Recién estuve en Lima, aprovechando mi pasar de jubilado por el INP y la cariñosa invitación de un gran amigo peruano al matrimonio de su única hija. Más que un amigo, un hermano.
Estuve exiliado en Perú desde fines de 1973 hasta enero de 1978. La amistad multiplicada de este amigo peruano data de ese tiempo, cuarenta años atrás.
No es el único entrañable amigo que tengo en Lima. Alfredo Filomeno y su esposa Ana María están entre mis más cercanos. Filomeno fue el último Presidente del Partido Socialista Revolucionario del Perú, disuelto allá como fue disuelto aquí el Mapu y hoy es un intelectual progresista, tal vez el más respetado de su país por su estatura ética. Un ejemplo de honestidad y rectitud para todos. Ana María fue Secretaria de la OLP en Lima hasta que los cuidados a su madre enferma le obligaron a renunciar al trabajo fuera de casa. También cuento entre mis más cercanos amigos a José María (Chema) Salcedo, periodista de primer nivel, escritor, personaje de la TV y hombre de cine, que sigue en el primer plano; Alfonso Klauer, periodista y escritor, autor de más de una decena de libros sobre la historia preincaica e incaica del Perú, y Rafael Roncagliolo (padre del escritor Santiago Roncagliolo), a quien ahora sólo pude saludar personalmente, debiéndole una larga conversación. Rafo fue Canciller de Perú al inicio del diferendo con Chile en La Haya y debió dejar su cargo por un agudizamiento de su crónica enfermedad cardíaca, del que se está recuperando.
Todos ellos, desde muy jóvenes, tuvieron una estrecha relación con Chile y, a partir del golpe pinochetista, levantaron en Perú las banderas de la solidaridad con nosotros en momentos muy difíciles, en que en la región se implementaba el Plan Cóndor. Fueron solidarios también con la Argentina de la Triple A y con uruguayos como Mario Benedetti, el gran escritor, que vivió en Lima en los 70 y hasta trabajó en el mismo diario en que lo hicimos, en esos años, Filomeno, Rafo, Klauer y el que escribe.
Con Klauer hicimos recuerdos de Rafael Urrejola, el destacado periodista socialista, que hizo su exilio en Perú y Ecuador, con el que también trabajamos en la prensa limeña de los 70. Hubo otros peruanos distinguidos en la solidaridad, que ya partieron: Augusto Zimmerman Zavala, periodista y consejero civil del ex Presidente Velasco; Francisco Moncloa, uno de los más grandes periodistas latinoamericanos, y Henry Pease, académico y ex candidato de la izquierda peruana a la Presidencia de la República, que nos dejó en los mismos días en que estábamos allí para la fiesta del matrimonio amigo.
La vida suele tener esos cruces. A Henry lo velaron y despidieron dos mil personas en la iglesia de María Reyna, la del colegio en que se educaron, desde 1974 y por cuatro años, mis hijos exiliados.
Al día siguiente de mi vuelta de Lima vi en Santiago la noticia sobre la aparición unilateral de Humala (debió haberlo hecho junto a Chile, después de la sentencia de La Haya), con el famoso mapa y el triangulito, y re-percibí el clima que muchas veces hemos debido sufrir, en los últimos cuarenta años.
La tensión emocional no resuelta entre peruanos y chilenos.
Los grandes héroes peruanos son Grau y Bolognesi, los de la Guerra con Chile. Desde ahí hasta hoy. Vi esta vez en Lima programas de TV sobre el fallo de La Haya; leí, como turista, publicidad de la Municipalidad de Miraflores, el barrio elegante del sur de Lima, con referencias directas a la defensa ante el ataque de los invasores chilenos en la Guerra del Pacífico… 135 años atrás. Aquí vi en la TV que Humala hizo su anuncio en el salón Cáceres del Palacio Pizarro delante del gran cuadro con la respetable figura del Mariscal Andrés Avelino Cáceres, héroe peruano de la Guerra con Chile, llamado aquí en el siglo XIX, “el Brujo” o “el Demonio de Los Andes”. El Mariscal Cáceres peleó en la batalla de Tarapacá; en la defensa de Lima, donde fue herido, y por muchos años en la resistencia andina contra las tropas chilenas. Fue Presidente de Perú inmediatamente después de la guerra.
Mi impresión subjetiva es que el fallo de La Haya –con todas sus consecuencias pacíficas e integracionistas- no bastó para poner fin al estado de cosas surgido desde el Tratado de 1929, y que aún queda margen, desgraciadamente, para la reinstalación de nuevos diferendos entre ambos países, sabiendo Perú que los reclamos internacionales entre dos países de parecido nivel siempre serán resueltos “con equidad” por los poderes mundiales.
En Chile, por nuestra parte, hay variados tarudes chovinistas en el Congreso y carencias diplomáticas históricas en la Cancillería, como para que el país siga permanentemente a la defensiva táctica (con algunas respuestas destempladas). No surgen desde aquí propuestas ofensivas de integración, que pudieren servir de base a un cambio epocal con Perú y a una permanente y definitiva convivencia fructífera.
Las últimas acciones “integracionistas” de Chile han tenido que ver con Falabella, Farma y Casa e Ideas, buenos negocios personales de algunos connotados ex ministros de Estado.
No hay duda que el mapa de Humala sobre el triángulo terrestre, puede dar pie a un nuevo diferendo, que a su vez amenaza con no ser el último.
¿Será que para los países triunfadores en la guerra el valor máximo pasa a ser la paz y el statu quo, y, para los perdedores, la revancha, aunque sea paso a paso, cuarta por cuarta? ¿Tendremos, como en las tragedias, que resignarnos a ese sino?
Quizás sea el momento de que Chile proponga una estrategia ofensiva e integradora que ponga fin a la escalada rutinaria de reivindicaciones –acrecentadas cuando los gobiernos necesitan de apoyos nacionales- para que todos juguemos a la verdad y al futuro.
¡Que se plantee a las regiones de la zona (el sur del Perú, el norte de Chile, el centro y sur de Bolivia) una política económica, social y cultural integradora, con orientación de los tres gobiernos, planes culturales de toda la sociedad civil de la región e inversiones conjuntas chilenas-peruanas-bolivianas para el desarrollo tripartito! Esa región de América del Sur es rica en cultura común, en gas, en petróleo, en minería, madera y pesca, y decisiva para la conexión entre el Pacífico y el Atlántico.
¡Que la gran burguesía chilena entienda que más vale la pena invertir asociadamente y a largo plazo allí que en negocios de retail en Lima, Trujillo y Cuzco!
Y ¿por qué no? un corredor soberano para Bolivia al sur de la Línea de la Concordia, con las compensaciones legítimas pertinentes, aunque al Perú le duela pasar a limitar al sur con Bolivia y a Chile le duela volver a limitar al norte con La Paz.
¡No más triangulitos que surgen de la aplicación confusa de tratados y sentencias poco practicables! El actual triángulo que Chile y Perú reclaman tiene menos de 300 metros en la línea de la Concordia, un poco más de 300 metros en el paralelo que va desde el mar hasta el mojón 1, y alrededor de 300 metros de costa seca (que así sería si queda para Perú, porque allí el mar es chileno según los dos países y la Corte) Estamos hablando de un “territorio” que se extiende en la costa no más allá de la distancia que hay entre la Playa Chica y la Playa Grande de nuestra Cartagena, en la de Los Pescadores en Lima o en la playa de Reñaca; algo así como una cuadra y cuarto, o menos de un paradero de la Gran Avenida y mucho menos que la distancia que hay entre estación y estación del metro.
No más mojones en el hito 1 ó mojones en el de la Concordia. Mojones en 300 metros más o mojones en 300 metros menos, además de costa seca.
Visión alturada de futuro. Verdadera amistad, que deje atrás el dolor que causado hace 135 años, y que se proponga de verdad un futuro mejor de paz y desarrollo.
Otra etapa a partir del fallo de La Haya, con menos gastos militares y más integración.
Menos mojones y más futuro.