martínez de Telesur. Las imágenes fluyen solas segundos después del estallido, cuando aún está el polvo y las partículas orgánicas en suspensión junto a los gemidos agónicos de las víctimas. Es la imagen prohibida, impublicable, controlada por los poderes políticos y corporativos, que esta vez ha roto todos los cauces y canales establecidos. Es la imagen intolerable que plantea el filósofo Jacques Rancière. Aquella imagen bestial, demasiado real, que también nos hace cuestionar nuestra condición de espectador y cuyas únicas salidas o soluciones son la ceguera, la renuncia culpable, o la acción. Es el momento crítico en el cual la imagen sigue siendo una representación elaborada y mercantil o estalla como una realidad tremenda e insoportable.

 

En la historia de la corresponsalía de guerra, pero no únicamente en estos escenarios, hay algunas imágenes que han desatado desde una espantosa culpabilidad o acción rabiosa en el espectador. Vietnam y el napalm fue un caso, pero también los genocidios en Ruanda o la ex Yugoslavia. Hace pocos meses observamos las tortuosas escenas en Gaza.

 

A diferencia de las clásicas fotografías de guerra, hoy nos exponemos a secuencias completas que quedan impresas, adheridas en nuestras retinas. Y ante esta corriente de espanto, que sabemos es realidad -que pasó o que sigue pasando-, el mismo periodismo ha sido desbordado por anónimos testigos. Sin capacidad de capturar estas crudas escenas, las grandes agencias han comenzado a buscarlas en las redes sociales para distribuirlas entre sus suscriptores. Liberada de relator y corresponsal, la imagen cobra por sí misma su tremenda e insoportable realidad.

 

La prensa institucionalizada si bien informa, también ordena, interpreta, y, por cierto, manipula. Lo hace también con la mayoría de las imágenes, editadas, mezcladas o producidas. Pero no puede hacerlo con todas las que toman las lentes de las cámaras digitales y teléfonos. Estas, y no otras, son las imágenes intolerables, las que junto con imprimirse en nuestras retinas y conciencias, logran traspasar los filtros gubernamentales y corporativos. La dolida imagen muta en acción política.

 

 

 

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 816, 31 de octubre, 2014

 

 

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