Andrés Santa Cruz, el presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), es decir, el patrón de patrones chileno, se está dando el lujo de lanzar declaraciones insultantes a la clase política en el poder y, sobre todo, a los dirigentes de la Nueva Mayoría: de los políticos, dijo que andaban golpeando las puertas de los empresarios para que les dieran dinero para sus campañas, es decir, metafóricamente, que son verdaderas “rameras” y, a los dirigentes de la Nueva Mayoría, los trató de apitutados, que vivían a costa de los cargos fiscales, tanto ellos, como también sus familiares, lo cual significa que son auténticamente cabrones del Estado.
En la vida corriente, se culpa siempre a las pobres trabajadoras sexuales de la corrupción de las costumbres cuando la verdad, los verdaderos culpables son los cafiches, que presionan a las mujeres para vivir del dinero que ellas perciben por su trabajo. Si trasladamos esta realidad a la política, los proxenetas serían los empresarios y las rameras, los políticos – los primeros entregan plata a los segundos para que estos aprueben leyes que favorezcan sus empresas, que ellos llaman “emprendimiento”, cuando en verdad, en muchos casos, es un verdadero negociado -.
El Chile de hoy, al referirnos a las castas político-empresariales, no es muy diverso a un prostíbulo, donde se dan relaciones desiguales entre “chulos” y prostitutas. En la década de los años 20, del siglo anterior, la situación no era muy distinta a la actual: el famoso escritor Joaquín Edwards Bello, en la novela naturalista – al estilo de Émile Zola – El roto, describe el acontecer diario en un prostíbulo, cerca de la Estación Central, en que uno de sus personajes, el diputado Panteón Modroño, un dirigente conservador corrompido – y que el escritor describe con mucha crueldad, propia del estilo de la época – usaba su riqueza para comprarse al cabrón Fernando – otro de los personajes de la novela – convirtiéndolo en sicario que terminaba con la vida de sus enemigos políticos
Este autor, además, describe un Club del Partido Demócrata, que en uno de sus muros ostentaba el retrato del Presidente mártir, José Manuel Balmaceda, pero la verdad, este lugar de una colectividad antes progresista, se había convertido en una casa de juegos y un lugar de prostitución – el retrato significaba el homenaje que el vicio rinde a la virtud, es decir, la hipocresía, al utilizar la figura del gran Presidente para ocultar los delitos que llevaban a cabo en este club – que es perfectamente comparable a la situación de las castas político-empresariales actuales.
La mezcla entre la política y los negocios ha terminado por corromper nuestras instituciones democráticas: el juego entre empresarios que compran a los políticos, que acuerdan coludirse para sacar leyes que los favorezca mutuamente: los primeros, para seguir enriqueciéndose ilimitadamente y, los segundos, para perpetuarse en los cargos de elección popular y, en no pocos casos, convertirse en nuevos ricos.
Cuando la política pierde la virtud y, en consecuencia, abandona la ética, las instituciones se transforman en verdaderos prostíbulos y, además se convierten en presas fáciles para la labor destructiva de quienes se enriquecieron de mera fácil y sin costos durante la dictadura, como lo son la mayoría de los empresarios y los políticos de la ultraderecha pinochetista.
No podemos olvidar que, muchas veces en la historia, los fascistas de tomo y lomo han aprovechado las oportunidades que surgen a partir de los grandes escándalos financieros para minar las instituciones democráticas.
Rafael Luis Gumucio Rivas
11/10/2014