Curiosamente, la generalidad de los chilenos desconoce completamente antecedentes fundamentales para contestar esta pregunta crucial. Lo que sí sabemos es que nunca nuestras relaciones con Bolivia han sido buenas. Recordemos la guerra contra la confederación perú-boliviana. Luego, la desafortunada búsqueda de delimitaciones territoriales que nos llevó a un tratado (1874) que configuró una suerte de soberanía económica compartida entre los paralelos 23° y 24°.
Entretanto, se generó una gigantesca expansión económica chilena en el Litoral boliviano, complementada con un virtual abandono de dicha zona por el país altiplánico, mezcla evidentemente explosiva.
Esto fue complicado aun más por la suscripción de un tratado secreto de alianza entre Bolivia y Perú en 1873. Y todo esto culminó con la Guerra del Pacífico que significó la conquista chilena de su litoral.Pero de allí en adelante nos envuelve una misteriosa penumbra. De partida, ¿qué conciencia tenemos de lo consignado por el diplomático e historiador chileno, Mario Barros van Buren?: “La guerra del Pacífico había dejado a Chile en el sitial más destacado del mundo americano. Pero no ganamos con ello simpatías de nadie. En las grandes masas de opinión de los países indoamericanos, Chile se perpetuó como un país militarista cuyos anhelos territoriales no se pararían en Tarapacá, Antofagasta, Tacna y Arica”; y “la intelectualidad del continente (…) vio en la protección brindada a Chile por el Imperio alemán (contra intentos de mediación europeos que podrían haber disminuido las pérdidas perú-bolivianas) la complicidad entre la política agresiva de Bismarck y la de esta República sudamericana, que surgía en 1883 con ínfulas de hegemonía prusiana. Repitieron estos conceptos (de que Chile era “la Prusia de Sudamérica”) los grandes intelectuales de fin de siglo como el mexicano José Vasconcelos, el cubano (Antonio) Sánchez Bustamante, los argentinos Juan Bautista Alberdi, Leopoldo Lugones, Roque Sáenz Peña y el español Miguel de Unamuno” (Historia Diplomática de Chile 1541-1938; Edit. Andrés Bello, Santiago, 1990; p. 475).
Tampoco hay mucha conciencia de que con Bolivia solo firmamos un “Pacto de tregua” en 1884. Y lo que francamente se desconoce totalmente es que el 18 de mayo de 1895 Chile suscribió un tratado con Bolivia, por el cual “Chile se comprometía, una vez adquiridas definitivamente Tacna y Arica (fuere por plebiscito o por arreglo directo), a transferirlas, también en dominio definitivo, a Bolivia”; y que “si Chile no adquiría Tacna y Arica, se obligaba a ceder a Bolivia la caleta Vitor hasta la quebrada de Camarones, u otra análoga” (Gonzalo Vial.- Historia de Chile (1891-1973); Volumen II, Edit. Zig-Zag, Santiago, 1982; p. 188).
Además, aquel tratado fue complementado con otro de Paz y Amistad; y un tercero de Comercio. El Congreso boliviano ratificó los tres tratados, los que fueron promulgados por el presidente Mariano Baptista el 10 de diciembre de ese año. A su vez, el Senado chileno los aprobó por 12 votos a favor, 1 en contra y una abstención; y la Cámara de Diputados “sobre tabla”, esto es, por unanimidad. De este modo, ellos fueron promulgados por el presidente Jorge Montt y el ministro de Relaciones Exteriores Adolfo Guerrero en el Diario Oficial del 2 de mayo de 1896 (Ver Carlos Figueroa Serrano; en El Mercurio; 11-6-2014). “El de Transferencia de Territorios no se publicó, porque implicaba las provincias de Tacna y Arica, aún pendientes de resolución con Perú; sin embargo aparece incorporado entre los documentos oficiales del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, ‘Tratados bilaterales Chile-Bolivia’ ” (Figueroa; ibid).
Sin embargo, diferencias posteriores de interpretación respecto del alcance del corredor (Ver Vial; p. 267) y las protestas de Perú de que Chile dispusiera de territorios todavía disputados entre ellos, ya que la alternativa de Vitor también estaba en esa zona (Ver Vial; p. 200); fueron aprovechadas por el Estado chileno para no cumplir con dichos tratados, sobre todo teniendo en cuenta que en 1898 había terminado el inminente peligro de guerra con Argentina –que se desarrolló durante la década de los 90- al definirse el límite en la Puna de Atacama y al convenir ambos países en el arbitraje de la reina de Inglaterra sobre la Patagonia.
Es más, en muy pocos años la actitud chilena cambió en 180 grados. Así, el ministro de Chile en La Paz, Abraham König –ante el rechazo de una propuesta chilena de que Bolivia se conformara con puertos libres y compensaciones adicionales-, entregó al gobierno altiplánico, el 13 de agosto de 1900, una brutal nota “diplomática” que señalaba en su parte medular:
“Es un error muy esparcido y que se repite diariamente en la prensa y en la calle el opinar que Bolivia tiene derecho a exigir un puerto en compensación de su litoral. No hay tal cosa. Chile ha ocupado el litoral y se ha apoderado de él con el mismo título con que Alemania anexó al Imperio la Alsacia y la Lorena (refiriéndose a su conquista luego del triunfo de Prusia contra Francia en la guerra de 1870), con el mismo título con que los Estados Unidos de la América del Norte han tomado a Puerto Rico (en 1898, luego del triunfo en su guerra contra España). Nuestros derechos nacen de la victoria, la ley suprema de las naciones. Que el litoral es rico y que vale muchos millones, eso ya lo sabíamos. Lo guardamos porque vale; que si nada valiera no habría interés en su conservación. Terminada la guerra, la nación vencedora impone sus condiciones y exige el pago de los gastos ocasionados. Bolivia fue vencida, no tenía con qué pagar y entregó el litoral. Esta entrega es indefinida, por tiempo indefinido, así lo dice el pacto de tregua: fue una entrega absoluta, incondicional, perpetua. En consecuencia, Chile no debe nada, no está obligado a nada, mucho menos a la cesión de una zona de terreno y de un puerto. En consecuencia, también, las bases de paz propuestas y aceptadas por mi país y que importan grandes concesiones a Bolivia, deben considerarse, no sólo como equitativas, sino como generosas” (Barros; p. 583).
“Es un error muy esparcido y que se repite diariamente en la prensa y en la calle el opinar que Bolivia tiene derecho a exigir un puerto en compensación de su litoral. No hay tal cosa. Chile ha ocupado el litoral y se ha apoderado de él con el mismo título con que Alemania anexó al Imperio la Alsacia y la Lorena
Fue tal la brutalidad del texto –incluso para los estándares de la época- que generó duras reacciones continentales. Así, “la maniobra del ultimátum hubo de ser contrarrestada por la cancillería chilena, remitiendo una circular (septiembre) a todas sus legaciones foráneas, la cual –si bien desautorizaba levemente la forma, o la falta de forma, en la nota König- respaldaba su fondo” (Vial; p. 289). Pero tan grande era la debilidad de Bolivia que ella finalmente suscribió un tratado en 1904, de acuerdo a las tesis del ultimátum. De este modo, según constata Gonzalo Vial, “Bolivia tenía dificultades limítrofes no sólo con Chile, sino con todos sus otros vecinos: Paraguay (por el Chaco), Brasil (por la región del Acre), Perú y Argentina; sus finanzas, además, se hallaban gravemente quebrantadas”; necesitaba inversiones extranjeras para explotar “diversos tipos de riqueza nacionales”, pero “la indefinición de una guerra perdida, pero no liquidada, era mortal para los capitalistas extranjeros”. Y, por último, la tregua implicaba una apertura total de la economía boliviana a los productos chilenos (y peruanos) y “simultáneamente, diversos países que gozaban ante Bolivia de la llamada ‘cláusula de la nación más favorecida’, sostenían su derecho a ser equiparados con nosotros y los peruanos”. Y el mismo Vial, concluye: “Todo lo anterior condujo a que, iniciándose la administración Riesco, renaciera en Bolivia la idea de trocar el elusivo puerto por una sustanciosa compensación pecuniaria, recuperando –al pasar- la libertad comercial, y levantando paralelamente la ‘interdicción’ del país en el exterior” (Vial; pp. 378-9).
Como es sabido, por el Tratado de 1904 Bolivia reconoció la pérdida de los territorios conquistados por Chile, a cambio de compensaciones económicas, la construcción de un ferrocarril Arica-La Paz; la concesión a Bolivia del más amplio y libre tránsito comercial por su territorio y puertos del Pacífico; y el derecho a constituir agencias aduaneras en los puertos chilenos que designara para tal efecto.
Pero fue tan claro que dicho tratado no satisfizo realmente a Bolivia que ya en 1910 el canciller boliviano, Daniel Sánchez, en memorándum dirigido a Chile y Perú, señalaba que “Bolivia no puede vivir aislada del mar”, que necesitaba “por lo menos un puerto cómodo sobre el Pacífico”; y que respecto de esto “no podrá resignarse jamás a la inacción” (Vial; p. 556). Y en 1913, Ismael Montes, el presidente boliviano que suscribió el tratado de 1904, en su paso por Chile a Bolivia para reasumir la presidencia, sugirió en una reunión con personalidades chilenas que se le cediera Arica a Bolivia al resolver Chile su problema con Perú (Ver Manuel Rivas Vicuña.- Historia Política y Parlamentaria de Chile, Tomo II; Edic. de la Biblioteca Nacional, Santiago, 1964; pp. 358-9).
Posteriormente, tanto Bolivia y Perú unieron sus esfuerzos para que la Conferencia de París (que dio lugar al Tratado de Versalles y a la cual asistieron ambos países como beligerantes de la primera guerra mundial; ya que se habían sumado a Estados Unidos en ella, en 1917) y luego la Sociedad de las Naciones ordenaran la revisión de los tratados de 1883 (de Ancón, con Perú) y de 1904. En ambos casos fracasaron.
Pero lo notable fue que el propio Chile entendió que debía aportar lo suyo para lograr que Bolivia tuviese salida soberana al mar. Esto, en el marco de las presiones que constituyeron a Estados Unidos en indisputada potencia hegemónica en el hemisferio y en virtual mediador de Chile y Perú respecto del conflicto todavía irresuelto sobre Tacna y Arica. Así, en 1920 el gobierno chileno le comunicó secretamente a Estados Unidos que estaba en definitiva dispuesto a entregar Tacna a Perú y que “podría traspasar a Bolivia la caleta de Sama y una faja de terreno extendida desde dicha caleta hasta el ferrocarril Arica-La Paz, solucionando así las renovadas aspiraciones portuarias del país altiplánico” (Vial; pp. 645-6).
Luego, en 1926, cuando Estados Unidos estaba mediando para la realización del plebiscito acordado en el Tratado de Ancón (¡a realizarse en 1894!), el gobierno chileno le presentó al estadounidense una propuesta sustitutiva del plebiscito que según Alessandri –quien se encontraba en Washington asesorando al embajador Miguel Cruchaga- dejaba “Tacna para el Perú, y Arica para Chile, y una faja para Bolivia que remataría en una caleta cuyo nombre no pudimos encontrar en el mapa, Cruchaga, Samuel Claro ni yo. En el telegrama de nuestro gobierno se hablaba de Caleta de Palos como salida para Bolivia” (Arturo Alessandri.- Recuerdos de gobierno, Tomo I; Edit. Nascimento, Santiago, 1967; p. 182). Incluso, esta propuesta fue mencionada como una de las razones –no la más importante, desde luego-por las que Estados Unidos, con el acuerdo de Perú, declaró impracticable la realización del tan diferido plebiscito.
Otro hito muy importante para las relaciones chileno-bolivianas lo constituyó el Tratado de Lima que en 1929 resolvió el conflicto con Perú; devolviéndole a éste la provincia de Tacna y conservando Chile la de Arica. El punto es que en dicho tratado se incluyó un Protocolo adicional secreto con una cláusula que impide cualquier acceso soberano al mar de Bolivia por las provincias previamente disputadas si no se cuenta con la aquiescencia de ambos países. Y lo más grave del caso es que de acuerdo al principal negociador chileno, el canciller Conrado Ríos Gallardo, y a la documentación estadounidense (hay que tener presente que el gobierno peruano condicionó la suscripción del tratado a que apareciese formalmente como una propuesta de Estados Unidos) ¡fue Chile quien le propuso a Perú tal cláusula! (Ver Vial; Historia de Chile (1891-1973) La dictadura de Ibáñez (1925-1931) Volumen IV; Fundación, 1996; p. 359). Es obvio -¡aunque nunca es reconocido formalmente así por la política exterior chilena!- que, para todos los efectos prácticos, aquella disposición ha convertido el tema de una salida al mar de Bolivia en un asunto trilateral.
De todas formas -y como es sabido- Chile ha continuado aportando lo suyo, en varias oportunidades, para que Bolivia pueda obtener un acceso soberano al Oceáno Pacífico a través de su propio territorio. Han sido los casos de las negociaciones abiertas con el país altiplánico en 1950, bajo el gobierno de González Videla; y en 1975 y 1987, bajo Pinochet.
Incluso, en 1976 se logró un acuerdo entre Chile y Bolivia de que esta última tendría un acceso soberano al mar a través de una franja territorial en el extremo norte de Chile; a cambio de un territorio boliviano equivalente que obtendría nuestro país. Respecto de ella, Perú hizo una contrapropuesta de un triángulo de soberanía compartida por los tres países en la zona de Arica que Chile y Bolivia rechazaron, volviendo todo a fojas cero.
De todos estos antecedentes aparece plenamente comprensible la insatisfacción boliviana con el Tratado de 1904; y que, por el interés y el logro de buenas relaciones entre los tres países, surge la necesidad de lograr un acuerdo trilateral satisfactorio. Acuerdo por medio del cual Bolivia no solo obtenga una salida soberana al mar, sino que se superen todos los traumas y odiosidades que nos han convertido en naciones antagónicas. Además, ¡cómo no se da cuenta Chile que el antagonismo con Bolivia y Perú lo deja siempre en desventaja con Argentina, aunque ésta no lo quiera!
Este artículo es parte de una serie que pretende resaltar aspectos o episodios muy relevantes de la historia de nuestro país que permanecen olvidados. Ellos constituyen elaboraciones extraídas del libro de su autor: Los mitos de la democracia chilena, publicado por Editorial Catalonia.
Publicado en Punto Final