A fines del siglo XIX nuestro modelo fue la educación alemana: se sostenía que Alemania había ganado la guerra a Francia, 1871, gracias a la grandes competencias docentes de los profesores primarios. El gobierno chileno, con su Presidente, José Manuel Balmaceda, decidió nada menos que imitar a los teutones, fundando el primer Instituto Pedagógico, del cual egresaron los mejores profesores del Estado docente – Enrique Molina, Alejandro Venegas, entre otros connotados institutores -. Los profesores, invitados desde Alemania para liderar la reforma chilena fueron de tan alta calidad que dejaron obras de investigación sobre geografía, cartografía, fauna y flora, y otras materias, hasta ahora insuperables. Se dice, y con justicia, que amaron más a Chile que sus propios alumnos; en Colombia ocurrió algo parecido: el mejor geógrafo en la historia de ese país fue un profesor alemán, que decidió quedarse en ese país.
Si alguien está interesado en el papel que desempeñaron los educadores alemanes en el Instituto Pedagógico podría remitirse a las obras de Alejandro Venegas, quien era conocido con el seudónimo de Dr. Julio Valdés Canje, que relata, en forma muy amena, las relaciones pedagógicas con los profesores de Alemania. El otro aporte fue la creación de las Escuelas Normales, que fueron cerradas durante el gobierno de Augusto Pinochet, cuando irrumpió el modelo neoliberal de los Chicago Boys.
Nuestra historia de la educación demuestra que no toda imitación es negativa, y una buena adaptación teniendo en cuenta la cultura del país podría representar un verdadero aporte.
Nuestro modelo educativo, que hoy es sólo una copia de la filosofía neoliberal del Voucher en su expresión más inhumana y brutal, sometiendo a profesores, alumnos y comunidad educativa en general al mercado, que radicaliza la segmentación existente en nuestro país. Puede decirse, con propiedad, que es la antítesis del modelo educativo finlandés, considerado actualmente, según Pisa, el mejor del mundo.
En Finlandia, la carrera docente es la más valorada y se le exige a los un alto nivel de formación: tres años de licenciatura común y una maestría en alguna de las especialidades. El profesor es un consejero y asesor permanente, de alto nivel académico y ético, considerado como líder social por parte del gobierno, la familia y la comunidad. En Chile ocurre todo lo contrario: siguen la carrera de profesores los alumnos a quienes no les alcanza el puntaje para seguir otra carrera – salvo algunas excepciones, que tienen alto puntaje en la PSU, y por vocación, siguen la carrera de pedagogía -.
No es que los profesores finlandeses ganen sueldos exorbitantes, pues lo que les importa es sentirse valorados y considerados por la sociedad y, además, contar con mucha libertad para la innovación permanente y la educativa. Sin embargo, el salario del profesor está al mismo nivel de cualquier profesional europeo.
Para los niños finlandeses, la educación es gratuita y estatal desde la básica hasta el doctorado; la calidad de la educación es tan buena que, prácticamente, no existen escuelas privadas. El ciclo básico normal comienza a los siete años y termina a los dieciséis; los tres siguientes años se dedican a obtener el bachillerato, período en el cual se opta por la educación técnico-profesional o por carreras universitarias. Si bien el Estado entrega unas bases curriculares generales, los profesores y alumnos tiene la mayor libertad para investigar, crear y diseñar los programas a llevar a cabo durante el año lectivo. Los alumnos tienen un mismo profesor durante los primeros de estudio, método de enseñanza-aprendizaje personalizado y, sobre todo, un objetivo-proyecto, que hace que todos los alumnos logren los aprendizajes deseados y una igualdad respecto a las oportunidades que entrega la educación.
Las familias y la comunidad están implicadas directamente en la educación de sus hijos y aprecian de tal manera la cultura que, conjuntamente, padres e hijos, prefieren ir la biblioteca y a los museos, que visitar los malls. Finlandia cuenta con uno de los más altos niveles de lectura en Europa – desde los tres años de edad el niño comienza a explorar el mundo de los libros, y de ahí no para de leer-. Las películas en la televisión son presentadas en idioma original, a fin de que los niños comiencen a leer los subtítulos, una de las maneras para fomentar la lectura. El aprendizaje de lenguas extranjeras constituye una prioridad, no sólo el inglés, sino también el francés, el alemán, el español y, ahora, el chino.
Es cierto que los fineses no tienen una derecha tan reaccionaria como la chilena, tampoco pasaron por una dictadura, incluso por una dictadura de mercado, como en Chile; en ese país destinan el 9% del PIB a la educación – no el 4%, como en Chile -. Los ciudadanos pagan el 50% de sus ingresos en impuestos, mientras que en Chile los empresarios, por ejemplo, pagan 0% – y seguirán igual luego de la promulgación de la ley de reforma tributaria. Los fineses son luteranos, que los lleva a una gran disciplina social y una transparencia a toda prueba, mientras que en Chile, los personajes de la casta política y empresarial compiten en quién roba más, mejor y sin que lo pillen.
No sería una mala idea adaptar algunas de las ideas del modelo educacional finlandés a la realidad chilena y, de esta manera, podríamos ir enderezando nuestra ineficiente e injusta educación.
Rafael Luis Gumucio Rivas
16/09/2014