¡Tiquitiquití! ¡Se viene el 18 mi alma! Cualquier chileno bien nacido en el territorio nacional de Arica a Punta Arenas conoce al dedillo el día número dieciocho del mes número nueve: según él o ella, en ese día brillante, resplandeciente y florista del todavía invierno, Chile se independizó de la Corona Española. Así tal cual. Y también cree que al día siguiente, es decir, el 19, es absolutamente necesario ver en vivo o a través de la televisión la parada de los militares en el ex Parque Cousiño: por allí se arrastran muy hidalgos los hombres preparados para la guerra, exhibiendo sus armas de lucha y lo bien amaestrados que están, obedecen las órdenes al mero tronar de dedos. Aquí lo que importa es el desfile e impresionar a la presidenta e impresionar a la parentela. Además los hombres cuidan su cuerpo y saben lo que duele una azotaina. De vez en cuando surge una cabeza semi rubia de lo que parece ser una mujer que además es bonita: júbilo para la prensa y sobre todo para los matinales. Habrá mirra, incienso y especias. También oro y frigideres nuevos.
Esto es igual de solemne que la preparación de una Misa de Gallo, solo que más divertido.
Como la dueña de casa es precavida (la preparación de las empanadas es cosa de chicas) la mami se pasa todo el bendito día sábado regodeándose con un examen riguroso de las cebollas en la feria libre. Ahí ella es la experta soberana, la doctora cebollas. Además es famosa en esos andurriales por ir diciendo las cosas de frente, sin filtros, famosa por pararle los carros a medio mundo, entonces a ella el vendedor de cebollas no la va a venir hacer lesa tratando de enchufarle tantísima cebolla en evidente estado de putrefacción y a un precio tantísimo elevado. Discusión entre clienta y dependiente, que debe abandonar su humeante taza de té –vaso plástico–, incluida la sopaipilla, para a continuación maldecir a la mujer, que finalmente gana porque el cliente siempre está en lo correcto. Igual le cobran el triple. Viejo bribón. Así pues, con las pilguas plásticas de asas de falso carey y repleta de cebollas, la mami llega a casa y se pone manos a la obra. Ella pela, pica y hierve todo el día sábado para que la cebolla se desprenda de los vapores fuertes que sientan mal a la doble guata cervecera del jefe de familia, el cargo más elevado del núcleo familiar, algo así como el archiduque o el príncipe arzobispo. Dicen que él se desloma trabajando. Él tiene derecho a sus vinos y por ello tiene derecho a exigir y a obtener. La mami debe picar la cebolla, pero no importa que se le dañen los ojos, por ahí suena Marco Antonio Solís y eso alegra el entorno de las ollas y de las sartenes. Finalmente puede escuchar la música que le venga en gana. Después, cuando tenga que raspar con virutilla las tablas del suelo del salón principal y frotar la caca del baño, ahí se le va a pasar el escozor de los ojos. Todo esto lo tenía fríamente calculado la mami. Ella es precavida. Ella sabe.
Bueno, es día diecisiete y la cebolla ha quedado perfecta.
Muchas cosas dignas de mención y loa ocurrieron entre ese día sábado de compra y hervor de cebollas y el día diecisiete, que es el día de preparar el pino porque el pino de un día para el otro sabe mejor. A la hija menor le dieron un premio por convertirse en la bailarina de la Cueca en el colegio particular subvencionado. Al hijo mayor lo amenazaron con la temida repetida de curso, ojalá el muy imbécil se lea Marianela en las vacaciones de dieciocho, lo que desde luego no ocurrirá. Un brillante futuro en el Centro de Formación Técnica (año y medio) le espera al hijo mayor, pero aquí estamos para hablar sobre cosas rosadas, bonitas y alegres, lo malo para otro día dice riendo la mami que sostiene el uslero con la derecha. Día dieciocho, el pino ya está listo. Parada detrás de la mesa-comedor, en una improvisada e impecable amasandería, está la mami junto a la manteca sofrita, la harina y el aceite vegetal hidrogenado. Hoy viste ropajes pulcros y sencillos, no quiere estropear el conjunto nuevo dieciochero sacado en cuotas, ese es para las ramadas de los bomberos, porque a la otra va pura gente ordinaria. La mami huele a jabón y a cremas, tiene el pelo recogido en una pañoleta y allí está: soba que soba los ingredientes para la masa, el estómago esponjoso se golpea contra el puchero donde revuelve la manteca con la harina, tiene polvillos blancos hasta en las cejas, restos de carne entre medio de las uñas.
La hija escucha atenta porque ese es un conocimiento que únicamente se transmite a través de los vapores de la credencia, para que algún día cuando ella se case con un hombre trabajador, emprendedor y honrado, ella le pueda cocinar unas ricas empanaditas y si le sobra masa, apartar un resto y confeccionar sopaipillas de masa cocida que siempre son el deleite de los que ya no pueden más con la carne y anhelan seguir llenándose. El dieciocho es el dieciocho después de todo. Y con una cucharita la mami forma cerritos de pino, huevos cocidos y aceitunas. Se fríen esas tortitas y aparecen las empanadas, que no obstante los ruegos de las mujeres (¡Ellas deben imponerse!) los hombres comen sin pensar en que debe quedar algo para otros, o sea ellas. Bueno, en dieciocho nada de caras largas. Terminan de freír y se retiran a ver películas dieciocheras. La mujer observa orgullosa a través de los bow-window del living porque su bandera es la más limpia y pura de la villa. La bandera de la vecina de enfrente está corcheteada a las cortinas del segundo piso, deberían pasarle una multa por ofender así a la madre patria, opina en voz alta la mami. El papi opina que su mujer es una intrusa y que mejor le alcance otra empanada. La mami dice que mejor se sientan a la mesa, pero que la hija coloque el mantel y los individuales (todos decorados con motivos de la flor del copihue), porque de otro modo se arruinará el pulido reciente de lustra-muebles.
Allí se sientan todos y cada uno de los miembros del exclusivo núcleo, de cara a la fuente de empanadas, las bebidas de tres litros y los jugos light. La madre desea ante todo –y por todos los medios– no hincharse como un cerdo, para que el vestido nuevo le siente bien. A cada instante saca a colación el tema de las ramadas de los bomberos, por si a última hora al marido se le frunce no ir y la deja con todo ese trabajo de fritanga y limpieza de trastos.
Resulta que al papi le gustaron las empanadas, te quedaron buenas viejita, opina. ¡Bravo! ¡Le gustaron! La mujer no cabe en sí de júbilo, no sabe qué hacer con tanta alegría. Así es como de inmediato empieza a relinchar, y empieza con que ella está a favor del servicio militar obligatorio y de que este país estaba mejor con Pinochet y de que la Presidenta es una comunista resentida y de que este es el país más bonito del mundo. Sus hijos la miran boquiabiertos, no tanto por admiración, sino por la costumbre de andar con la boca abierta. Y dice la mami también que ella ya compró absolutamente todas las vienesas, las longanizas y los pollos para los fierritos del día siguiente, y dice la mami también que ella freirá algunas empanadas, pero eso sí, no tantas como hoy día, no señor, pero como mañana es 19, o sea, la Parada Militar, que ella no se la pierde, tirada en la cama rellenándose con empanadas de pino, mientras soldados valientes desfilan a través de la televisión, de todas maneras habrá empanadas. En el matinal explicaron que lo mejor era tomarse una agüita de menta para la acidez, ella lo tendrá todo listo. De momento debe volver a los fogones de la cocina donde se doran y se hierven los ingredientes para las próximas fritangas. El dieciocho de septiembre merece todo el trabajo, y con tantísimo aire primaveral, con tantísima flor, con tantísimo árbol del plátano oriental enrojeciendo las pieles sensibles, lo que de inmediato será reporte y discusión en la mesa. La mujer es limpia y débil, por eso es particularmente alérgica a la primavera. Y limpia y reluciente quedará su cocina para después irse a bailar tranquilita a la fiesta en las ramadas de los bomberos (eso si al papi no se le ocurre arrancarse él solito a las otras ramadas o a la boîte disfrazada de ramada, lo que es muy probable que ocurra Jajaja), y a continuación, inmediatamente y a continuación, preparar los fierritos y el asado y el agüita de menta para el dolor de estómago y la promesa de que estas serán las últimas empanadas del año hasta el próximo dieciocho, que la familia entera contempla en el pequeño horizonte nacional.
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