Diciembre 26, 2024

El 11, más que un número

Una gris mañana de septiembre, con una primavera indecisa, nos trajo violentamente a la realidad a pesar de saber que esta era frágil y sorpresiva. La brutalidad de la oficialidad soberbia, unida a la inconciencia de la soldadesca grosera, arrasaron en pocas horas con la democracia y el proyecto de patria justa que se había comenzado a construir, sobre la base de la voluntad popular. La incertidumbre sobre ese presente y sobre el futuro inmediato, pusieron en duda si lo que estábamos haciendo era lo adecuado. Con mentiras y actos de un terrorismo extremo habían logrado detener el avance del pueblo y por cierto un temor legítimo se apoderó de muchas y de muchos.

 

La estrategia planeada en alguna oficina en Washington DC, había terminado de concretarse y la mezquindad, de la mano de la impudicia, se refugiaba detrás de los uniformes también grises. Han pasado 41 años desde ese aciago martes de cielo nublado y miradas huidizas. Es muy difícil describir hoy el significado que tenía en ese momento el término de un sueño. Hubo tiempo solo para despedirse. El titular del diario decía a todo lo ancho de la página: “todos a su puestos de combate”.

 

Ya no es tiempo de reproches y menos de la crítica ácida porque lo que fue, ya fue; es innecesaria a esta altura. Los protagonistas de aquel entonces hemos vivido el suficiente tiempo como para ver casi todo, desde la renuncia vergonzante y la traición, que debe haber sido muy amarga, pasando por el sorprendente cambio de bando, por la resistencia heroica desde el primer día, la prisión y la tortura, luego la muerte o la desaparición forzada de quienes corrieron la peor de las suertes. También el exilio y el destierro o la opción necesaria por la clandestinidad. Terminamos luego hablando en voz baja y comenzó el largo y difícil camino de reencontramos, de buscarnos para volver a empezar, de superar la desconfianza que naturalmente se manifestaba a diario. Vimos, con pena, como la dictadura imponía el proyecto que sus amos económicos e ideológicos le habían encomendado, desbaratando la propuesta que le habíamos hecho al mundo para la construcción de una sociedad igualitaria, democrática y popular.

 

El camino del reencuentro fue y sigue siendo tortuoso. Lo que no nos hizo la represión dictatorial nos lo hicimos a nosotros mismos, profundizando las diferencias y optando por la escisión, cada vez que no pudimos lograr un acuerdo. Nuevas generaciones se ha incorporado a este presente que a veces se nos aparece con negros nubarrones pos invernales y no siempre hemos podido tener la suficiente templanza y serenidad para explicar lo que fue aquel proceso del cual algunos terminaron abjurando, mostrando una clara inestabilidad ideológica y otros aferrados ortodoxamente a ideas repetidas una y otra vez, sin reflexión alguna. Hay que evitar que la historia pase de tragedia a comedia. Por estos días, en la conversación cotidiana se ha dicho por parte de los agoreros, que la actual situación se parecería un poco a los días anteriores al golpe de estado del 73; nada más alejado de la realidad y nada más irresponsable que aquello. Tal es así, que lamentablemente, los grupos monopólicos por los cuales estamos literalmente secuestrados, tienen el control de la economía y de los medios de comunicación y que en su espíritu de fronda y arribismo aristocrático, orientados por su infinita avaricia nos quiere hacer creer que lo que les regaló la dictadura son sus derechos adquiridos y poco menos que naturales. Lo preocupante es que el nivel de incertidumbre, de desinterés por lo público de las grandes mayorías, especialmente quienes no vivieron aquella época, permite que se imponga una sucia campaña de desinformación altamente perjudicial para la sociedad chilena. Durante ya casi medio siglo hemos vivido en un clima de violencia, de confrontación ideológica y física, de engaños y la expropiación permanente de nuestra seguridad personal y familiar. Nuestros padres, nosotros, nuestros hijos e hijas, los hijos e hijas de nuestros hijos e hijas, hemos sido testigos de muchos actos de violencia y nos hemos ido acostumbrando a ello. El asesinato con fines políticos, antes, durante y después de la dictadura militar ha sido un hecho recurrente y de una inutilidad extrema. No es una forma civilizada de vivir y en estos últimos 45 años, el 11 es más que un número; constituye la fecha del acto vil que consagró el fratricidio y no solo para referirnos a la muerte física, sino al abuso permanente sobre nuestra excesiva humanidad.

 

Seguramente este 11 nos traerá a la memoria imágenes que no quisiéramos recordar, sucesos amargos que quisiéramos olvidar, pero es un deber recordar y es un deber no traicionar nuestra propia memoria. Es necesario contar que después de 41 años, hoy once de septiembre, aún las cosas siguen prácticamente iguales, como una fotografía que se fue volviendo amarilla entre las hojas del libro de la vida. Al final de esta columna solo enviar un abrazo a las madres ya ancianas, que nos cobijaron fugitivos sin preguntar nada, a las mujeres que nos ayudaron a mantenernos sólidos en el momento difícil, a nuestros hijos que ya no están o que están cerca o lejos e incluso a nuestros nietos y nietas. Decirles a todos ellos que solo hicimos esos días del 11, lo que pudimos o lo que sabíamos hacer, pero que nunca será tarde para hacer que ese sueño se vuelva realidad.

 

*Eduardo Fernández es sociólogo y militante de Convergencias de Izquierdas

Partidario irrenunciable de la Unidad Popular

 

 

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