Es increíble. Cuando escucho una entrevista hecha a Érika Muñoz, la presidenta de la Confederación de Padres y Apoderados de colegios particulares subvencionados, hecha por Rayén Araya en Bío Bío, no puedo sino sentirme de acuerdo. Plantea una critica feroz a la educación municipalizada porque carece de autonomía; a la ausencia de énfasis en la educación de niños con capacidades diferentes, dado a que el 75% es subvensionada o privada, pero no estatal; a que no esté en el debate la educación técnico-profesional y la educación para adultos… No puedo estar más de acuerdo en que justamente en estos vacíos es donde se cae la reforma educacional y la razón fundamental de porqué no se hace sentida por la “gente”. Y es increíble. No porque yo esté de acuerdo con estos contenidos que delaten una reforma procedimental, bajo el principio de subsidiariedad del Estado, que Eyzaguirre admitió carece de “meta” o “proyecto país”, porque los planes y programas no son tema, pues ya está en manos de “expertos ampliamente calificados” y porque es más importante hablar de plata, que de “abstractos” como dijo en Tolerancia Cero. Es increíble que esté de acuerdo, porque lejana a la primera ojeada a la “Marcha por el Lucro”, la señora Érika lo que hace en realidad, al igual que yo, es clamar por más Estado, por una sociedad de derechos y por más protagonismo de los actores sociales: profesores, estudiantes y apoderados y de todo este pastiche que deambula en la nada entre los ricos y los pobres, comprando a crédito una posición social.
No estoy tan alienada para pensar que el lucro es lo mismo que el sueldo, ni me parece lógico que se pueda hacer de un DERECHO no sólo un servicio sino una mercancía. No comparto en absoluto la defensa a mi “derecho” a pagar por cuestiones que incluso Adam Smith planteo que eran garantía de los ciudadanos, me refiero a salud y educación donde según su teoría, no es posible competir. Pero puedo entender en este contexto de lumpenización transversal de la sociedad, que haya gente que pueda justificar el pago, en base a que estas necesidades tan esenciales, no son resueltas por el Estado de Chile, uno que desde la reposición de la democracia continuó actuado como plataforma para los negocios privados y ha alentado desde sus ministros de “izquierda” a la privatización, la subvención y la bancarización de la deuda educativa. Porque convengamos. La derecha penetra en estas fisuras que tiene la reforma, con todo el peso de su clásico oportunismo, porque fue la Concertación, hoy travestida en Nueva Mayoría, la que amparó y incentivó el negocio de la educación que hoy no saben cómo liquidar sin generar damnificados entre sus propias filas.
Entonces al encontrarme en sintonía con Érika, se da en efecto, que le hago el “juego a la derecha”. Así como cada vez más chilenos que confundidos en una situación de permanente transito social, no tienen identidad más que la del consumo. Sí, le hago el “juego a la derecha” como esos “cientos de miles” citando a Piñera, que han clientelizado su voto por bonificaciones asistencialistas, y que se han acostumbrado a que lo barato cueste caro, cuando les dan una interconsulta a chuchunco porque en su comuna no hay especialista, ni tiene cobertura del Auge. Le hago el “juego a la derecha” estando de acuerdo en que si no se fortalece la educación pública primero, no quiero mandar a mi hijo a una sala con 45 cabros, con baños pútridos, con profesores estresados y mal pagados, para que aprenda lo mínimo, no sólo por las condiciones insanas en las que se pretende realizar el proceso educativo, sino porque las escuelas, colegios y liceos son en definitiva “guarderías”, para que yo pueda buscar trabajo más tranquila. Entonces sí, le hago “el juego a la derecha”, pero simplemente porque la “izquierda” no la veo por ninguna parte, por lo menos en la hegemonía, para poder hacerles el juego a ellos.
Es cierto que el desclasamiento avanza y con ello el arribismo y los valores neoliberales. Pero no es menos cierto que fue la democracia electoralista y la moral antipinochetista la que llevó a gobernar a quienes durante dos décadas perfeccionaron este modelo. A quienes nos educan en hacerle “el juego a la derecha” que tiene una chapa populars y social, del “sentido común” en esta fútil época, ese que el fascismo exprime para cautivar a la “querida chusma insconciente” a punta de visceras, chocman y computadores viejos, que llega a las poblaciones para lejos de educar; corromper, clientelizar y solapar en los discursos como el de Érika, toda su ambición de mantener las cosas tal como están, o sea en el más completo abandono. Por eso, más que ridiculizar a la Confepa, veamos que la realidad nos avasalla con pervertida crudeza. Porque por otro lado también tenemos una “izquierda”, la normalizada por el statu quo, que también se sirvió del discurso de la “calle” para gobernar nuevamente, y que hoy no se centra en lo medular, exigido desde 2006. Una base sólida a mi crítica, es la incorporación del “arriendo” de establecimientos y el haber desechado la criminalización efectiva del lucro.
Somos un República sin “cosa pública”, un país sin identidad, una nación sin valores propios. El “relato” es exclusivo de las “autoridades” para erigir buenas campañas con un carísimo marketing político financiado por especuladores y dueños de los recursos naturales. ¿Y el tejido social? es a penas la madeja enredada que lo precede. Nosotros no construimos historia. Fukuyama es nuestro invitado de honor hace 20 años. Por eso no me culpen de ser “facha” por hacer mi crítica a una “reforma” que se ha concentrado en la discusión de sólo 3 medidas de un paquete de 33, sin conducción, sin integración, sin profundidad, ni a Érika, ni ha nadie de “hacerle el juego a la derecha”. Mal que mal, distantes de binarismos artificiales, la Nueva Mayoría, o cualquier nombre de fantasía que se pongan quienes han profesionalizado el acomodo al sistema heredado por la dictadura para administrarlo sacando réditos higienizados por la “democracia”, han sido verdaderos maestros en el arte de hacerle el juego a la derecha. Con el sólo hecho de ser parte de lo mismo, subrepticiamente.